Opinión
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Marcelo Arequipa Azurduy
29/01/2020 - 14:29

El retorno de la gente decente

Antes de estar tentado de explicar desde un marco teórico general lo que se dice, felizmente me topé con un libro Resurgimiento y caída de la gente decente de Lorgio Orellana Aillón que, desde un enfoque sociológico propiamente boliviano, abunda puntillosamente en el tema de la “gente decente”.

Como es sabido, existen distintas líneas de entrada para analizar un fenómeno sociopolítico. El último trimestre arrojó un resultado tal que mi tesis de fondo es que tenemos cuajada, por vez primera, una corriente política poshegemónica al masismo, esta devino de forma gradual en la traducción de la fórmula: causa política, tema político, corriente política.

Un aspecto central de esta “nueva” corriente política es su defensa de la meritocracia en el espacio público, para lo que se conoce también como las élites políticas, es decir, el retorno de los que se merecen estar en los puestos de decisión. No es casual que para definir a sus otros los hayan etiquetado de hordas, vándalos, etc.

Antes de estar tentado de explicar desde un marco teórico general lo que se dice, felizmente me topé con un libro Resurgimiento y caída de la gente decente de Lorgio Orellana Aillón que, desde un enfoque sociológico propiamente boliviano, abunda puntillosamente en el tema de la “gente decente”.

Vale la pena su lectura por varias razones, al menos expondré unas cuantas. Primero porque es un notable ejercicio de debatir con la ciencia política, en torno al enfoque institucionalista al analizar las élites políticas bolivianas, frente a un enfoque desde el marxismo. Dado que para Lorgio el problema boliviano no se trataría, en el fondo, de analizar las instituciones de democracia representativa, sino la constelación social de la gente decente cuyo legado histórico data de lo que fueron/hicieron sus familias en el periodo de los 60 y 70.

Segundo, porque desnuda de forma clara la composición de la estructura de poder en Bolivia en el periodo previo a 2005. Aunque, como elemento transversal a varias generaciones, lo decente también se puede interpretar como el reconocimiento/prestigio que buscamos de nuestros amigos, círculos sociales y, sobre todo, de la clase social que se encuentra un escalón por encima del nuestro. Por eso no es casual que a lo largo de su estudio sobre la clase política boliviana de 1985 a 2003, la oposición entre la gente decente vs. los indios haya sido la moneda más común de diferenciación, dizque, civilizatoria.

Tercero, porque en las diferentes entrevistas que realiza el autor desnuda algo muy propio y hasta jocoso de los bolivianos: somos unos cuasi expertos en explicar nuestros árboles genealógicos, tenemos una capacidad innata para retrotraernos hasta nuestro primer ancestro que lo damos por válido en la medida en que este sea europeo, de ahí en adelante explicamos el curso de nuestros apellidos. Aquello que conocemos como mestizo, por lo menos para el imaginario de la clase política de entonces, era simplemente un puente de validación del otro para reconocerlo como persona; es decir, hablamos con el hijo de la verdulera porque había nacido en la ciudad y lo reconocíamos como persona, pero no tenemos la misma actitud con la verdulera.

Para ponerlo en términos cuantificables, esa gente decente, meritocrática y sabedora –en el periodo de estudio de Lorgio– arroja que de 149 ministros de Estado revisados, 76 pertenecieron a la empresa privada, y 51 vinieron desde organismos internacionales, por ejemplo. 

Dos notas curiosas, de las muchas más que hay en el libro, que valen la pena comentar son: primero, en la entrevista que le hace a la señora Ana María Romero de Campero, cuenta que por el lado de su familia se dedicaban más al mundo de la política y del activismo, mientras que por el lado de la familia de su esposo eran más asiduos a la vida y actividades de la alta sociedad paceña; eso era el factor central, para ella, que la hacía valedora de estar dentro de la gente decente porque la dicotomía clase alta vs. pueblo era algo que en los cócteles se reclamaba.

Segundo, cuenta también que en tiempos de gente decente no todos eran licenciados, de hecho hubo un alto político decente que dijo haber estudiado su licenciatura en Chicago, pero curiosamente su título no aparecía, por más perfecto que fuere su inglés frente a su castellano, a la hora de hablar. Eso sí, dinero y minas heredadas de familia, tenía, y bastante.

Quizá va siendo hora de ir situando en su lugar a las cosas, un término que me parece más ajustando a los tiempos es “restitución” porque pareciera que vivimos tiempos del retorno de esa gente decente; sin embargo, permítanme ser escéptico con eso porque creo que la democracia y su legitimidad no se llena solamente de esa gente decente.

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