La entrevista como hazaña
¿Fue ético o no fue ético? Con la suerte y ayuda necesarias, cualquier persona que no sea escaladora puede coronar el Everest. Habrá logrado una hazaña pero eso no lo convierte en escalador. Sean Penn alcanzó un Everest periodístico pero lo hizo vulnerando principios básicos del oficio. Eso no es periodismo.
Entrevistar a alguien difícil de entrevistar es uno de los sueños de todo periodista. Uno de los sueños, no “el” sueño. La razón para ello es sencilla: cuando una persona se convierte en inalcanzable, el mayor reto es alcanzarla. Es como el Everest para los escaladores: para llegar a su cúspide es necesario prepararse de manera integral, tanto física como mentalmente.
Durante meses, se lee, se investiga, se revisa archivos, se lee, se hace fichas, se cruza datos, se lee, se entrevista personas, se hace vigilancia… Aun así, son miles quienes se preparan adecuadamente pero no logran llegar a la cima. Por eso es un reto. En el periodismo existen muchos Everest. Los hay desde los delincuentes prófugos de la justicia hasta los dictadores rodeados de ejércitos que los protegen, pasando por aquellas estrellas del espectáculo que prefieren alejarse de la vista del público. Augusto Pinochet, por ejemplo, fue un Everest en su tiempo y, cuando el juez Baltasar Garzón lo declaró prófugo de la justicia, su condición de inalcanzable se multiplicó. Por eso es que la entrevista que consiguió hacerle el periodista norteamericano Jon Lee Anderson fue una de las mayores hazañas del periodismo moderno. Y no fue suficiente que Jon se haya preparado convenientemente para escalar aquel Everest; es decir, hacer la entrevista.
Para que Lucía Pinochet, la hija del dictador, accediera a ayudarlo, fue necesario revisar la carrera del periodista que ya tenía en su haber libros tan importantes como la que es considerada la más completa biografía sobre el Che Guevara. Sus antecedentes decían que Anderson era confiable así que se aceptó la entrevista. ¿Hubo riesgos? Desde luego. Si una persona no quiere que la encuentren, es lógico que tome medidas de seguridad. Vulnerarlas significa alertar a sus cuidadores y poner en riesgo la vida del que está buscando. Me pasó a mí, pinche periodista, cuando encontré al asesino del Che Guevara, el mismo al que antes había encontrado Jon, y le hice una entrevista de 27 minutos junto a Ildefonso Olmedo del diario El Mundo de España. Lo que siguió después fue una persecución cinematográfica por el segundo anillo de Santa Cruz. El cuidador del asesino nos siguió durante un tiempo que mi pánico no me dejó determinar en la misma camioneta que vimos durante días en la puerta de nuestro investigado y solo pudimos perderlo de vista gracias a la habilidad de nuestro chofer.
Por eso, estoy seguro de que Sean Penn corrió riesgos al entrevistar al Chapo Guzmán pero también estoy seguro de que no necesitó prepararse como lo hizo Jon en el caso de Pinochet. Para el actor, que parece tener debilidad por fotografiarse junto a personas que son más famosas que él, fue suficiente usar a su colega mexicana Kate del Castillo quien, luego de contactarlo por las redes sociales, recurrió a sus atributos femeninos para convencer al narcotraficante de dejarse entrevistar. Hubo condiciones de por medio… una fue que el Chapo revisaría la versión final de la nota a publicarse. En otras palabras, fue una entrevista a la carta, con censura implícita, algo que jamás debe hacerse.
¿Fue ético o no fue ético? Con la suerte y ayuda necesarias, cualquier persona que no sea escaladora puede coronar el Everest. Habrá logrado una hazaña pero eso no lo convierte en escalador. Sean Penn alcanzó un Everest periodístico pero lo hizo vulnerando principios básicos del oficio. Eso no es periodismo.
(*) Juan José Toro es Premio Nacional en Historia del Periodismo.