Surazo
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Juan José Toro
20/05/2015 - 09:01

Cerebros laminados

Una simple revisión a ese texto —que no vale la pena reproducir— demuestra que, en efecto, existe un contenido racista que ameritó disculpas y el anuncio de procesos. Y aunque las láminas hubieran sido menos ofensivas, la reacción se justificaba. Demás está decir que no se puede ofender públicamente a la mujer y menos aún a la madre porque esta es, ni más ni menos, fuente de vida.

Los cruceños tuvieron razón al reaccionar como reaccionaron frente a unas láminas que circularon impunemente desde 2008 denigrando a las madres y mujeres de los llanos.

Una simple revisión a ese texto —que no vale la pena reproducir— demuestra que, en efecto, existe un contenido racista que ameritó disculpas y el anuncio de procesos.

Y aunque las láminas hubieran sido menos ofensivas, la reacción se justificaba. Demás está decir que no se puede ofender públicamente a la mujer y menos aún a la madre porque esta es, ni más ni menos, fuente de vida.

Pero como bien se apuntó en los análisis que se hicieron en el oriente del país, lo que desnudaron esas láminas son los prejuicios que persisten en nuestra sociedad y ese es, precisamente, el fondo del asunto.

De un tiempo a esta parte, desde la vigencia de un modelo gubernamental que se autodenomina “del cambio”, abundan los escribidores que, a título de “revolucionarios”, deslizan sus prejuicios en textos escritos y los publican impunemente, como sucedió con las láminas de marras.

Uno de los casos que conozco, y que involucra a mi gremio, es el de un periodista que ha confundido su papel de informador con el de activista y periódicamente emite textos, generalmente por correo electrónico, en los que injuria a los medios que, según él, son “reaccionarios” o de derecha. Este escribidor ha llegado a tal punto que incluso publicó un libro sobre la propiedad de los medios de comunicación con datos que, según me consta por trabajar en uno de ellos, están errados. No se sabe cuáles fueron sus fuentes porque, por lo menos en el caso del periódico donde presto servicios, jamás hizo consulta alguna, ni siquiera telefónica.

Por ello, no sorprende que haya publicaciones como la injuriosa lámina que por lo menos sirvió para que muchos pongamos atención en los prejuicios que impiden un normal desarrollo de la sociedad boliviana.

Sí. Somos racistas y prejuiciosos y, por más juicios que haya, ninguna ley cambiará nuestra mentalidad porque esa es labor de las familias.

Pero quienes criticaron a las “láminas de la infamia” tendrán que admitir que los prejuicios también persisten en la región de los llanos donde el apelativo “colla” sigue teniendo connotación de desprecio. Es allí donde, por ejemplo, tiene su epicentro la organización de Miss Bolivia, un certamen de belleza en el que los juzgadores se guían más por los estereotipos que por el valor del ser humano.

Es llamativo que, hasta ahora, ninguna potosina haya ganado ese concurso.

Y es también Santa Cruz la ciudad en la que las mujeres fueron insultadas públicamente de manera más notoria en los últimos meses por las acciones de un alcalde que, hasta ahora, no respondió ni por las palabras insultantes que salieron de su boca ni por los toqueteos a los que expuso a sus víctimas. Curiosamente, la misma ciudad que se indignó por las “láminas de la infamia”, reeligió a ese alcalde en una actitud tolerante hacia su misoginia pero implacable contra los errores de quienes mantienen su visión racista simplemente porque tienen el cerebro laminado de prejuicios.

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