Dársena de papel
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Oscar Díaz Arnau
03/03/2015 - 09:03

Educación en el país de las curvas

Nacimos entre curvas, unos más acá, otros más allá pero siempre entre las curvas que bordean peligrosas montañas y que en los mapas viales son apenas líneas quebradizas de colores. Por ahí nacimos y por ahí, quizá, viene nuestra necesidad de trazar curvas con el mismo criterio de un niño de nivel inicial. Me refiero a las curvas que retuercen el sistema educativo nacional para aprobar desaprobados.

Nacimos entre curvas, unos más acá, otros más allá pero siempre entre las curvas que bordean peligrosas montañas y que en los mapas viales son apenas líneas quebradizas de colores. Por ahí nacimos y por ahí, quizá, viene nuestra necesidad de trazar curvas con el mismo criterio de un niño de nivel inicial. Me refiero a las curvas que retuercen el sistema educativo nacional para aprobar desaprobados.

Sí, alegremente se contraviene la lógica con el absurdo de las curvas en las calificaciones para admitir una mayor cantidad de postulantes, llenar las plazas como sea, evitar el cierre de cursos o, por último, para que las escuelas no se queden sin directores. Porque las curvas valen también para maestros —o sea, para los encargados de educar a nuestros hijos— que no aprueban exámenes de competencia cuando optan a cargos directivos.

¿En qué consiste la curva en nuestra educación criolla? A veces, en bajar el puntaje mínimo necesario para aprobar un examen y copar —forzadamente— el número de plazas disponibles. Esta decisión la asumen las autoridades luego de constatar que un gran número de estudiantes —o maestros— se aplazaron en las pruebas ordinarias. Por ejemplo, hace poco en San Francisco Xavier de Chuquisaca se hizo una curva de 40 puntos (es decir, se bajó la nota mínima en 10), producto de la cual ingresaron casi 2.700 bachilleres. Estos nuevos universitarios fueron admitidos pese a no haber respondido correctamente el 50 % más 1 de las preguntas; en otro país hubieran reprobado pero aquí, gracias a la curva, pasaron la prueba. Aquí aprueban aun los desaprobados.

Para el caso de los profesores, también en Chuquisaca, la nota mínima era de 60 y se “aplazaron” el ¡82 %! de los postulantes; entones, utilizando el mismo criterio montañés, una curva de 50 rescató a muchos de ellos como una cuerda lo hace providencialmente en medio del río revuelto. Nacimos entre curvas y entre curvas queremos morir.

¿Qué sentirá un reprobado cuando entra a la universidad o a una dirección de colegio por la ventana? ¿Dónde están la autoestima y la superación personal? ¿Por qué forzar las calificaciones para abajo en lugar de colocar la vara alta para que los mejores y no los peores maestros sean directores, para que los mejores y no los peores bachilleres ingresen a la universidad? ¿Por qué insistimos en aplomar la educación para que se hunda incluso antes de que comiencen las clases? ¿Qué nos pasa, país?

La vara con que medimos nuestro rendimiento no debería bajar nunca, ¡más bien tendría que elevarse en pos de la competitividad con uno mismo y con los demás! Está claro que el problema de fondo radica en la enseñanza básica y secundaria, porque cuando los bachilleres quieren entrar a la universidad y cuando los maestros —que recibieron similar educación que sus alumnos— quieren ser directores, el nivel de la mayoría es decepcionante. En la búsqueda de soluciones a esta realidad la fórmula de la curva, definitivamente, no sirve; al menos tal cual se la aplica en Bolivia. Es consentidora. Alienta la mediocridad. Desanima la competencia. Beneficia al que se esfuerza menos. Incentiva a no estudiar o a estudiar lo mínimo indispensable porque, total, “habrá curva”.

En países que no son el nuestro, el método de la curva para ponderar notas está permitido para favorecer el desempeño de una mayoría de los alumnos, siempre y cuando no se apruebe a los que desaprobaron. Algo completamente lógico. Pero donde la demagogia se antepone a lo pedagógico, solo se advierte un empeño en trastrocar el sentido de la educación y en hipotecar el futuro de nuestros hijos y nuestros nietos.

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