Dakar, sus verdades
Para regiones como Potosí, con atractivos desaprovechados, el rali Dakar es un mal necesario así que lo que habría que hacer es asumir medidas para evitar daños al medio ambiente.
Ponerse en otra pose, como exigir que ya no pase por nuestro territorio, significaría simplemente ahuyentar a la ASO que volvería a África o se iría a alguna otra región donde le paguen igual o mejor. Así de simple.
Sí. El rali Dakar es un peligro pero no precisamente por los daños que causa al medioambiente de los países por los que pasa.
Hasta el inicio de la versión 2016, la competencia era el blanco favorito de los ambientalistas locales o de quienes asumen pose de “verdes”. Se hacía hincapié en los daños irreparables a la flora de lugares tan sensibles como el desierto de Atacama y más de uno quiso demostrar el daño que también le causaría al Salar de Uyuni.
De pronto se supo que la Amaury Sport Organisation (ASO), que organiza anualmente la prueba, está en conversaciones con países africanos para que el rali vuelva a ese continente y las críticas menguaron. Y es que, de pronto, la posibilidad de perder esa competencia apareció ante nuestras narices y muchos comprendimos que las cosas no serían iguales sin ella.
Asumámoslo: ninguna campaña publicitaria logrará el efecto que tuvo el Dakar en los últimos tres años. El más grande ejemplo es el portentoso Salar de Uyuni que, aunque aparece cada vez más en revistas y documentales, dio un enorme salto gracias a la competencia, particularmente aquella versión que se corrió por sus orillas.
Entonces, ¿debemos aceptar al rali como un beneficio para nuestros países? Sí y no. Sí porque, indudablemente, ayuda a la promoción turística y no porque, desde el punto de vista medioambiental, efectivamente causa daño.
Pero aceptar a la competencia como un mal necesario no implica hacer berrinches al extremo de obligar a nuestros gobiernos a retirarse de la prueba. Chile y Perú lo hicieron y, aunque la ASO no se mostró afectada, reinició conversaciones con los gobiernos africanos. Claro… a nadie le gusta estar donde no lo quieren y, si las críticas suman, el rali se va y punto. Ya lo hizo antes, y más de una vez. Su recorrido original, que era de París a Dakar, cambió constantemente y, aunque la capital de Senegal era el supuesto punto final de llegada permanente, una vez terminó en Ciudad del Cabo.
Uno de los detalles que los criticones no toman en cuenta es que esta competencia no es precisamente deportiva. Antiguamente conocida como Rally Paris-Dakar, esta prueba es, más bien, una fábrica de billetes porque hay que pagar fortunas para participar en ella. Para que Bolivia sea parte del recorrido, el gobierno de Evo Morales dispuso de buenas cantidades y eso también le acarreó críticas, fundamentalmente de la oposición que no actúa precisamente en plan altruista sino eminentemente político.
La ASO no es una organización deportiva sino una poderosa multimedia que es dueña, entre otros medios, de los periódicos l’Équipe y Le Parisien, de Francia. No solo organiza el rali Dakar sino también el Tour de Francia, la Maratón de París, las carreras ciclísticas París-Roubaix y París-Niza y el Abierto de Francia de Golf. Que el raly Dakar pase por África o Sudamérica, que destruya flora y fauna sensibles o cause la muerte de personas, como la de los 24 pilotos o de esas 13 personas que nada tenían que ver con la competencia, es algo que le importa muy poco. Lo que verdaderamente le interesa son las enormes ganancias que la prueba genera.
Para regiones como Potosí, con atractivos desaprovechados, el rali Dakar es un mal necesario así que lo que habría que hacer es asumir medidas para evitar daños al medio ambiente.
Ponerse en otra pose, como exigir que ya no pase por nuestro territorio, significaría simplemente ahuyentar a la ASO que volvería a África o se iría a alguna otra región donde le paguen igual o mejor. Así de simple.
(*) Juan José Toro es Premio Nacional en Historia del Periodismo.