Blog de Boris Miranda

El Carnicero y el Patrón: La conexión oculta entre Pablo Escobar y Klaus Barbie

Pablo Escobar y Klaus Barbie fueron piezas claves para montar la «General Motors de la cocaína». Sus pactos propiciaron golpes de Estado, la organización de paramilitares anticomunistas, negocios con el Vaticano, el origen de la conspiración antisandinista con Oliver North y los corredores incontrolables de droga en todo el mundo. Beni, Santa Cruz, Ciudad de Panamá, Medellín o Miami son apenas algunos escenarios de esta conexión casi secreta y cada día más olvidada. La alianza que unió al viejo nazi con «el Patrón» fue una las más siniestras de las últimas décadas del siglo XX.

Crónica publicada en la revista Nueva Sociedad No 257, mayo-junio de 2015. El artículo y toda la revista están disponibles online en el siguiente enlace: http://tinyurl.com/qzb9dtk

Pablo Escobar y Klaus Barbie compartieron mucho más que una bandeja paisa en Medellín o unas copas de Dom Pérignon en la Amazonía boliviana. Juntos, el Patrón y el Carnicero de Lyon fueron dos de los principales engranajes de una máquina que controlaba casi 90% de la producción y distribución de cocaína en el mundo a través de una conexión que comenzaba en Bolivia, pasaba por las selvas colombianas y terminaba en las calles de Estados Unidos y Europa. Sellaron acuerdos con presidentes en Panamá, combinaron sus ejércitos personales de paramilitares, combatieron el sandinismo en Nicaragua y montaron negocios con el Banco del Vaticano. La droga fue la excusa para el encuentro entre el narcotraficante más famoso de la historia y el viejo nazi que, con ayuda de la Agencia Central de Inteligencia (cia), huyó de Europa cuando acabó la Segunda Guerra Mundial. Así fue cómo me enteré.

Yo quería contar la historia de un militar boliviano en retiro que vio muy de cerca cómo se montó el gigante negocio del narcotráfico y conoció en combate a muchos de sus protagonistas. Supe de él gracias a la amistad que tengo con uno de sus hijos. Esa conversación, sin embargo, nunca se pudo dar. «Mi papá cree que puede involucrar a demasiada gente», me dijo mi amigo a modo de disculpa, aunque de inmediato me soltó un dato que me pareció impresionante. «No te imaginas los operativos de protección que se montaban acá cada vez que llegaba Pablo Escobar. Barbie en persona se encargaba de limpiarle el camino».

Decidí girar el enfoque y empecé a buscar los empolvados y ocultos hilos que conectaron al principal capo del cártel de Medellín con el ex-comandante de la Gestapo que murió en Francia, condenado a cadena perpetua tras ser acusado por la deportación y muerte de millares de personas. La conexión está muy poco documentada, pero sobrevive en la memoria de aquellos que fueron parte de esos años vertiginosos de cocaína, golpes de Estado, millonarias excentricidades y alianzas siniestras entre mafiosos y criminales de guerra. Antes de hacer los contactos, intuyo que varios no querrán recordar aquellos episodios y preferirán mantener el bajo perfil con el que (sobre)vivieron las últimas décadas. No importa. Igual decido aventurarme y tocar la puerta de ex-paramilitares, familiares de auténticos drug lords (como los llamaba la cia), ex-ministros, generales retirados, viejos agentes antinarcóticos, amigos de confianza, ex-guerrilleros, abogados y, también, investigadores.

El abanico es amplio porque la historia que pretendo contar se da en el marco de una coyuntura marcada por las guerras globales fabricadas por eeuu contra las drogas y el comunismo. Es por eso que parte de la verdad puede encontrarse en una feria de Bogotá, en una oficina de Nueva York, en una hemeroteca de Lima o en un barrio popular extraviado en El Alto de Bolivia.

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A finales de 2012, un libro le recordó a Bolivia que el tráfico de drogas pisaba tan fuerte hace tres décadas que podía disponer de la silla presidencial el rato que se le antojaba. Ayda Levy, la autora de El rey de la cocaína. Mi vida con Roberto Suárez Gómez y el nacimiento del primer narcoestado (Debate, Barcelona, 2012.), fue la esposa y compañera de uno de los principales proveedores de pasta base de cocaína del cártel de Medellín. Su ex-marido, quien falleció hace 14 años, fue capaz de triplicar el precio del producto para la venta a sus peligrosos socios colombianos y puso cinco millones de dólares para financiar el golpe de Estado del 17 de julio de 1980, que instaló en el Palacio de Gobierno de La Paz al general Luis García Meza. En todo el mundo bautizaron aquel cuartelazo como «el golpe de la cocaína».

«El Rey», como le decían a Suárez, fue el primer motivo que juntó en un mismo salón al Carnicero de Lyon con el Patrón. El alemán y el colombiano se conocieron en una celebración por el cumpleaños de Roberto.

Gracias al contacto con uno de sus hijos, logré que Ayda Levy respondiera brevemente algunas de mis preguntas. «La relación entre Altmann-Barbie, Gonzalo Rodríguez Gacha (alias 'El Mexicano') y Escobar, aunque no está detallada en mi libro, comienza el 8 de enero del año 1981 en la fiesta de cumpleaños de Roberto en nuestra casa del barrio Equipetrol de la ciudad de Santa Cruz», rememora la autora de El rey de la cocaína.

Altmann es el apellido que Barbie recibió del Vaticano en los primeros años de la década de 1950. Derrotados los nazis, el Carnicero de Lyon comenzó a colaborar con la CIA para combatir al bloque socialista de Europa del Este. Sus contactos y «habilidades» le permitieron ser uno de los «reciclados» por los estadounidenses. Sin embargo, la incesante búsqueda montada por los franceses para que pagara por las muertes y los confinamientos masivos de los que fue responsable lo obligó a escapar a través de una de las ratlines habilitadas por el clero católico para ayudar a algunos seguidores de Adolf Hitler.

La División de Criminales del Ministeriode Justicia de eeuu elaboró un informe confidencial sobre Barbie en1983 que revela los detalles de su llegadaa Sudamérica. El documento fue liberado y está disponible en internet (us Department of Justice, Criminal Division: «Klaus Barbie and the United States Government: Exhibits to the Report to the Attorney General of the United States», agostode 1983, disponible en <http://tinyurl.com/orghqxx>).

La relación de Barbie con la Casa Blanca comenzó en abril de 1947, cuando fue reclutado por un comando del Ejército estadounidense. Cooperó con esa unidad de inteligencia durante dos años en la construcción de una red de informantes de las actividades británicas, alemanas y soviéticas. En Lyon, mientras tanto, se lo juzgaba en ausencia y nadie dudaba de que el veredicto final fuera pena de muerte o prisión perpetua. En 1949, el gobierno francés ya estaba al tanto de sus actividades en Múnich y solicitó la extradición de inmediato. Había llegado el momento de desaparecer. El 28 de abril de 1950, según el informe confidencial, el Comando de Inteligencia de EEUU en Europa decidió que Barbie «no debía ser puesto en manos de Francia».

Después de pasar unos meses en una casa de seguridad en Augsburgo, el Carnicero partió a Italia y, con un nuevo apellido, se embarcó en el buque Corrientes, que lo llevaría de Génova a Buenos Aires. Viajó acompañado por su esposa y sus dos pequeños hijos. El padre Krunoslav Draganovic, del clero vaticano, fue quien consiguió las visas para el ingreso de todos a Argentina y a Bolivia, además de pases de viajero como miembros de la Cruz Roja Internacional. Los «Altmann» arribaron a la capital porteña el 10 de abril de 1951. La relación de Klaus con la CIA y Roma estaba muy lejos de terminar. Un año después recibiría la pena capital en los juzgados franceses. Era demasiado tarde: el Carnicero había escapado.

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Desde La Paz hay que tomar tres pequeños buses para llegar a un caminito de tierra en Senkata, uno de los barrios más grandes y caóticos de El Alto. En una casa modesta me espera uno de los paramilitares que actuó en el «golpe de la cocaína» y en los operativos posteriores a este. Vio a Barbie en una incontable cantidad de oportunidades en Cochabamba y La Paz.

Ahora tiene una vida mucho más sencilla. La democracia que llegó a Bolivia en 1982 desmontó la mayoría de los grupos armados irregulares y desde entonces él tuvo que remar a contracorriente para sobrevivir. Trabajó en peñas folclóricas, cuidó propiedades en el campo, a veces hizo de guardaespaldas e incluso tuvo encargos como detective. Nada comparado –él lo admite– con sus «días de gloria» de combate contra los subversivos. Algunos de sus ex-colegas de tropa se convirtieron en policías. Él no pudo seguir ese camino porque ya estaba muy expuesto.

Casi no le queda cabello pero mantiene el bigote, ahora completamente blanco, que llevó durante los meses que duró el «golpe de la cocaína». Cuando le propongo la posibilidad de entrevistarlo me desahucia con mucha facilidad. «Mira, yo tengo una condena y nunca la pagué. Prefiero que mi nombre no vuelva a sonar en ningún lado». No me miente. Antes de visitarlo, verifiqué que su nombre aparece entre un grupo de 14 personas que fueron condenadas por genocidio y masacre sangrienta en 1986.

«¿Usted estuvo en la fiesta con Pablo Escobar, Luis Arce Gómez y Klaus Barbie?», le pregunto al ex-paramilitar después de comprometerme a no divulgar jamás su nombre y guardar la grabadora. «Me contaron que Pablo Escobar venía algunas veces. Yo nunca lo vi. Creo que esa vez fue una parrillada, ¿no?», me responde impreciso y con un gesto de indisimulable incomodidad. Parece que no quiere hablar mucho del tema que le propongo; sin embargo, su dato era preciso. Aquella tarde de enero de 1981, el Rey de la Cocaína ofreció un churrasco a sus invitados. Entiendo que debo cambiar de estrategia y creo que acompañarlo en el repaso de sus «días de gloria» serviría. Veo un libro sobre la mesa que me sirve de perfecta excusa para tratar de entrar en confianza con él. «Es una excelente investigación, muy detallada y bien contada», le digo y apunto a la tapa roja de Teoponte, la otra guerrilla guevarista en Bolivia, de Gustavo Rodríguez Ostria (Kipus, Cochabamba, 2006.).

Me pregunta si lo leí y le respondo que aún no lo he terminado. Se nota que hablar de su vieja guerra contra los «zurdos» le apasiona más. «Yo los conocí a toditos. Hasta a los cubanos que los ayudaban», me dice. Mientras hojea el libro, comienza por asegurar que al cantautor folclórico boliviano Benjo Cruz lo engañaron «los comunistas» para entrar en la guerrilla en 1970. «Él iba a triunfar al lado de Horacio Guaraní en Argentina, pero lo mandaron a Teoponte. Tenía una carrera prometedora porque Guaraní también era zurdo. Se metió al ELN [Ejército de Liberación Nacional] y se fue a la mierda. Incluso los elenos [miembros del ELN] le inventaron versos que él nunca escribió. Lo utilizaron».

Han pasado más de 40 años desde que este señor comenzó a combatir a las distintas fuerzas de izquierda que operaron en el país y todavía exhala bronca contra los elenos. Me asegura que a ese ejército guerrillero, fundado por Ernesto «Che» Guevara, le llegaba mucho dinero de Cuba y de la URSS en los setentas y que varios de sus integrantes se quedaron con esos recursos. Con vehemencia me dijo: «Ellos robaban también», aunque aclaró de inmediato que no se refiere a todos los elenos. «Había gente de mucho honor ahí, aunque estaban en guerra con nosotros».

Sobre la masacre de la calle Harrington del 15 de enero de 1981, en la que ocho líderes del Movimiento de Izquierda Revolucionaria (MIR) fueron asesinados por paramilitares, asegura que hubo una delación que les permitió intervenir con facilidad y exterminar a los cuadros miristas. La reunión, según él, debía ser originalmente en una plaza en la zona de Tembladerani, pero a último momento fue trasladada a esa calle del barrio de Sopocachi. La información llegó puntual al Ministerio del Interior y de inmediato se instruyó el asalto.

De a poco nos acercamos a lo que fui a buscar. Sin que se lo pregunte, comienza a contarme que en la dictadura del coronel Hugo Banzer (1971-1978) había una disputa feroz entre los militares por conseguir terrenos en el oriente de Bolivia y quedarse con el dinero que llegaba de los créditos internacionales que hicieron insostenible la deuda externa de Bolivia. Sospecha que ahí comenzó el narcotráfico; no de la mano de los paramilitares o criminales, sino desde las mismas Fuerzas Armadas y con los nuevos terratenientes cruceños que «se llenaron de dinero y títulos de propiedad gracias a Banzer». Al fin menciona a «Los Novios de la Muerte», el terrible grupo paramilitar organizado por Barbie para apoyar el golpe de Estado de julio de 1980 y que después sería puesto al servicio de la conexión boliviano-colombiana del narcotráfico. Lo que luego se conocería como la «General Motors de la cocaína».

Ellos –me cuenta– se organizaron a finales de los años 70 y colaboraron en varios cuartelazos y acciones para eliminar o secuestrar a referentes de la izquierda local. Pasaron un tiempo en Centroamérica, donde adiestraron a los primeros contras que enfrentaron la revolución sandinista nicaragüense, y volvieron para actuar en el «golpe de la cocaína». Después, el dinero de Roberto Suárez y el cártel de Medellín los puso a operar en el oriente boliviano, con la misión de limpiar el terreno para que solo los socios tuvieran la exclusividad de producir la pasta base que se vendería a los colombianos. Los narcos menores tenían dos opciones: convertirse en aliados y pagar «el impuesto», o ser delatados ante el Ministerio del Interior y expulsados del negocio.

Bastante se ha escrito sobre este grupo armado que sembró el terror en La Paz y Santa Cruz durante el gobierno de García Meza; sin embargo, hay un detalle que yo nunca había escuchado antes. El hombre del bigote blanco me revela que existía un brazo civil de «Los Novios de la Muerte» que se ocupaba de limpiar las huellas de las operaciones de los narcotraficantes. «Eran abogados casi todos. Ellos montaban los negocios con los que se lavaba el dinero de la droga que llegaba a Bolivia. Tenían mucha influencia sobre los gobiernos de Banzer y García Meza. Incluso uno de ellos llegó a ser contralor general de la República en aquellos años».

Casi al finalizar la conversación me cuenta una última anécdota de Barbie. Recuerda que cuando los «agentes de seguridad» se encontraban fuera de servicio en Cochabamba, pasaban las horas y los días en el desaparecido Café Continental, al lado de la catedral. De vez en cuando Klaus, que permanecía la mayor parte del año en esa ciudad a pesar de sus frecuentes viajes a La Paz y Santa Cruz, visitaba al grupo y se sentaba a tomar un café con ellos. Una tarde, él calcula que fue en 1979, una pareja de judíos se sentó en la mesa de atrás. El Carnicero de Lyon, tratando de maximizar su repulsión, dijo en claro español y muy fuerte: «Deberíamos volver a hacer jabón».

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Michael Levine fue agente encubierto de la Administración para el Control de Drogas de EEUU (DEA) en Argentina durante algo más de tres años, entre 1978 y 1982. Desde ese puesto logró engañar a narcos bolivianos como Roberto Suárez, los esposos Atalá, Alfredo «Cutuchi» Gutiérrez, Marcelo Ibáñez y la familia Gasser –todos ellos cruceños–, al involucrarlos en la venta de más de 1.000 kilos de sulfato base de cocaína a cambio de nueve millones de dólares. El 24 de mayo de 1980, un viejo Convair cargado con la droga partió desde una pista escondida en la selva beniana rumbo a Florida. Al mismo tiempo, dos bolivianos eran arrestados en el interior del Kendall Bank de Miami después de recibir el pago por «coronar» la operación.

Mike, como le dicen todos al neoyorquino, creyó que su temerario operativo representaba el golpe al narcotráfico más grande en la historia. Al fin había logrado incriminar a los peces gordos bolivianos. Estaba muy equivocado. Su gobierno tapó el caso y liberó a los detenidos. Los capos del narco en Bolivia estaban muy lejos de perder su influencia en las agencias especiales estadounidenses.

A pesar de que Levine fue uno de los agentes encubiertos más importantes de las décadas pasadas y está en la «lista negra» de colombianos y mexicanos a los que ayudó a arrestar, conseguir su número de celular no es difícil. Además, él mismo responde el teléfono señalando su nombre: «Hi, this is Michael Levine…».

Me sorprendo por la naturalidad con que me responde. Yo había imaginado que me tocaría sortear uno o dos filtros entre secretarias y subalternos antes de conversar directamente con él. Me presento como un periodista boliviano y él se entusiasma de inmediato con la idea que le propongo. Comienza a hablarme en español con naturalidad. En su acento ya no queda nada de sus años como agregado de la DEA en Buenos Aires, más bien percibo un tono bastante centroamericano en sus palabras.

Le explico que tengo la hipótesis de que la conexión entre Barbie, Escobar y los capos del cártel de Medellín es más fuerte de lo que se cree hasta ahora, y él me responde que todo se explica en la estructura que se monta alrededor del «golpe de la cocaína», en cuyo armado la CIA tiene un rol fundamental:

«Mientras vivía en Buenos Aires me hacía pasar por un mafioso siciliano y así me encontré con la gente de Roberto Suárez y aprendí que más de 90% de la pasta base boliviana era vendida a los colombianos, para convertirla en cocaína. La CIA –continúa Levine– en ese momento [1980] no tenía idea de lo que estaba haciendo la DEA, ni le importaba. A su juicio, los agentes de la DEA éramos aficionados incompetentes. Ellos, mientras tanto, estaban fomentando el derrocamiento del gobierno de Lidia Gueiler. Su principal activo para el control de los militares bolivianos en ese momento era Klaus Barbie. Fue uno de los varios activos ex-nazis que tenían trabajando en América del Sur en ese momento».

Gueiler fue depuesta el 17 de julio de 1980, seis meses y 10 días después de que Escobar se conociera con el Carnicero de Lyon en esa parrillada en la que el Rey de la Cocaína comprometió cinco millones de dólares para financiar el cuartelazo. Concluye Levine:

«El resultado fue que, mientras la CIA estaba tratando de derrocar a Gueiler, yo estaba trabajando estrechamente con ese gobierno para destruir la organización de Suárez, que irónicamente era protegida por la misma CIA. Así que cuando Suárez nos hizo llegar el cargamento de cocaína más grande en la historia de EEUU (en aquel momento) y arrestamos a José Roberto Gasser y Alfredo Gutiérrez en Miami con nueve millones de dólares en efectivo en un banco de Miami, la CIA fue tomada por sorpresa».

Sin embargo, Mike también fue tomado por sorpresa en aquel entonces. Él no sospechaba que la conexión boliviano-colombiana de la droga tenía cobertura especial de parte de la agencia de inteligencia más importante de su país y jamás imaginó el poder que tenían dentro del gobierno de García Meza los peces gordos que él había incriminado. En 1994, años después de descubrirlo y ser retirado de su puesto en Buenos Aires, Michael publicó el best seller The Big White Lie: The Deep Cover Operation that Exposed the cia Sabotage of the Drug War (Reed Business Information, Nueva York,1994.), que en América del Sur fue editado en español con el título La guerra falsa. Fraude mortífero de la CIA en la guerra a las drogas (CEDIB, 1994. Disponible en Amazon: http://tinyurl.com/knb6o5l).

«Su siguiente acto [de la CIA] iba a comenzar con el «golpe de la cocaína» de 1980 –prosigue Levine en la entrevista–. Además, como he escrito en el libro, Klaus Barbie fue clave en esa sangrienta acción como el brazo derecho de la CIA. Fue el nacimiento de la organización que llegó a ser conocida como «La Corporación», que yo tengo entendido sigue funcionando ahora mismo, que yo llamé «la General Motors de la cocaína». Esta, en mi opinión, es la verdadera historia de lo que ocurrió en Bolivia durante este tiempo, como lo vi y viví. Es la historia triste y real de una verdadera asociación entre el gobierno, los narcotraficantes, criminales de guerra nazis y la CIA, agencia cuya historia ha demostrado que es un organismo compuesto por incompetentes criminales».

Pasaron más de 35 años desde esa tarde en la que Levine celebró por el despegue del Convair desde una pista beniana creyendo que acababa de «coronar» el mayor golpe en la guerra contra las drogas en la historia y, ahora, desde su oficina de investigador privado en Nueva York, no se cansa de acusar a la CIA por voltear su operativo.

Su libro fue lectura obligada en círculos políticos de izquierda bolivianos durante décadas y seguro está en varias de las bibliotecas domésticas de actuales ministros y parlamentarios del partido de Evo Morales. Solo así se explica que, el 3 de marzo de 2011, Morales mostrara un ejemplar de La guerra falsa en un acto público para ratificar la decisión que tomó en 2008 de expulsar a la DEA de Bolivia. Aquel episodio no le gustó nada a Mike…

«En 1995 yo conocí personalmente a Evo Morales. Le expliqué lo que yo puse en el libro. La DEA trabajaba con Lidia Gueiler para neutralizar a la mafia cruceña. Fue la CIA la que traicionó a los bolivianos. Por eso yo no me puedo explicar por qué Evo Morales expulsó a la DEA y no a la CIA. Es incomprensible para mí. Sin la protección y apoyo de la CIA a criminales de guerra nazis y narcotraficantes, nunca hubiera existido La Corporación en Sudamérica y la resultante epidemia de crack y cocaína en EEUU».

El ex-agente encubierto conoció y fue parte activa de los procesos contra varios de los más famosos narcotraficantes colombianos, sobre los que ahora se escriben libros y se producen telenovelas y películas. Hoy no tiene dudas de que los peces gordos bolivianos a los que había implicado en 1980 eran mucho más poderosos y valiosos dentro del mercado mundial de las drogas.

«Bolivia era responsable de la producción de 90% de la cocaína en el mundo. Pablo Escobar era uno de los traficantes de cocaína más importantes a los que Sonia Atalá vende cocaína. Él solía llamar a Sonia «la reina con la corona de nieve». Ella era mucho, mucho más importante en la historia de la cocaína en América del Sur que él. Escobar fue una creación del American media [los medios estadounidenses]».

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A pesar de las apreciaciones de Levine, es evidente que en Colombia muy pocos conocen de Barbie y prácticamente nadie escuchó hablar de Atalá o Suárez. En cambio, de Escobar y del «Mexicano» Rodríguez Gacha no se olvida nadie. Pasarán varias generaciones antes de que los colombianos olviden a los responsables de los coches bomba, el estallido de un avión en pleno vuelo, los bombazos en centros policiales o el asesinato de directores de periódicos, ministros y candidatos a la Presidencia.

De paso por Bogotá, donde asisto a un congreso sobre políticas públicas de drogas, me dicen que no vale la pena que me aventure hasta Medellín en busca de nuevas pistas. Allá todo el mundo tiene historias de todos los colores que supuestamente involucran a Diego Maradona, Chespirito, el Puma Rodríguez y hasta a los Rolling Stones, pero nunca se escuchó hablar de los peces gordos bolivianos o del Carnicero de Lyon. Además, en la capital de Antioquia casi todos los testigos cercanos al cártel de Medellín cobran por contar cualquier tipo de detalle relacionado con la vida, obra y milagros del Patrón.

Comencé a buscar en librerías alguna publicación con nuevas pistas, pero los resultados no fueron muy alentadores. La mayoría de los libros están plastificados y no puedo hojearlos para ver su contenido. Además son carísimos. Me llevo un par que terminan siendo una gran decepción.

La suerte asoma recién en mi último día en la capital colombiana. Descubrí una feria apenas a cinco cuadras del Palacio de Nariño donde había una abrumadora colección de textos con crónicas e investigaciones periodísticas sobre el narcotráfico, las guerrillas y el paramilitarismo. Cuando las vendedoras advirtieron que me interesaban las obras relacionadas con Escobar y el narcotráfico, hicieron aparecer otro fardo con más títulos sobre las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (farc), las Autodefensas, la historia del secuestro de Ingrid Betancourt y novelas relacionadas con el mundo de las drogas. «A usté le gustan los libros sobre bandidos», me dice riendo una de ellas mientras me alcanza un ejemplar original del histórico Los jinetes de la cocaína (Documentos Periodísticos, Bogotá, 1987), de Fabio Castillo, que hace más de una década es imposible de encontrar en cualquier librería del mundo.

El vínculo del Patrón con Bolivia se inicia en su primera detención como traficante. El capo del cártel de Medellín afirmaba que la graduación de un bandido profesional era pasar unos meses en la cárcel, y a él le tocó titularse en 1976. John Jairo Velásquez, alias Popeye, el último jefe de sicarios vivo de Escobar, contó al periodista Mauricio Aranguren que su patrón narró este episodio fundacional con estas palabras:

«Mis únicos antecedentes penales hasta hoy vienen de esa captura. El 16 de junio de 1976 venía de Pasto con mi primo Gustavo Gaviria. Traíamos 39 libras de pasta de coca dentro de la llanta de repuesto de un camión. El informe policial decía que era cocaína, pero en realidad era solo la base, pasta, que traíamos para procesarla en un laboratorio creado por nosotros en Envigado. En esa época no había una sola mata de coca sembrada en Colombia, la materia prima tocaba traerla de Perú y Bolivia. Los detectives del das [Departamento Administrativo de Seguridad] nos cayeron al lugar y no hubo tiempo de escaparnos, nunca supe cómo se enteraron, el hecho es que nos pescaron con la mercancía en la mano. Tratamos de sobornarlos, pero los muy honestos no quisieron plata. Nos llevaron a la cárcel de Pasto, la frontera con Ecuador, porque el camión tenía placas de allí. Recuerdo que a la hora de la reseña policial sonreí. Es una de las fotos que más quiero. ¿Sabes por qué? Todo bandido tiene que pasar un tiempo en prisión para tener la escuela completa. Podríamos decir que esa foto es la de mi graduación».

Aquella detención de 1976 fue recreada en la telenovela El patrón del mal; sin embargo, los peces gordos bolivianos, la mafia cruceña y Barbie no tienen una sola mención en los 127 capítulos de la exitosa producción de Caracol tv. La serie está inspirada en el libro La parábola de Pablo. Auge y caída de un gran capo del narcotráfico (Planeta,Bogotá, 2001), del periodista y ex-alcalde de Medellín Alonso Salazar Jaramillo, y allí sí aparece una referencia a la alianza de Escobar con el Carnicero de Lyon. Una escena tan descabellada que, sin el contexto necesario, parecería el cruce de dos grupos de viajeros del tiempo que se encuentran extraviados en la mitad de una jungla:

«[Pablo] Decidió trabajar sin intermediarios y conquistar con colombianos la ruta del sur. (…) En la medida en que sus hombres viajaban se relacionaban con gendarmes, dictadores y gobernantes, y con viejas y nuevas mafias. En Bolivia se contactaron con militares y fugitivos nazis –como el Carnicero de Lyon, Klaus Barbie–, quienes manejaban el comercio de la base de coca en las selvas. Hombres de Pablo vieron allí cómo los seguidores de Hitler, 40 años después de la guerra mundial, en plena selva, seguían vistiendo sus uniformes y desfilando en honor del gran Führer».

Lo que sucede después de la detención del Patrón en 1976 también está relacionado con Bolivia y los peces gordos. La conexión es relatada por Luis Cañón en su libro El Patrón. Vida y muerte de Pablo Escobar (Planeta, Bogotá, 1994.).

«Luego de salir de la prisión, en 1976, Escobar viajó a Bolivia y se entrevistó con otro hombre que también se dedicaba a sentar las bases de su futuro imperio. Se trataba de Roberto Suárez, terrateniente y ganadero que ejercía un poder paralelo en toda la zona de la Sierra Baja. Los dos hombres acordaron unas condiciones de negociación y unas cantidades fijas. Brindaron por la prosperidad permanente de su relación y del negocio».

En los primeros años de la década de 1980, los responsables de controlar la seguridad de todas las operaciones que se realizaban en las pistas de Santa Cruz y Beni eran «Los Novios de la Muerte», contratados por el Rey. Barbie, como detallaremos más adelante, ya era el asesor de inteligencia, emisario ante el gobierno boliviano y proveedor de contactos de la «General Motors de la cocaína».

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El Bavaria era un restaurante y bar de dos ambientes ubicado en el centro de Santa Cruz de la Sierra. El primer ambiente no tenía ningún elemento llamativo más allá de algunas insignias y banderas alemanas; sin embargo, el segundo cuarto tenía una estatua de Hitler y una colección completa de emblemas nazis. Al menos así lo recuerda el general retirado Gary Prado, quien me contó en una entrevista telefónica que en 1981 lo intervino para desarticular a «Los Novios de la Muerte» por orden presidencial de García Meza. Menos de un año después de instalarse en el Palacio de Gobierno de La Paz, el régimen necesitaba lavarse la cara frente a EEUU. En todo el mundo se hablaba de la «narcodictadura boliviana», y el dictador no tuvo más opción que avanzar contra la maquinaria de la droga asentada en Santa Cruz para ganar oxígeno.

«Cuando García Meza me manda a Santa Cruz como comandante de la viii División del Ejército [1981] se produce un shock en el resto de los militares cercanos a él. Ellos manejaban esa división desde La Paz –dice el militar que también participó en la campaña contra el Che Guevara de 1967–. Yo le dije al general que iría a Santa Cruz a poner orden. Yo ya conocía que el grupo de los alemanes trabajaba con los militares en las tareas de represión y también trabajaba protegiendo a los narcotraficantes. Incluso había grupos civiles armados que patrullaban en la ciudad. Toda la ciudad estaba atemorizada. Fuimos al Bavaria –prosigue Prado–, que era el cuartel general de los nazis. Los capturamos a todos y los puse en la frontera. Los saqué a Brasil inmediatamente y eso causó un alboroto tremendo en Santa Cruz. Así empecé a poner orden. Tardé un mes en desarmar estos grupos. Sabíamos que tenían banderas nazis y una estatua de Hitler y que allí se hacían rituales. Sacamos todos esos símbolos. Cuando ingresamos ellos pensaron que veníamos a impartirles órdenes porque vieron que éramos militares».

La contraparte boliviana de los libros colombianos fue más difícil de conseguir, pero al fin hallo un indicio a través de esta conversación con el general Prado. El militar retirado me contó que se producía tanta pasta base en Bolivia que en cierto momento las arcas del Banco Central se llenaron por las incautaciones. Así fue como el gobierno tuvo que almacenar el resto de la droga en los cuarteles. «Toda la producción se iba en avionetas desde todas partes para los colombianos. Acá no había laboratorios de cristalización», asegura.

Fue Prado quien expulsó de Bolivia al famoso neonazi Joachim Fiebelkorn, un alemán desertor de su Ejército aficionado a coleccionar uniformes y artículos de las tropas de asalto de Hitler. Él era el jefe del grupo de mercenarios que Barbie puso a disposición de Roberto Suárez y que vieron sorprendidos los hombres de Escobar en medio de la selva.

Una vieja publicación de 1980 del instituto londinense Latin American Bureau, titulada Narcotráfico y política. Militarismo y mafia en Bolivia (Disponible en <http://tinyurl.com/jwo4zrz>), permite completar la fotografía de la relación entre los paramilitares colombianos y bolivianos. Allí se puede leer el relato de uno de los paramilitares que formaban parte de la mafia cruceña. El libro identifica al autor del testimonio como un mercenario alemán «ex-boxeador de peso mediano», quien reconoce a Barbie como uno de los que daban instrucciones al grupo.

«Suárez tenía 28 pequeños aviones con un águila negra sobre el fuselaje. Dos de nosotros acompañábamos al piloto: se aterrizaba en el territorio boscoso del Beni, cerca de la frontera brasileña, y se esperaba a los intermediarios colombianos. Los capos de la mafia boliviana se habían comprado amplios territorios en el Beni para ocultar sus negocios. Había una pequeña pista en medio de los árboles donde aterrizaban los aviones. Antes de nuestra intervención, sucedía con mucha frecuencia que los colombianos pagaran con paquetes ya preparados que contenían pocos dólares y mucho papel y escapaban lo más pronto posible mientras disparaban ráfagas de ametralladora. Pero Fiebelkorn hizo instalar dos puestos de bazooka en torno a la pista. Desde aquel día, los colombianos empezaron a pagar regularmente. Tenían miedo y rabia de nosotros, los alemanes.

Era lindo –prosigue el relato anónimo– hacer el viaje de regreso a Santa Cruz con el avión cargado de «verdes». Una vez tuve en mis manos cuatro millones de dólares. Suárez no nos hacía faltar nada y nos pagaba 5.000 dólares al mes, una gran suma para Bolivia. No sabíamos dónde gastarlos, porque en el Bavaria todo era gratis para nosotros. Había cinco chicas alemanas, más Gerlinde, la preferida de Joachim [Fiebelkorn]. Con las hermanas Marianna y Mara, dos ex-cabaretistas del Treff, en el Taunus Feldberg de Fráncfort, Gerlinde había protagonizado breves films pornográficos. Los proyectábamos para los coroneles bolivianos y ellos perdían la cabeza. Un día vino a visitarnos Klaus Altmann [Barbie], entonces consejero de Seguridad del Ministerio del Interior boliviano. Nos dijo: «Llegó el momento. Es necesario hacer saltar este gobierno antes que Bolivia se transforme en una gran Cuba».

Así fue el «golpe de la cocaína».

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«Durante el año 1981, Barbie acompañó a mi marido en varios viajes que realizó a Medellín, Colombia, como su asesor en inteligencia. El 5 de enero del año 1982, Roberto se reunió en Panamá con Manuel Antonio Noriega y Pablo Escobar. Esa reunión con el general panameño fue concertada por Barbie, quien también estuvo presente», me responde con mucha precisión Ayda Levy.

Queda claro que el Carnicero no solo proveía seguridad para las operaciones de La Corporación gracias a su influencia en las dictaduras bolivianas. También aprovechaba sus contactos para asegurar la expansión del negocio.

«Los nexos de Barbie con la incipiente agencia de inteligencia estadounidense [CIA] se dan en un principio por la mediación de la red de extracción que había facilitado el Vaticano, después de la Segunda Guerra Mundial, principalmente para científicos y disidentes nazis. La antigua relación de Barbie con el Vaticano sirvió para que Roberto [Suárez] y Escobar iniciaran relaciones comerciales con Roberto Calvi, quien era presidente del Banco Ambrosiano» –añade Levy–. Así fue como la cocaína de la «General Motors» inundó Europa, con la venia y participación de la Santa Sede en Roma.

Sin embargo, Klaus no llegó a ver los frutos de su última gestión a favor del cártel de Medellín. Como revelación final, la ex-compañera del Rey de la Cocaína recuerda el último encuentro entre el Patrón y el Carnicero.

«La última vez que Barbie tuvo contacto con Pablo Escobar y Gonzalo Rodríguez Gacha fue en nuestra hacienda San Vicente, el día del cumpleaños de mi hijo Roby, el 26 de diciembre de 1982. Los anteriores meses Barbie había contactado a Roberto y Escobar con Oliver North, pero no pudo participar del acuerdo final al que llegaron con el militar norteamericano en Panamá por su arresto en La Paz a inicios del año 1983».

Una reducción presupuestaria dictaminada en Washington había puesto en emergencia a los servicios especiales estadounidenses, que no tuvieron más opción que llegar a varios acuerdos con productores de cocaína, marihuana y crack en todo el mundo, además de vender armas en secreto, para financiar la guerra contra los revolucionarios en Nicaragua. El escándalo estalló en 1985 y fue bautizado como el caso Irán-Contras. Para ese entonces, sin embargo, Barbie ya estaba en una prisión en Francia.

Unos meses antes de ser extraditado, el Carnicero embarcó a sus socios de La Corporación en aquel negocio propiciado por North (quien sería dado de baja de los Marines por la operación). Fue la última jugada del ex-comandante de la Gestapo en los albores de la democracia boliviana. Desprovisto del poder que le otorgaban las dictaduras y abatido por la muerte de su hijo y esposa en el mismo año, fue sorprendido por el gobierno izquierdista de la Unidad Democrática y Popular de Bolivia y, al fin, deportado a Francia. Lo último que le dejó al continente americano fue un millonario pacto que exhibió cuán flexible fue la moral de EEUU en el afán de derrotar a la naciente revolución sandinista.

En 1984, con el acuerdo en marcha, en una habitación en Medellín, Escobar le dijo a su amante Virginia Vallejo que «con tal de matar comunistas, ¡Oliver North pactó hasta con el diablo!». Y el Patrón no se equivocaba, aunque Barbie ya estaba preso para entonces. La ex-presentadora de televisión y pareja eventual del colombiano lo contó en esas palabras en su libro Amando a Pablo, odiando a Escobar (Grijalbo, México, 2007.).

***

Le pregunto a Manuel Cárdenas Mallo, quien fue ministro del Interior del primer gobierno democrático de Bolivia después de que se retiraron los militares (octubre de 1982), cómo les devolvieron el país. «Nos dejaron todo el problema. Ellos se dedicaron más a la lucha contra la izquierda y a perseguir a los comunistas. Era lo único que les importaba y por eso permitieron de todo y abandonaron el control de lo demás», me responde todavía indignado en referencia al negocio de la cocaína. La democracia de Bolivia nació con el aparato del narcotráfico totalmente instalado y en marcha a todo vapor.

En 1983 todavía restaban 10 años para que el Patrón fuera abatido a balazos y ocho para que la leucemia acabara con el Carnicero de Lyon, pero sus caminos ya estaban separados. A Escobar le faltaba aterrorizar a todo un país antes de dejarse derrotar y liquidar el 3 de diciembre de 1993.

Dos años antes de aquello, la muerte alcanzó a un Barbie solo y débil, en una celda con la luz apagada y sin la mínima esperanza de volver a caminar impune por los pasillos del poder en La Paz o tomarse un expreso en el Café Continental de Cochabamba.

El legado de ambos se escribe por separado, mientras los que conocen la conexión de a poco arriaron las banderas. Los militares se alejaron del poder en Bolivia y el agente encubierto de la DEA inició una cruzada para denunciar la traición y patraña de la CIA en la lucha contra las drogas. Los paramilitares colombianos permanecen en la selva, en la cárcel o en la fosa, mientras que los mercenarios bolivianos fueron enjuiciados y tuvieron que buscar nuevas formas de ganarse la vida. El cártel de Medellín perdió la guerra, pero el narcotráfico es un poder cada vez más incontrolable en América Latina. La conexión boliviano-colombiana fue reemplazada por México y Brasil. El hombre del bigote blanco lee sobre la guerrilla de Teoponte y así revive sus viejos combates. Reniega de la historia como se la cuenta ahora, pero tampoco piensa mover un dedo para cambiarla por su versión. Prefiere dedicarse a sus nietos.

Casi 35 años transcurrieron desde aquella fiesta en la residencia de Equipetrol. No es poca cosa. El tiempo no dejó de pasar para ninguno, pero la memoria de todos conserva frescas las imágenes de esos años de guerra, mafias y fiestas de lujo. Como esa parrillada de enero de 1980 en la que el Patrón y el Carnicero de Lyon brindaron con Dom Pérignon junto a los capos del cártel de Medellín y los peces gordos bolivianos, mezclados entre militares y mercenarios neonazis.

 

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Nadine, Bolivia, Martín Belaunde Lossio y el giro de Ollanta

Un cartel llamó la atención de todos los que circularon ayer por el Paseo de la República, una de las avenidas más transitadas de Lima. “Feliz cumpleaños Nadine, Belaunde libre” se leía en la pancarta firmada irónicamente con la etiqueta #SociosDelaCorrupción.

La alusión estaba dirigida nada menos que a la primera dama del Perú, quien tiene vinculación, contratos y fotografías con Martín Belaunde Lossio, desaparecido desde la madrugada del domingo. La compañera del presidente Ollanta Humala es una de las piezas clave dentro del complejo caso por el que en menos de 48 horas ya se detuvo a 12 personas en Bolivia y le costó el puesto de ministro de Gobierno a Hugo Moldiz.

Nadine Heredia y el hombre que abandonó la casa del Curaca Blanco en Bajo Llojeta tienen historias que se cruzan en distintos momentos y que se relacionan con Bolivia también. Hace 20 años, la elegante e influyente primera dama del Perú era una estudiante de melena desordenada con pantalones rasgados y pintados que era parte de un grupo folclórico que covereaba a Los Kjarkas.

Ahora viste trajes de Carolina Herrera, zapatos de Salvatore Ferragamo y joyas de G&G, pero cuando la joven Nadine vino a Bolivia de gira con su grupo Tampu, llevaba ropas anchas y carteras con diseños andinos. Una foto de aquella visita quedó en el baúl de recuerdos de un periodista y se publicó junto a una entrevista el año pasado en la edición peruana de la revista Cosas.

En la imagen se ve a quien entonces era una estudiante de Comunicación Social abrazada con uno de sus compañeros de estudio frente a una pared llena de grafitis. La instantánea no llamó mucho la atención en Perú, pero el reportaje generó revuelo por la acción judicial que interpuso la primera dama para que no salgan las fotos de sus hijos.

“Lo que yo recuerdo de Nadine en tiempos de universidad, es que era una chica que no permitía que se manchen sus emociones, y se mantenía a salvo. Como alguien que camina atravesando un río, manteniendo una vela encendida. La recuerdo riendo en El valle de la Luna, en La Paz, en un viaje que hicimos con el grupo vocal. Ahora estamos en la Residencia de Palacio de Gobierno viendo las fotos que le he llevado, de aquellas épocas. Ríe conmigo, en este salón, señorial, dorado, pasando las páginas del álbum de 1994”, escribió Gabriel Gargurevich, autor de la entrevista y partícipe de aquella visita a Bolivia.

(Foto: Revista Cosas - Perú)

 

Los contratos y el apoyo chavista

Faltaban 15 años para que estalle el escándalo de los contratos de ella con Belaunde Lossio y el padre de éste que generaron un enorme manto de dudas sobre el origen y destino de su creciente patrimonio. Nadine pasó, en ese tiempo, de ser una aplicada y bohemia estudiante de universidad privada a una consultora internacional con grandes contratos y una cuenta bancaria que recibía miles de dólares cada semana. Dos años después del viaje a La Paz, conoció a Ollanta Humala.

Un reportaje especial del equipo de investigación de Ojo Público (Perú) reveló los contratos que Heredia contrajo desde 2006 años con quien fue asesor y financiador del proyecto político de Humala y que ahora está desaparecido. “Desde entonces, la historia de las cuentas de la hoy primera dama en el Banco de Crédito del Perú se convirtió en el secreto mejor guardado del régimen”, afirma el medio de comunicación de Lima. Fueron 219.000 dólares de origen desconocido que se depositaron entre 2006 y 2009 a favor de Nadine.

En 2007 se conocieron dos contratos, uno por 90.000 y otro por 51.000  dólares que la comunicadora firmó con Martín Belaunde Lossio y con el padre de éste, Antonio, respectivamente. Sin embargo, la Unidad de Inteligencia Financiera del Perú constató que los depósitos desde estas empresas nunca se hicieron y sólo fueron una cortina para justificar los ingresos descomunales que eran depositados a favor de Heredia por familiares y amigos de ella sin capacidad semejante para transferir tales cifras.

(Ver el reportaje de Ojo Público: http://www.ojo-publico.com/28/historia-detras-de-las-cuentas-bancarias-de-nadine )

En esta misma época ingresa en el escenario un personaje conocido de los procesos políticos de Venezuela, Ecuador y Bolivia. El Centro de Estudios Politicos y Sociales (CEPS) y el asesor constitucional Rubén Martínez (español) aterrizaron en Lima en 2008 para trabajar en el programa de Ollanta Humala, según un cable filtrado por Wikileaks. La relación entre el experto que colaboró en los procesos constituyentes del eje bolivariano con el Partido Nacionalista Peruano duró poco, sin embargo. El estilo “controlador” de Nadine frustró la colaboración.

En aquel momento el Daily Journal, venezolano y filo chavista, tenía un contrato de 4.000 dólares mensuales con Heredia por publicaciones que nunca se llegaron a hacer. Los pagos tampoco se realizaron. 8.000 dólares sí fueron recibidos por la primera dama por la privada Venezolana de Valores desde un paraíso fiscal en Curacao.

Chávez apostaba por Ollanta en Venezuela y no se quedó en las declaraciones de apoyo e invitaciones a Caracas. Sin embargo, los que conocen el Palacio de Miraflores señalan que fue precisamente Nadine la que pilotó el giro gubernamental que dio la espalda al eje bolivariano y se acurrucó en el proyecto de la Alianza del Pacífico. No hubo más tufillo socialista en el discurso de Ollanta, ni siquiera un nacionalismo moderado sino pragmatismo liberal puro y duro. La chica que cantaba temas de la nueva trova cubana e Illapu había quedado muy atrás.

El giro de Ollanta

Vale recordar que la punta de lanza de la campaña Humalista para captar el voto de la comunidad peruana en Bolivia en 2011 fue el socialista Hugo Cabieses, hoy alejado del gobierno. Hoy critica el extractivismo de varios emprendimientos del Poder Ejecutivo en Lima. Su oposición a un proyecto minero (Conga) le costó el cargo.

“A Perú se lo exhibe como ejemplo para América Latina de un país que ha crecido sostenido por la minería. Yo vengo a defender todo lo contrario”, dijo hace un año en Montevideo y añadió que Humala “dio un giro de 180 grados”. Su amigo Ricardo Soberón, quien impulsó una política pública de drogas enfocada en los derechos humanos, fue otro de los desplazados de la primera camada izquierdista de la administración de Ollanta.

“Perú ha tenido un crecimiento económico sumamente importante en los últimos años, pero ese crecimiento ha sido de todo menos sostenible. Y la minería, fundamentalmente la minería a tajo abierto, ha contribuido mucho a esa insostenibilidad. Yo fui parte del gobierno de Ollanta Humala cuando el presidente sostenía que entre el oro y el agua había que elegir el agua. Con afirmaciones como esas y un programa que se llamó ‘La gran transformación’, que sin ser revolucionario apuntaba a otro modelo de desarrollo, fue que ganó las elecciones en 2011. Pero luego pasó a defender lo contrario, y a afirmar por ejemplo que con el oro, con los recursos que genera, se puede proteger el agua. Y es falso por donde se mire”, dijo Cabieses al semanario uruguayo Brecha en 2014.

Otro episodio que exhibió el desmarque de Ollanta del proyecto del eje La Paz-Caracas fue la negativa del mandatario peruano a convocar una reunión de emergencia de Unasur por la detención del avión de Evo en Europa a mediados de 2013. A pesar de los reclamos públicos y privados de Maduro, Cristina y Correa, Humala no quiso llamar al cónclave pese a que en aquel momento tenía la presidencia de la plataforma sudamericana. Quedaba claro que la Alianza del Pacífico le resultaba más cómoda a lo que en algunos sectores del Perú llaman “la presidencia conyugal”.

“Yo creo que la pareja presidencial me persigue, porque les puedo ser peligroso en el sentido político, eso lo tengo claro”, dijo Belaunde Lossio desde La Paz en enero de este año, sin embargo, en Perú la opinión pública y la especializada coinciden en que desde Lima se hizo poco para lograr la extradición que se frustró con la desaparición del empresario y ex asesor el domingo. Pasaron 14 días desde que se supo que en Bolivia se aprobaba la extradición hasta la noticia de la fuga y en todo ese tiempo las autoridades peruanas no hicieron nada para reforzar la custodia en la casa de Bajo Llojeta o lograr un arresto efectivo de Belaunde Lossio hasta el momento de la entrega.

El desaparecido sabe mucho. En eso no miente al afirmar que puede ser “peligroso en el sentido político”. Desde sus primeras apariciones con la “pareja presidencial” en la primera campaña de Humala (2006) hasta la última fotografía conocida de él con Heredia  en noviembre de 2011, Belaunde Lossio seguro tiene muchas historias que contar sobre el papel del eje Caracas-La Paz, los asesores españoles, el dinero que llegaba de Venezuela y el giro de Ollanta que decepcionó a buena parte de la izquierda peruana. Por todo ello apareció aquella pancarta que con malicia afirmaba que su desaparición era un regalo de cumpleaños para Nadine. 

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El oscuro negocio detrás de las avionetas del narco

La avioneta se encuentra abandonada en cualquier pista de la costa Este en Estados Unidos. La transacción se hace por vía electrónica o en efectivo y la aeronave despega en la madrugada rumbo a Sudamérica. Después, el vendedor la reporta robada y cobra el dinero del seguro. El narcotráfico ya tiene un Cessna nuevo para coronar sus envíos. Todos ganaron.

Informes internos de instituciones reguladoras y de inteligencia en Bolivia y fuera del país apuntan a que existe una mafia dentro y fuera de nuestras fronteras que se encarga de garantizar aviones para el tráfico de cocaína. Es más, un documento apunta que las autorizaciones de vuelo e importación otorgadas por la Dirección General de Aeronáutica Civil (DGAC) favorecieron a las actividades ilícitas.

El mercado negro de avionetas tiene su centro de operaciones en Miami, donde también funcionan corredores de armas y los más antiguos canales de distribución de cocaína. Desde allí llegan las naves que alimentan el corredor de droga entre Perú, Bolivia y Brasil.

Viejas avionetas Cessna, muchas de ellas con más de 30 años de antigüedad, parten desde la costa Este rumbo a Bolivia. Harán algunas paradas previas, seguro en Centroamérica, Colombia o Brasil, pero el destino final son las pistas escondidas en las llanuras del Beni y Santa Cruz. El viceministro de Defensa Social Felipe Cáceres brindó estos datos a finales del año pasado, basándose en reportes de inteligencia que hablan de aeronaves “robadas”.

El modelo de negocio es viejo y los cárteles de México fueron los que mejor lo aprovecharon a mediados de los 90. Sus parques de aviones superaban los centenares de unidades mientras que en Estados Unidos las compañías de seguros no dejaban de pagar por los supuestos robos, tal como sucede ahora con los Cessna que llegan a Bolivia.

Así fue como los mexicanos tomaron la posta que perdieron las mafias colombianas sofocadas por sus guerras internas y la persecución de la DEA y las fuerzas de seguridad de su país. Los primeros comprendieron que la distribución, tanto en el capitalismo mundial como en el nuevo crimen organizado, era más importante que la producción y por eso afianzaron sus canales y métodos. Aviones, túneles y hasta catapultas. Todo vale a la hora de asegurar un nicho de mercado. Y a los colombianos no les quedó más opción que resignarse a quedar en segundo plano.

En Bolivia, la historia de los narcovuelos tiene algunas particularidades. Por ejemplo, alguno de los representantes oficiales de las avionetas Cessna en Bolivia durante los años 70 estaba metido en el negocio del narco; así lo cuenta René Bascopé en La veta blanca: Coca y cocaína en Bolivia. Ni siquiera hacía falta acudir al incipiente mercado negro de aquel entonces, todas las aeronaves ingresaban de manera legal y con el beneplácito y complicidad de la dictadura banzerista.

Desde aquel tiempo y durante la década siguiente, la inmensa mayoría de los vuelos trasladaban pasta base elaborada en las fábricas bolivianas hacia laboratorios colombianos. Los narcos de ambos países intercambiaban familiares a modo de garantía para que no existan engaños y sólo los devolvían una vez se constataba que se habían cumplido los compromisos de cantidad de mercancía enviada y de dinero entregado como pago.

Desde aquella época, las organizaciones de Colombia son conocidas por tramposas. Mantienen la costumbre, antes en Bolivia y ahora en Perú, de entregar el dinero en paquetes sellados donde hay pocos billetes y mucho recorte de periódico. Los neonazis al servicio de Roberto Suárez solucionaron el problema al instalar lanzamisiles en las pistas. Los peruanos todavía son sorprendidos en su buena fe y cuando se dan cuenta la avioneta ya es inalcanzable, tal como lo cuenta David Beriaín en su reportaje “Los obreros de la cocaína” publicado en El País de Madrid. (Ver: http://elpais.com/elpais/2014/01/22/eps/1390408071_969586.html )

Ahora los narcovuelos que salen de Bolivia pueden ir a todas partes: Brasil, Argentina, Paraguay o Colombia. Sin embargo, el flujo mayor es para recoger la pasta base de cocaína que sale de las selvas del VRAEM peruano (Valle de los ríos Apurímac, Ene y Mantaro) e iniciar el proceso de cristalización de la cocaína en los laboratorios de Santa Cruz y Beni. Se realizan hasta 13 vuelos por día, según las fuerzas antidroga y medios de comunicación de aquel país. Por eso se necesitan tantas avionetas, no importa de dónde vengan.

El informe

Un documento interno que se preparó en escritorios de la Dirección General de Aeronáutica Civil y que ya llegó a conocimiento de varias instancias (ministerios de Gobierno, de Obras Públicas y Palacio, entre otros) apunta que esta institución no colabora en la lucha contra el narcotráfico al autorizar “la importación y operación de vuelo  de más de 200 vetustas avionetas”. Las mismas, indica el informe, fueron desechadas por antigüedad en Estados Unidos y aprovechadas por el narcotráfico en Bolivia.

El documento señala que, a pesar de la instrucción de Evo Morales de mediados de 2011 de no importar aviones con más de 25 años de antigüedad, la DGAC no dejó de emitir autorizaciones “tal como se pueden ver las avionetas recién salidas de Aduana y estacionadas en la plataforma de Viru Viru, o por el número correlativo de matrícula reciente”. El informe añade que existen datos de que el 50% de estas aeronaves fueron incautadas o derribadas por realizar vuelos ilícitos “especialmente en el Perú”.

(Ver informe: http://issuu.com/compae/docs/dgac-avionetas_incautadas_por_narco/1 )

El informe detalla alrededor de un centenar de casos de avionetas con matrículas clonadas o falsificadas, otras que se encuentran en condición de desaparecidas y varias de las que se supo por medios de comunicación y reportes policiales que fueron secuestradas o derribadas en Perú, Brasil y Bolivia. El tráfico de matrículas también se genera fuera del país, puesto que se detectaron aeronaves registradas en territorio nacional y con placas sobrepuestas de Argentina o Paraguay.

En 2009, detalla el documento, una avioneta de 1964 con matrícula vigente boliviana se accidentó en Brasil y de inmediato fue quemada. Otras tres de ellas, todas con registro boliviano, quedaron incautadas en Paraguay en agosto de 2012 durante el operativo Águila Negra. Ese mismo año, otra aeronave fue derribada en Perú y los tripulantes fallecieron. Un año después, en ese mismo país, un piloto fue abatido cuando quiso sacar pasta de cocaína en una monomotor de 1980. Son apenas algunos ejemplos de incautaciones, secuestros, derribos y accidentes que se registraron con avionetas con placa boliviana dentro y fuera del país.

Si bien la DGAC no tiene como misión principal la lucha contra el narcotráfico, desde la promulgación de la Ley 521 de Seguridad y Defensa del Espacio Aéreo (que autoriza el derribo de aviones en determinadas situaciones) conforma el Comando de Seguridad y Defensa del Espacio Aéreo.

La anterior semana, Felipe Cáceres informó que en lo que va del año se incautaron 11 avionetas gracias a la coordinación de las fuerzas antidroga de Perú y Bolivia. La autoridad gubernamental añadió que todas las escuelas de pilotos cumplen con los requisitos de funcionamiento establecidas por la DGAC, por lo que no es correcto afirmar que son centros de adiestramiento para el narco. Sin embargo, los rumores de escuelas clandestinas en Santa Cruz son cada vez más fuertes. En 2014 fueron 27 las aeronaves secuestradas por operaciones de tráfico de drogas. El mes pasado, Evo Morales entregó cinco ambulancias aéreas que antes fueron avionetas incautadas y resultaron legalizadas por el gobierno boliviano.

Las economías perversas se articulan y se autoabastecen. Es así como el dinero brasileño con el que se paga la droga que se produce en Perú y Bolivia se usa para mantener a flote a los mercados negros de armamento y avionetas en Estados Unidos. La infraestructura del crimen organizado es móvil y maleable, no necesita espacios físicos fijos y se adapta a las necesidades del momento o del cliente. En los mismos aviones en los que se lleva la droga del VRAEM a Santa Cruz y a Beni, viajaron antes las armas con las que los comandos brasileños controlan sus territorios. Lamentablemente hoy, combatir es más difícil que perpetrar.

Ver documento

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#AmazonasClandestino: Las raíces del narco

 

En Bolivia, un viejo traficante de pasta base relata como su hijo se volvió adicto a la cocaína, después otros se introducen en mitad de la selva en la frontera con Perú para “coronar” una entrega y, más tarde, un piloto revela cuánto recibe por trasladar la “mercancía” desde el VRAEM peruano a las llanuras benianas.
 
Son apenas algunas las escenas que podemos ver en Amazonas Clandestino, la serie de seis capítulos que exhibe las profundas realidades detrás de la producción de cocaína, los narcovuelos, las mafias armadas que controlan la explotación ilegal de oro en Venezuela, el sicariato, las guerrillas, los asesinatos de ecologistas y la intimidad del negocio más rentable del mundo: el tráfico de drogas.
 
El documental fue elaborado por la productora española 93 Metros y se estrenó hace un par de semanas en Europa a través de Discovery Channel. La coproducción en Bolivia estuvo a cargo de la gestora de contenidos y productora Indómita. Quien escribe estas líneas tuvo el gusto de colaborar como investigador encargado de recabar información y establecer algunos de los contactos en el norte pandino.
 
David Beriain, director de 93 Metros y host de la serie, relata el viaje que comienza en el Valle de los ríos Apurimac, Ene y Mantaro (VRAEM), prosigue por los puntos de acopio en Cobija, continúa en un operativo para desmantelar una red de laboratorios de cristalización y llega hasta las casas de los capos del tráfico de cocaína en Manaos. Ninguna escena fue montada y todos los testimonios pertenecen a verdaderos operadores del narco en la zona amazónica que comparten Bolivia, Perú y Brasil, uno de los corredores de droga más potentes e incontrolables del mundo. 

Lea: El incontrolable corredor aéreo de la droga
 
“He matado a 16 ó 15. (La primera vez) fue por una plata. Fue accidental. Sentí mucho miedo, después me acostumbré a matar. Cuando alguien traiciona, le cortan los pies, lo serruchan y lo queman vivo con gasolina. En el VRAEM a la gente le gusta que trabajen recto, sin trampas. Me pagan 1.500 ó 2.000 dólares por muerte”, relata un sicario peruano que aceptó que su rostro, cubierto por un gorro y una pañoleta, aparezca frente a las cámaras.
 
“Cobro 30.000 dólares por adelantado por un viaje. Es una responsabilidad grande, porque uno tiene que responder por ese trabajo. Dicen que es una plata fácil, pero no lo es. Uno siente bastante miedo por el peligro. En esa zona del valle (Perú) hay militares que nos pueden derribar. Son ríos y montes, si el avión falla es una muerte asegurada”, cuenta un piloto de narcovuelos que antes de partir de Beni o Santa Cruz rumbo al VRAEM no se olvida de encomendarse con un rezo a San Miguel. Como él, entre 5 y 13 pilotos hacen el mismo recorrido por día, de acuerdo a reportes de las fuerzas antidroga de los países involucrados. Amazonas Clandestino revela cómo las pistas de los narcovuelos son preparadas con apenas unos días de anticipación de los envíos de droga.
 
“Nos pueden matar los asaltantes para quitarnos la mercancía. Por cada kilo que cruza la frontera se me paga 100 dólares. Todo el comercio del VRAEM es con Bolivia. Ya he perdido ocho amigos. Una vez vi como mataron a uno y los animales de la selva se lo comieron”, cuenta Abel, uno de los cientos de mochileros que llevan la pasta base rumbo a Pando. El viaje es por trochas en medio de selvas y valles. Viajan de día o de noche y coordinan con los narcos bolivianos por celular. Para librarse de los frecuentes volteos, los "hombres hormiga" improvisan rutas entre las montañas y aceleran el paso todo lo que pueden.
 
En una casa convertida en un centro de acopio en Cobija, los traficantes muestran su producto estrella: la cocaína “de exportación”. Así le llaman al clorhidrato de alta pureza que tiene un componente químico que impide que los canes de las policías de Brasil y Bolivia detecten el producto. También exponen como la calidad se puede medir con un encendedor y una cuchara. Mientras es más fina, es más difícil de descomponer con el calor. Uno de los narcos cuenta que hace meses llegaron dos africanos que comenzaron a enseñar el método de impregnar la cocaína en la ropa. Método que todavía es imposible de detectar en las fronteras y aeropuertos bolivianos.
 
“Te atrae porque tienes lujo, adrenalina y las mujeres más lindas. Los asaltos y la ley son los peligros. Si nos sorprenden los asaltantes, nos matan. Yo tuve que matar. Empecé a mis 14 años, éramos jóvenes que trabajábamos haciendo entregas. Así fuimos creciendo. De los seis que empezamos, sólo yo quedo vivo”, relata Samuel, quien después muestra frente a las cámaras una de las rutas en mitad del monte donde recogen los paquetes que dejaron los mochileros peruanos. Un día antes de esa incursión se produjo una balacera entre otro grupo de narcos y una banda enemiga que quiso voltearles la mercancía.
 
Samuel pagó una factura elevada por sus años de narco. Su propio hijo se volvió adicto a la cocaína y derivados más nocivos. “Me quería matar. Salí como loco con un arma en la cintura. No quería aceptar. Muchas veces cometemos errores pensando que trayendo el dinero y el lujo lo hacemos bien. Quisiera que no le suceda eso a ninguna familia. Quisiera que ya no exista esta enfermedad”.
 
El documental, ya disponible en Youtube, también muestra la intervención de una red de fábricas de cocaína realizada por la policía antidroga de Bolivia a mediados del año pasado. Los “Garras” lograron detener a 10 personas aquella vez. “Destruimos 15 o 20 laboratorios, pero los narcos los reemplazan en meses porque tienen los recursos. Siento pena e impotencia. Nunca vamos a pillar al jefe de la organización en los laboratorios. Ahí está la gente joven. Muchachos que deberían estar estudiando. Son víctimas de los tentáculos del narcotráfico”, reconoce resignado el capitán Zambrana, quien dirigió el operativo frente al equipo de 93 Metros. 
 
Beriain cierra con una reflexión después de haber visto casi todas las facetas de uno de los corredores de cocaína más potentes del mundo. “Oferta y demanda. ¿Será cierto que al final todo se reduce a eso? A la imposibilidad de detener el narcotráfico mientras el mundo siga demandando esas drogas. Hemos recorrido cada paso del negocio más grande del mundo. Cuando uno lo mira de cerca, el narco toma rostros y nombres propios. El del sicario que mata para imponer la ley del silencio o el campesino que siembra unas pocas matas para sobrevivir. Personas que mueven esta industria clandestina. Que mueren, viven y matan por ella. Me asusta ver como toda esa pobreza, ese abandono, ese dolor y drama horrible y humano termina formando ese monstruo imparable que es el narcotráfico”.

 

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[El incontrolable corredor de drogas Bolivia-Perú, 2da parte] Derribo de aviones

Hace dos semanas cayó la primera y todas las señales apuntan a que no será la última. El derribo de las narcoavionetas es un nuevo capítulo en la lucha por frenar el (hasta ahora) incontenible corredor aéreo de droga que existe entre Bolivia y Perú.

En Lima no encuentran manera de instalar el control estatal en la zona del Valle de los Ríos Apurímac, Ene y Mantaro (VRAEM) y ya se identificó que uno de los principales obstáculos (sino el mayor) para ello es el incesante movimiento de pasta base de cocaína con destino a las llanuras y el altiplano bolivianos. Por ello, el 25 de febrero pasado, un Cessna bimotor con matrícula nacional CP 2927 fue derribado por la fuerza antidroga peruana. Cargaba 288 kilos de sulfato listo para ser convertido en clorhidrato de alta pureza en el país. El destino final de ese envío podría haber sido Brasil, Argentina, Europa o África. Son los mercados hasta donde llega el corredor.

De Perú llegaron dos datos relevantes para las unidades policiales bolivianas. Primero, en la avioneta derribada se encontraron, además de armas de fuego, celulares con números de teléfono y mensajes vía SMS y Whatsapp. Aunque no se ha hecho ninguna confirmación oficial al respecto, estos indicios fortalecerían la hipótesis de que la coordinación de los narcovuelos se haría desde Santa Cruz. En segundo lugar, los pilotos y ayudantes que “cayeron” en los últimos años en las selvas peruanas habrían comenzado a soltar datos que permitan descifrar aspectos clave del funcionamiento del corredor. Detalles logísticos como los horarios de los vuelos, conexiones entre los dos países, métodos de coordinación de lugares y negociación de precios. Los mensajes vía Whatsapp y otros mensajeros similares son vitales porque desde allí se envían las fotografías de las pistas en las que los pilotos deben aterrizar y evitar confusiones.

Las estimaciones conservadoras de la Dirección Antidroga de Perú (Dirandro) señalan que cuatro o cinco narcovuelos diarios cruzan la frontera entre los dos países. Sin embargo, medios de investigación periodística en Lima como IDL-Reporteros apuntan que hasta 13 avionetas hacen el recorrido en un mismo día. El sitio Insight Crime consigna 10 vuelos por jornada.

Hace un mes, Lima confirmó una alternativa que se venía impulsando desde distintos sectores hace más de medio año. El VRAEM fue declarado zona de exclusión aérea para permitir que en esa porción de territorio peruano se derriben aviones sospechosos de transportar sustancias controladas o minerales de forma ilegal. Cualquier vuelo civil o comercial en el área está prohibido. El presidente de la agencia antidrogas Desarrollo y Vida sin Drogas (Devida), Alberto Otárola, no dudó en afirmar en febrero que “de manera impune, avionetas, que en un 85 por ciento tienen matrícula boliviana, surcan los cielos procedentes principalmente de Santa Cruz, Bolivia”. En la primera parte de este trabajo (ver link arriba) se apuntó que el penal de Palmasola es uno de los puntos desde los que se coordina el corredor y donde estarían recluidos algunos de los pilotos que lo recorren.

Es más, en noviembre de 2014, Ollanta Humala anunció que el convenio firmado con Estados Unidos para suspender el derribo de aviones sería revisado con miras a permitir que este tipo de interdicción aérea se habilite del todo para frenar el intenso movimiento del corredor hacia Bolivia.

Sin embargo, un funcionario de Dirandro que prefirió guardar su nombre en reserva señaló en Lima, en diciembre del año pasado, que Estados Unidos no está tan interesado en cooperar en el desmantelamiento del corredor. El motivo principal: el circuito Bolivia-Perú abastece a los mercados sudamericanos de cocaína y tiene alcances hasta Europa, Asia y África. La droga que se produce en este circuito (de varios dueños) casi no llega a suelo estadounidense.

En una reunión privada de Dirandro con la DEA y la embajada norteamericana, los últimos habrían expresado que EEUU no tiene mayor interés en cooperar en el control del VRAEM pues su principal preocupación ahora son las drogas sintéticas que se producen en México y China. Además, la cocaína que ingresa a Estados Unidos proviene de los cárteles mexicanos que tienen proveedores directos en Colombia y Bolivia.

En la época de las grandes mafias colombianas (décadas del 80 y 90), Washington le impuso a Perú el derribo de los narcovuelos, pues las selvas de aquel país alimentaban los laboratorios de Pablo Escobar, los hermanos Rodríguez Orejuela y los capos del Norte del Valle. En aquella época, el sulfato que elaboraban los peruanos, después de ser cristalizado, tenía como destino final Los Ángeles, Nueva York o Miami. En la actualidad, la DEA y la Casa Blanca ya no tienen tanto interés. “Ahora es un problema de ustedes”, le habrían insinuado los agentes de la Drug Enforcement Agency a los oficiales antidroga de Perú.

A pesar de la evidente hipocresía, en algo tienen razón los estadounidenses. El corredor de drogas entre Bolivia y Perú es, fundamentalmente, un problema del sur. La dinámica del circuito y los cambios en las sociedades latinoamericanas han producido mercados nuevos y diferentes actores. Sudamérica no es más sólo un proveedor, ahora existen fuertes nichos de consumo. Brasil aparece ahora como el segundo consumidor mundial de cocaína y sus derivados. Buena parte de la pasta peruana que se cristaliza en Santa Cruz y Beni va a parar a Sao Paulo o Rio de Janeiro, donde el valor del producto inicial se multiplica hasta por 20 veces. A las favelas paulistas y “villas miseria” bonaerenses llegan los desperdicios como el bazuco o el crack desde proveedores de droga pequeños instalados en Cobija o el altiplano.

Bolivia también ha dado algunos pasos. Hace más de un año que está en vigencia la ley 521 de  “Seguridad y Defensa del Espacio Aéreo” que permite el derribo de aviones después de seguir un protocolo de interdicción. Los últimos anuncios hechos por las autoridades bolivianas señalan que se avanza en la adquisición de la tecnología de radares necesaria para este tipo de acciones. Mientras eso no ocurra, controlar el espacio aéreo en la inmensa frontera boliviana es poco menos que imposible. Un dato muy llamativo es que en Bolivia no se realizó un debate profundo sobre los alcances del derribo de aeronaves, algo considerado por muchos como una ejecución sin sentencia previa. Fue una decisión del Ejecutivo que, por la rapidez de su tratamiento legislativo, se convirtió en ley sin mayor repercusión en la agenda pública.

Día que pasa existen más pilotos bolivianos. A las escuelas de aeronáutica tradicionales (algunas aumentaron el valor del curso hasta en siete veces en los últimos años) se sumaron varios centros de adiestramiento de pilotos clandestinos que ya están en la mira de las autoridades. Las avionetas también suman y suman cada día, casi todas procedentes de Estados Unidos gracias a turbias transacciones manejadas por bolivianos, brasileños y estadounidenses. La realidad detrás de estas escuelas de pilotos y la llegada de más y más narcoavionetas merecerá un reportaje aparte. 

En Bolivia y Perú están al tanto de todo, sin embargo la lucha contra el corredor se dificulta cada día más por los rápidos reacomodos de los narcos frente a cada golpe de las fuerzas antidroga. La opción del derribo de aviones es un capítulo nuevo de esta “guerra” que todavía le presta más importancia a la criminalización que a los derechos humanos y a las políticas sociales.

 

Foto: Andina

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Las trasnacionales del secuestro en Bolivia

El 22 de mayo de 2012, Gavilán reveló su paradero en una página de Facebook de hinchas del club que apoya. La fanpage de seguidores del Atlético Nacional de Medellín preguntaba por la ubicación de los “verdolagas” y el colombiano no tuvo mayor reparo en escribir “Bolivia”.

Cinco meses después participaría del primero de tres secuestros por los que ahora es procesado junto a una banda de más de 10 miembros bolivianos y colombianos, varios de ellos también detenidos en estos momentos. La última persona en caer por estos delitos fue presentada hace unos días en Santa Cruz, se trata de alias “La doctora”, quien habría sido la responsable de los cobros y distribuir el botín entre Bolivia y Colombia.

El perfil de Facebook de Gavilán revela que realizaba viajes entre ambos países de manera continua y que comenzó a visitar Santa Cruz por lo menos desde 2010. Después de que la banda de secuestradores fue desmontada en septiembre de 2013, retornó a la ciudad de Villavicencio, en la provincia colombiana del Meta, de donde él proviene. Allí fue detenido por la policía colombiana en febrero de 2014 a pedido de las autoridades bolivianas, pues allá no tiene antecedente alguno en su contra. El 4 de agosto de 2014, mediante auto supremo, el Tribunal de Justicia en Sucre emite el exhorto para que la Cancillería solicite la extradición del presunto secuestrador.

La migración

Es justo desde la región de donde proviene Gavilán que se registró el primer movimiento inusual de personas vinculadas al crimen organizado hacia Santa Cruz de la Sierra. Un reporte de inteligencia de Colombia de 2007, revelado por el equipo de investigación de El País de Cali, señalaba que en ese año se registró un inusual gran movimiento de pobladores del Meta y Casanare hacia territorio boliviano.

De la misma forma en la que llega Gavilán, ingresan al país miembros de las Autodefensas Campesinas Casanare y también la banda criminal Los Urabeños. El objetivo principal era consolidar una ruta para llevar cocaína a Brasil, Argentina, África y Europa, el gran mercado al que apuntan los colombianos desde que los mexicanos los desplazaron del control de las líneas de distribución en Estados Unidos.

El movimiento de fichas fue grande, en especial desde el bloque de las autodefensas que decidió incursionar del todo en el narcotráfico intercontinental en lugar del paramilitarismo. Sin embargo, golpes a la organización en Colombia, Bolivia y Venezuela afectaron a la organización y dejaron en el limbo a varios de los hombres ya instalados en las costas caribeñas, llanuras cruceñas y en Santa Cruz de la Sierra. Detuvieron a los principales líderes y se destruyeron varios laboratorios.

Los capos narcos que cayeron en el país fueron seguidos desde el restaurante "La casa del camba" en el Urubó hasta un negocio de lavado de autos. Se informó que hasta ese momento, los colombianos ya contaban con veinte vehículos de lujo y al menos siete propiedades en la ciudad para rotar de residencia de manera frecuente.

Cuando caen las cabezas el negocio no se detiene, sólo se resiente. La producción de cocaína no paró ni cuando mataron a Pablo Escobar, sólo ingreso en condición de disputa. El clorhidrato que se refina en las llanuras cruceñas atravesó por el mismo fenómeno. La disputa entre Los Urabeños con las Autodefensas, entre otras bandas menores, llegó hasta territorio nacional. Desde entonces se vive en Santa Cruz de la Sierra, Yapacaní, San Germán o Nuevo Horizonte.

Con los jefes a poco de ser extraditados y con varios laboratorios de cristalización de cocaína desmantelados, quedaba mucho personal en situación de incertidumbre. Sicarios, guardaespaldas, choferes, cocineros, empleados y demás “proletarios del narco” tenían futuro incierto en Santa Cruz. Los golpes a la organización de Casanare sucedieron entre 2010 y 2012. Pocos meses después comenzarían los secuestros del grupo que integraban Gavilán y la boliviana alias “La doctora”.

Es muy probable que buena parte del personal se reacomodó con los que tomaron las riendas de la producción y otro tanto retornó a Colombia. Sin embargo, los reportes y la evidencia señalan que una parte también se quedó en Santa Cruz para emprender actividades por cuenta propia o accesorias al gran negocio de la cocaína. Dentro del mundo del crimen organizado, las especialidades van mucho más allá de la habilidad en las cocinas donde se prepara la mercancía. El sicariato, el seguimiento a objetivos clave, la extorsión, el lavado de dinero, el tráfico de armas, el robo de autos y los secuestros son “artes” muy bien trabajadas en organizaciones criminales.

Este último rubro es uno de los favoritos para obtener sumas de dinero importantes en plazos cortos. Se dice que en los tres secuestros de la banda desarticulada en 2013 se recaudó un millón y medio de dólares. Una buena suma si se considera que los implicados están muy lejos de ser capos de la droga o controlar algún laboratorio o nicho de mercado. Los colombianos no tenían antecedente alguno en su país, por lo que se puede presumir que eran parte de rangos medios o bajos de alguna organización criminal pequeña.

El peligro

Lejos de ser una buena noticia, el hecho de que una banda de criminales de esas características haya generado tres operativos exitosos antes de ser desmantelada es una alerta mayor. El video divulgado por el ministerio de Gobierno hace año y medio muestra que estos grupos no necesitan muchos segundos para consumar un secuestro. Los informes revelan que no hacen falta más de dos o tres semanas de seguimiento para contar con todos los datos necesarios de la víctima: domicilio, lugar de trabajo, autos que usa, seguridad, rutas frecuentes, nexos, familiares, etc.

La desaparición de los grandes cárteles en Sudamérica ha generado que proliferen organizaciones pequeñas especializadas en varios rubros. Desde el secuestro hasta la extorsión, pasando por los ajustes de cuentas, los volteos de mercancía o los asaltos en casas residenciales. Varios de ellos son grupos irregulares que se conforman por temporadas. Eso hace mucho más difícil a los servicios de inteligencia y de la Policía identificarlos y hacerles seguimiento.  Las autoridades colombianas, por ejemplo, no sabían nada de los ciudadanos de su país que se vieron involucrados en los secuestros de 2012 y 2013.

Un reporte publicado por La Razón el fin de semana revela que estos grupos están instalados en diversos puntos. Al igual que el “combo” de Gavilán, que se movía entre Colombia y Santa Cruz, hay otras organizaciones más pequeñas que están radicadas en Puno o en La Paz. Los servicios que ofrecen, a través de páginas web y Facebook, va desde asesinatos, desapariciones, cobro de deudas o secuestros. Los delincuentes que se “promocionan” en estos portales son peruanos y bolivianos.

Hace menos de 10 años, en España se aplicaba este modelo de manera exitosa. Los integrantes de la organización se encontraban atomizados en distintas poblaciones hasta el momento en el que tenían que operar. Mientras tanto todo el trabajo estaba segmentado. Todos tenían su tarea particular.

A Bolivia, y a toda la región, le va a resultar muy difícil combatir esta clase de organizaciones por las características que poseen. Son las consecuencias del fracaso de la guerra contra las drogas que se nos impuso. Ellos responderán al fuego con más fuego. Abrir nuevas fronteras, nuevos mercados y nuevos rubros es su respuesta a la criminalización que se ensaña con los eslabones de abajo y no llega casi nunca a la punta de la cadena.

En estas condiciones, ellos se seguirán organizando desde las cárceles, mercados de abasto y barrios marginales. El know how lo heredaron de la época de los grandes cárteles, guerrillas y paramilitarismo. Ahora triangulan tareas desde más de un país en una dinámica silenciosa casi imperceptible para los organismos de seguridad. En estas condiciones, el secuestro siempre será una posibilidad lucrativa para ellos y un peligro constante para todos. 

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El incontrolable corredor aéreo de la droga

Perú. Cuatro o cinco vuelos por día. Decenas de pistas clandestinas de tierra en la selva. Familias enteras al servicio de los narcos. 300 kilos de pasta base por viaje. 800 dólares por kilo. Bolivia. Más de treinta laboratorios de cristalización escondidos en las llanuras. Otras tantas microfábricas camufladas en caseríos de barrios populares y pueblos del Altiplano. Emisarios de cuatro países en la gestión del negocio. Entre 1.500 y 2.000 dólares por cada kilo de cocaína de alta pureza. Brasil. Dos poderosos “comandos” al frente de todo. Millares de adictos al crack o bazuco en situación de calle. Muchos más en la creciente y pudiente clase media que gusta del clorhidrato. Millones de dólares al año en compras y ventas. Hasta 10.000 dólares por kilo en Sao Paulo.

Las cifras siguen. En Bolivia, en los primeros 11 meses del año ya van 29 avionetas que se incautaron por realizar narcovuelos, según el último reporte de la Fuerza Especial de Lucha Contra el Narcotráfico (FELCN).  Las pistas clandestinas ya no se encuentran sólo en Santa Cruz y Beni. A principios de este año se detectaron seis en el norte de La Paz y no hay motivos para creer que no existan más. En el operativo se encontraron 380 kilos de pasta base, 300 de clorhidrato y nada menos que 7.000 litros de jet fuel. Cantidad suficiente para hacer más de 100 incursiones al VRAEM peruano y volver con centenares de kilos de droga en cada vuelo.

 

Perú

6 minutos. Un video revelado por el portal de periodismo de investigación peruano IDL-Reporteros mostró que las avionetas apenas requieren esa cantidad de tiempo en tierra para cargar la mercancía y emprender el retorno. Una aeronave con matricula boliviana fue filmada desde un monte en Mayapo, a orillas de río Apurimac de Perú, el 27 de octubre pasado. La reveladora filmación muestra en detalle cómo la droga es cargada en el Cessna bimotor y la realización del pago correspondiente. Se calcula que por 300 kilos de pasta base el “desembolso” debe ser de un poco menos de 300.000 dólares. Por el alquiler de las pistas se paga hasta 10.000 dólares.  Las transacciones se pueden realizar in situ o en alguna capital latinoamericana a miles de kilómetros de distancia, entre los verdaderos dueños de la ruta. En total impunidad y en medio de los lujos de la suite de un hotel.

Ver video: https://www.youtube.com/watch?v=MBsrROotgVg

La Dirección Antidroga del Perú (Dirandro) indicó que los comunarios de la región reciben entre 20 y 100 dólares por reparar las pistas que son dinamitadas por las fuerzas de seguridad. Otros son empleados como mochileros o despachadores. Muchos trabajan en el acopio de la hoja (los “hombres hormiga”) y algunos se ocupan en las cocinas donde se produce la pasta. Así es como familias enteras se vinculan de una u otra manera en el negocio. Los “capos” de la zona también están organizados en modelos familiares y por eso la violencia es reducida en todo el VRAEM. “Cancha” o “mesa” son algunos de los nombres con los que los narcos se refieren a las pistas.

IDL-Reporteros publicó otro video, supuestamente filmado en la misma fecha, en el que el operativo montado por la fuerza antidroga peruana no pudo detener a la avioneta que logró levantar vuelo y escapar con la pasta base. Sin embargo, la Dirandro pudo anotar la matrícula boliviana y le pasó el dato a la FELCN. Tres días después, el jueves 30 de octubre, la Fuerza de Lucha Contra El Narcotráfico encontró esa aeronave con 398 kilos de cocaína a bordo en una pista de aterrizaje clandestina en la provincia Iturralde, al norte de La Paz. En el operativo fueron capturados cinco bolivianos, entre ellos el piloto y el copiloto; 35 bidones de gasolina para avioneta con capacidad de 60 litros cada uno; un teléfono satelital, seis teléfonos celulares y una radio UHF.

Ver video: https://www.youtube.com/watch?v=BPQIactfcbA

Las policías actúan casi a ciegas y bajo métodos artesanales de investigación. A pesar de la normativa boliviana que ya permite el derribo de aviones, no existe la tecnología satelital para monitorear una frontera por la que se realizan al menos 80 narcovuelos semanales. La cooperación entre la Dirandro y la FELCN es estrecha, pero insuficiente. Faltan recursos humanos, económicos y tecnológicos.

El director de IDL-Reporteros, Gustavo Gorriti, hace un apunte por demás importante. Estados Unidos subvencionó la lucha antidroga en Bolivia y Perú durante décadas, “desde helicópteros hasta dinero para investigaciones y uso de equipos de inteligencia electrónica”, a cambio de ceder el control de las investigaciones y soberanía en su manejo y conducción. Sin embargo, el nuevo corredor aéreo de la droga no les interesa mucho a los estadounidenses porque el destino final de la mercancía es Brasil y no apunta al norte. Es un circuito sur-sur, lo que de principio ya significa una novedad en la dinámica del narcotráfico sudamericano.

Ver el reportaje de IDL-Reporteros: https://idl-reporteros.pe/2014/04/01/caza-de-avionetas/

 

Bolivia

Palmasola es uno de los puntos estratégicos en la administración y control de los narcovuelos. Es un secreto a voces entre los pilotos que allí se coordinan varias de las líneas de transporte de pasta base que están establecidas entre Bolivia y Perú. A través de Whatsapp y mensajes de texto, las ubicaciones y fotografías de las pistas en mitad de la selva peruana llegan hasta el centro de reclusión cruceño. Así se establecen las fechas y horarios para las incursiones de las avionetas que salen desde Santa Cruz y Beni. El resto de la coordinación se hace a través de comunicaciones radiales con los pilotos en pleno vuelo.

Una de las historias que cobra fuerza en Santa Cruz es que algunos de los más hábiles pilotos recluidos en Palmasola salen de vez en cuando del penal para realizar los vuelos a las zonas más difíciles del VRAEM. Como existen policías involucrados con este circuito, ellos facilitan la salida por unas horas de los reclusos. Abandonan la prisión a primeras horas de la madrugada y antes del mediodía ya están de vuelta en sus pabellones, después de “coronar” el traslado.

En el mundo del narco, los pilotos bolivianos son reconocidos por eficientes y baratos. Hay algunos muy hábiles que son los que cobran más y otros considerados imprudentes que por entrar en el circuito aceptan encargos por los que reciben menos de 7.000 dólares. En cambio los brasileños o colombianos acostumbran cobrar hasta 25.000 por el mismo trabajo.  Estos últimos son identificados como los más temerarios. Si alguna avioneta o helicóptero policial los comienza a seguir, ellos bajan en picada y comienzan a realizar maniobras evasivas entre los árboles y casi raspando los montes de la selva. Muchos han muerto en el intento de escapar, sin embargo más de uno de ellos logró su objetivo y burló a sus seguidores.

Las fuerzas antidroga de Bolivia y Perú no ignoran que en los últimos años se hayan multiplicado las academias de adiestramiento de pilotos en Santa Cruz. Tampoco que el precio del curso ahora cueste siete veces más de lo que solía costar. Hay una parte del gremio que está ofendida y con justa razón. La multiplicación de los narcovuelos y de las fortunas ha generado un estigma que cae sobre todos los que están en el negocio de la aviación. Justos y pecadores son mirados con recelo. Ahora todos son sospechosos de ser parte del nuevo corredor aéreo de droga más importante del subcontinente. Y es por eso que comienzan a circular datos y delaciones entre ellos.

En Beni sucede algo similar. El recelo entre antiguos y nuevos pilotos ha fracturado al gremio. Ahora se mueven en grupos particulares y sindicatos privados. Unos y otros se acusan de ser parte del negocio, pero lo hacen en voz baja. Son pocos y se conocen entre todos. Los que están metidos alternan los narcovuelos al Perú con servicios de aerotaxi hacia las poblaciones benianas incrustadas en medio de la selva.

Al otro lado de la frontera esperan los brasileños. El destino final del corredor aéreo son las calles de Sao Paulo y Rio de Janeiro, donde millones de consumidores esperan la cocaína cristalizada, el crack o el bazuco. La parada previa son los laboratorios y microfábricas en suelo boliviano, donde mexicanos, colombianos, brasileños y peruanos operan junto a los cocineros locales. Es más fácil y barato obtener precursores químicos en Bolivia que en Perú o Brasil. Por eso la cocaína se termina de procesar en La Paz, Santa Cruz o Beni.

Los colombianos, desplazados por los mexicanos del mercado estadounidense, apuestan fuerte en Bolivia como plataforma para llegar a los mercados de Europa del Este y Asia. Ya existen grupos que realizan envíos al África, donde el precio de un kilo de cocaína de alta pureza cuesta hasta 20 veces más que en Santa Cruz. Buenos Aires y Santiago también son considerados destinos atractivos por su creciente número de consumidores y por sus vuelos suficientes para cruzar el Pacífico y el Atlántico hacia Marruecos, Japón o los países bálticos. Es temerario decirlo, pero Bolivia está en medio de todo. Atrapada y condicionada por la nueva geopolítica de las drogas de Sudamérica que comienza en el incontrolable corredor aéreo y los narcovuelos a las selvas peruanas.

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Ella se salvó

-          ¿Al Barrio Gráfico?
-          Suba. Primero la dejamos a la señora en Sopocachi y después la llevo.
 
Ella abordó ese taxi plateado en el Multicine de la avenida Arce. Se sentó al lado de una señora de no más de 40 años. En el asiento del copiloto no iba nadie. Ni la mujer ni el conductor inspiraron ninguna clase de sospecha o desconfianza en ella; una ingeniera de 27 años.
 
El Toyota avanzó sobre la avenida Arce y sorteó minibuses y micros para comenzar a subir por la calle Belisario Salinas. Eran las tres de la tarde. Estaba soleado, pero el invierno paceño no daba tregua. Ella vestía una chompa de lana y una chamarra de mezclilla encima. Cruzaron la plaza Eduardo Abaroa y a la altura de la Ecuador giraron a la derecha.
 
Cuando el taxi llegó a la esquina de la Abdón Saavedra, sobre la calle Rosendo Gutiérrez, comenzó a acelerar. La otra señora parecía no tener intención alguna por bajarse y abrazaba su cartera con fuerza. Después de que pasaron la avenida Luis Crespo, sacó una barra de metal de ahí. 

El primer golpe fue en la rodilla derecha. Ella sintió que su pierna se había partido en dos por el dolor que sintió en ese momento. De inmediato sintió otro impacto en el antebrazo. De nuevo la sensación de fractura. El taxista no bajaba la velocidad y maniobraba entre las calles despobladas de Alto Sopocachi. Otro golpe, esta vez en la pierna izquierda. Ahora la señora apunta al cuello o pecho. Ambas manos reciben el castigo por tratar de cubrirse.
 
Detalles más precisos sobre ubicaciones y señas particulares de los tratantes no pueden divulgarse porque hay una denuncia en marcha. Los secuestradores tienen como hábito alquilar departamentos en zonas donde no hay mucho tráfico como Alto Sopocachi o Llojeta. Los golpes no sólo buscaban reducirla y evitar que escape. También eran el principio de una seguidilla de actos intimidatorios para reducir y, a la larga, anular la voluntad de la víctima.
 
Ya era de noche y ella permanecía amarrada a una silla con la luz apagada. Otra forma de doblegar el espíritu de las chicas que raptan es jugar durante más de 12 horas con la incertidumbre, desubicación y el hambre. En cierto momento, la muchacha logró dormir.
 
El negocio de la trata, el segundo acto ilícito más lucrativo del mundo después del narcotráfico, está segmentado y terciarizado. Lo mismo pasa con el comercio de droga y con el contrabando de animales y recursos naturales. Es capitalismo en alto estado de pureza. Hay dos modelos. El vinculado con el método del secuestro incluye cuatro grupos: los encargados de inteligencia y seguimiento, el grupo de choque que se ocupa del “levantamiento”, él o los niñeros que manejan las casas y por último los encargados de la entrega de las chicas a los que administran los establecimientos de explotación sexual o laboral. Las organizaciones que se dedican al rapto de personas para después pedir un rescate funcionan con un esquema similar. Si hablamos de bandas grandes, como las que operan en Santa Cruz y, en menor medida, en La Paz, los miembros rasos de estas “secciones” del negocio casi no se conocen entre sí. De esta forma, cuando cae algún grupo, los demás están a salvo de delaciones.
 
El segundo sistema es el más común en el mundo de los tratantes. Es el método, por decirlo de alguna manera, no violento. Por lo general son mujeres (muchas de ellas víctimas de trata en el pasado) las que se encargan de la captación de niñas y jóvenes, otro grupo se ocupa del transporte y preparación, un tercer sector maneja las casas de seguridad y al final de la cadena aparecen los dueños de los “negocios”. En muchos casos pandillas locales son incluidas en el esquema. Se convierten en la nueva familia de las muchachas mientras son drogadas, intimidadas y violentadas física, emocional y psicológicamente para aceptar su nueva vida. Toman ventaja de chicas en situaciones de desesperación económica o que provienen de familias destruidas. Hay niñas que terminan en manos de los tratantes por huir de las palizas o violaciones de sus propios padres y hermanos. El sistema funciona con igual efectividad en el campo o las ciudades. Es la esclavitud del siglo XXI.
 
La trata abastece a mercados de explotación laboral y sexual, sin embargo el modelo de negocio que existe permite que las economías perversas que coexisten en el país y en el continente se articulen y complementen. Los mismos grupos de tratantes, están metidos en el reclutamiento de chicas para convertirlas en mulas o tragonas. También, en el resto del continente, son parte de la cadena de actores vinculados con el tráfico de órganos. En el norte amazónico boliviano secuestran mujeres de comunidades indígenas y poblaciones rurales con fines de explotación sexual en zonas de contrabando de minerales y madera. Como si de una casa de proveedores se tratara, se ha convertido en un negocio compartimentado y especializado. Son las nuevas reglas del juego.
 
A la mañana siguiente, con la espalda destruida y las piernas casi paralizadas por los golpes y las 16 horas amarrada a una silla, montaron a la joven en otro vehículo. Los dos días siguientes los pasaría en Oruro. Las estrategias para quebrar su voluntad continuaron en ese tiempo con mayor intensidad. Así han doblegado a cientos o miles de muchachas. Algunos grupos de tratantes “culminan” su trabajo con la violación de las chicas, ya a esas alturas incapaces de ofrecer casi ninguna resistencia. Después las entregan a los administradores de los centros de explotación o las sacan del país. Ella se salvó. Unos vecinos la vieron desde la calle por la ventana, entendieron lo que pasaba y la ayudaron a escapar. Tuvo mucha suerte. En Bolivia se produce al menos un caso de trata por día. Dos terceras partes de ellos suceden en La Paz. La inmensa mayoría de las víctimas son niñas, adolescentes y mujeres jóvenes. Casi ningún tratante ha sido condenado. A pesar de las leyes nuevas, menos del 1% de los casos denunciados en los últimos cinco años culminó en sentencia. El negocio de la trata, que genera más ganancias que la venta de armas, avanza viento en popa.

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Caretas y encubridores

Mirar a un costado por conveniencia también es machismo. Encubrir la violencia de género es tolerarla, aprobarla, justificarla y, en definitiva, practicarla. El patriarcalismo instalado en nuestras sociedades permea clases sociales, condiciones socioeconómicas, gremios y regionalismos. No distingue entre hombres y mujeres y mucho menos ideologías o banderas políticas. Los últimos sucesos lo demuestran y es por eso que hay que transversalizar la lucha contra él desde todas las dimensiones de nuestra existencia.

Estamos rodeados y casi asimilados por las prácticas machistas cotidianas. Tenemos que aceptarlo. Vivimos en un país en el que un patrón siente que puede disponer de la vida de una mujer al punto de intentar imponerle que las agresiones que sufrió permanezcan en la impunidad. El jefe le salva el pellejo al compadre golpeador. El violador le echa la culpa a la cerveza. El asesino dice que fue por culpa de los celos. El poder premia al asesino y le monta una falsa muerte. El compadre golpeador lo niega todo. El Presidente le mantiene la candidatura al machista. Y al final todos repiten al unísono que son víctimas de guerra sucia.

Sin embargo, el absoluto cinismo con el que los protagonistas de las agresiones eluden responsabilidades y culpas es apenas una de las dimensiones del problema. La otra es la deshonestidad intelectual, oportunismo y cálculo politiquero barato con el que diversos actores responden a estos hechos. Los malabares argumentativos con el que las candidatas de Unidad Demócrata intentaron justificar la intolerable acción del dueño de su partido no son sólo patéticas y mediocres, sino también lamentables expresiones femeninas del mismo patriarcalismo que produce golpizas y feminicidios.

En la otra vereda no es menos que decepcionante la forma en la que las referentes oficialistas (no todas, por supuesto) intentaron eludir condenar a la retrógrada manifestación de machismo que ejercitó su candidato a primer senador por Cochabamba. Respeto a todos los que todavía creen que este proceso político es el bien mayor que conservar, pero no por ello se pueden aceptar los silencios, las consignas de memoria, mensajes vacíos y gambetas retóricas con las que esquivaron pronunciarse directamente sobre esa triste y elocuente declaración. Lamentablemente la nueva gestión masista comienza con este mutis cómplice que confunde obsecuencia con militancia.

Si no estamos en condiciones de expulsar a un candidato invitado que, sabemos bien, es un elemento negativo para el proceso de cambio, mucho menos seremos capaces de criticar y detener los errores que a nombre de la revolución se cometerán en el futuro. Ni qué decir de la grosera y desagradable analogía que hizo Evo Morales al comparar la lealtad del voto masista con las golpizas que las mujeres soportan. Ya escuchamos muchas veces que esos comentarios se celebran con risas y aplausos.

¿Y los medios? Es lamentable que el periodismo todavía sea parte del problema en lugar de plantear la lucha contra la violencia de género como uno de sus horizontes permanentes. La apertura de la agenda mediática hacia estos casos es un elemento positivo, sin embargo la cantidad no siempre supone calidad. Todos los días se producen coberturas que esconden, que encubren, revictimizan y normalizan las agresiones.

Tal vez el afán de profundizar la investigación y ofrecer la noticia más completa posible hayan sido los motivos para reparar en los antecedentes de la fuente del audio de Samuel Doria Medina, sin embargo, ¿cuáles son los efectos de aquello? Voluntaria o involuntariamente, los medios de comunicación que cuestionaron la independencia de la señora Teresa Zubieta tendieron un manto de dudas sobre un hecho de chantaje, intimidación y encubrimiento que debería estar fuera de toda discusión.

En otro contexto, desde luego que deberíamos dar cuenta de las afinidades políticas de la ex militante de Derechos Humanos que quiso tomar por la fuerza la sede de la APDHLP y que en 2010 fue señalada por no pocos activistas por intentar encubrir al Gobierno y a Sacha Llorenti de su responsabilidad por la muerte de dos jóvenes en Caranavi. En este caso particular, hacer énfasis en sus simpatías políticas casi con la misma relevancia (o más) que la grabación misma es ponerse del lado de los agresores impunes. Es desviar la mirada hacia los hechos accesorios de un inconfundible acto de violencia de género.

Dispersar el debate con teorías conspirativas de poca monta, responder a una agresión con el antecedente de otra del candidato del frente, cuestionar el origen del audio como si ello fuera un factor determinante o santificar al agresor con aperturas que lo muestran como la víctima de una extorsión o un montaje bien preparado es hacerles un flaco favor a los machistas. Nadie pide que se le niegue el derecho a la réplica al candidato de Unidad Demócrata, que hable todo lo que quiera. Sin embargo debemos ser conscientes que la violencia patriarcal es omnipresente en nuestra sociedad y por ello el enfoque de género tiene ser permanente en nuestro trabajo. El periodismo debe dejar de seguir el juego de los agresores. Denunciar un hecho de agresión hacia la mujer no es, de ninguna manera, guerra sucia. Venga de donde venga.

El tema está instalado y, en mayor o menor medida, el campo político está escarmentado. Evitarán en adelante con mucha mayor vehemencia que se destapen sus machismos y agresiones. En eso hay ganancia, pero todavía encubrimos y expiamos más de lo que condenamos y develamos. Mientras sigamos bastardeando nuestro juicio ético y conciencia crítica (Sacheri dixit.) a partir de nuestras afinidades políticas, seguiremos en la cultura del encubrimiento y el caretaje. Y esto aplica para todos los actores, sean autoridades, candidatos, dirigentes, referentes de opinión o periodistas. Frente a la violencia de género, el silencio siempre será un acto de complicidad.

 

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Cuatro historias del narcotráfico en Cobija

La flota que coronó

En la capital pandina abundan los prestamistas y no es un secreto para nadie que cada día circula más dinero. Por su tipo de servicio, estos ciudadanos llegan a conocer, de manera directa o indirecta, movimientos económicos de todos los colores. Legales e ilegales, cuestionables o nobles. Peligrosos, rutinarios y un largo etcétera.

Un fin de semana en el primer trimestre de este año, algunos de ellos fueron sorprendidos por una seguidilla de visitantes que acudieron a pedirles al menos unos pares de miles de dólares. El motivo: Una flota con cincuenta kilos de pasta base “coronó”. Así dicen los narcos cuando uno de sus cargamentos llega a destino. Ese día, muchos de los que están metidos en el negocio en Cobija querían sacar su tajada de aquel envío, pues sabían que si pagaban 800 ó 1.000 dólares por cada kilo al menos duplicarían la inversión en la reventa a los brasileños.

¿Por qué tantos querían ser parte de esa repartición con tanta urgencia? Por la escasez que atravesaban en esas semanas. Casi no había producto disponible y los compradores brasileños ya estaban más que impacientes. Las lluvias interminables (fenómeno de La Niña) cerraron casi todas las rutas terrestres que abastecen con regularidad a los intermediarios en Pando desde las selvas de Perú. La “merca” estaba lista, pero no había forma de hacerla llegar desde el VRAEM (Valle de los ríos Apurímac, Ene y Mantaro) hasta Cobija para negociarla allí con los clientes que llegaban desde el país que es el segundo mayor consumidor de cocaína del mundo. Mientras tanto, casi todo el clorhidrato de cocaína y la pasta base para producir crack que ingresaban a territorio brasileño llegaban gracias a los narcovuelos.

La desesperación por la falta de movimiento hizo que los proveedores peruanos se arriesguen algo más de lo usual y manden un envío de esas magnitudes (50 kilos no se esconden con facilidad) en un vehículo del transporte público a través de Apolo. No era la primera vez que lo hacían, tampoco fue la última.

Esa mañana de sábado, muchos prestamistas se quedaron sin un peso. Los narcos les dejaron joyas, autos, motos y cuanto objeto de valor encontraron para llevarse todo el efectivo disponible. Sabían que era un negocio seguro. En los días siguientes, los brasileños se llevarían el producto, los peruanos recibirían el pago por la encomienda que coronaron, los intermediarios bolivianos se quedarían con la ganancia de la reventa y los prestamistas recuperarían su plata más los intereses. La vuelta estaba completa. Todos ganaron. En Sao Paulo y Rio de Janeiro celebraron también.

La cámara escondida

Los operativos no tardaron en producirse después de que algunos rostros y fachadas de casas de traficantes cobijeños quedaron expuestos por un medio brasileño, a principios del año pasado. De las seis personas que el canal paulista Sistema Brasileiro de Televisão (SBT) exhibió, cuatro terminaron detenidas y dos tuvieron que irse de la ciudad para tratar de seguir en el negocio en poblaciones de Beni. Las dos casas que aparecen en el reportaje fueron identificadas e intervenidas.

Ahora los narcos guardan el video de ese reportaje tramposo en sus computadoras para mostrarlo a todos los que pretendan hacer algo similar. No quieren que otro medio de comunicación los vuelva a engañar con cámaras escondidas que muestren sus puntos de venta o centros de acopio. Mucho menos sus caras. El movimiento de cocaína y pasta en la región amazónica no es nada nuevo y por ello no son pocos los equipos periodísticos de Brasil, Europa y Bolivia que se trasladan hasta el lugar. Encontrar a los traficantes no es muy difícil. Sólo tienes que preguntar a las personas indicadas o subirte al mototaxi correcto.

Al igual que con todo el mundo, para los narcos de mayor antigüedad y jerarquía no es ninguna novedad tratar con medios de comunicación. Ellos son los que mandan, ponen las condiciones, definen las fechas y forma en la que se realizará el trabajo y, en algunas ocasiones, acuerdan un eventual pago por abrir las puertas de su negocio al periodismo. Los pandinos aprendieron la lección y ya no aceptan que se hagan tomas exteriores, en especial si se trata de sus casas, depósitos o puntos de venta. Tampoco permiten que los periodistas lleguen en vehículos particulares a los lugares donde se produce toda la acción, ellos los recogen en motos. Antes de cerrar el trato, les muestran el video del reportaje brasileño para asegurarse que no se repetirá la historia. En ese momento les piden la garantía de que no serán engañados.

Los traficantes de esta región no tienen nada que ver con los “traquetos” que se ven en las novelas colombianas. No tienen cuentas en Twitter o Instagram donde presumen sus piscinas, armas o sus fajos de dinero, como los mexicanos. Los que se mueven por Pando y Beni también pueden tener quintas o haciendas en mitad de la selva, pero cuando están en las ciudades prefieren el bajo perfil. Nada de cadenas de oro, anillos excéntricos en todos los dedos o carros importados de lujo. De hecho, pasan la mayoría del tiempo en las barriadas donde crecieron y abandonaron la pobreza. Si quieren festejar, agarran su avioneta y se van a pasarla bien a Buenos Aires o a Rio de Janeiro, donde apenas son uno más del montón. Por eso no son famosos. No tienen ningún interés en que alguna orquesta les dedique canciones. Y cuando se aproxima un periodista, prefieren evitar la tentación de presumir. A diferencia de los “duros” de Medellín, Cali, el Valle del Cauca, Sinaloa, Tijuana o Juárez, ellos no permiten que su ego los domine. Los guía la desconfianza. Mucho más después de que vieron lo que pasó con los “pinches” que se dejaron engañar y filmar para ese reportaje de la SBT.

 

El  GPS

Todos recuerdan los primeros meses de 2008. Cuando era mejor no salir ni a comer a los restaurantes porque era el lugar favorito de los sicarios para culminar con el ajuste de cuentas. Mientras más gente veía el asesinato, mejor. El mensaje llegaba más lejos.

La ofensiva de las pandillas de sicarios armadas por los narcos en Cobija estaba fuera de control hace seis años. Más de 40 personas fueron asesinadas en un semestre en calles muy concurridas, paladares a pleno mediodía y discotecas llenas de gente. Los volteos en la zona fronteriza con Perú se producían cada dos o tres días y eso tenía a todos en pie de guerra. Transportar las mochilas con la “merca” era una actividad de alto riesgo y por eso cada grupo comenzó a reclutar más y más sicarios, además de tratar de armarse mejor que los otros. No era para menos, algunas de las rutas terrestres más prósperas del tráfico en la región estaban en juego.

Antes de la llegada del GPS, los mochileros peruanos y bolivianos buscaban puntos de referencia fuera de la selva para entregar sus paquetes. Las pequeñas ciudades de Bolpebra y Soberanía eran dos de sus lugares de encuentro más frecuentes. En esta última localidad no hay control posible. Antes y ahora, más de una autoridad nacional o local tuvo que salir del lugar casi a las carreras para evitar agresiones o ataques. El narcotráfico está asentado allí hace más de veinte años.

 

 

Ahora el movimiento se realiza en la selva. Los peruanos dejan las mochilas enterradas y una seña para identificar el lugar. Horas o días después, los bolivianos hacen la incursión con las coordenadas precisas y guiados con los GPS. Al principio tenían que abrir la trocha con machetes. Ahora ya tienen varias rutas transitables entre las espesuras del monte. Cuando encuentran la marca, desentierran los paquetes y los llevan hasta la carretera más cercana. Allí estarán motociclistas a la espera de recibirlos para llevarlos a Cobija a toda velocidad. Si no hay necesidad de encender linternas o los focos de las motos es mejor. La luz es delatora y en esa zona es donde se realizan la mayoría de los volteos. Por eso todos van armados. Mejor si algo borrachos y drogados también. Ellos dicen que así no les faltará el valor.

No faltan los valientes o desesperados que entran al negocio por necesidad y se aventuran en el monte sin protección ni tecnología. Por llevarse 25 kilos de pasta enterrados en una mochila en algún punto de la selva, caminan hasta tres días sin armas ni escolta. Si coronan, seguramente beberán toda la noche porque su vida empezará a cambiar. Si los encontró una banda de volteadores en mitad del camino, tal vez no verán el amanecer del día siguiente. Son las reglas del juego.

La segmentación del negocio de la droga  y el desmontaje paulatino de los grandes cárteles en toda la región ha hecho que cualquier muchacho pueda ingresar en el circuito como mochilero o intermediario minorista en Colombia, México, Perú o Bolivia. El riesgo es elevado y casi siempre los más pobres llevan las de perder. Mientras menos tengas, más bajo será tu nivel en el negocio y consecuentemente más alto será el riesgo al que te expones. Las mulas, mochileros, vendedores al menudeo, distribuidores, cobradores y los sicarios siempre están más expuestos a ser detenidos por la Policía o a que una bala enemiga termine con sus vidas. En cualquiera de los dos casos, los peces gordos no tendrán mucho de qué preocuparse. Por ese flanco, ellos están blindados.

La mano de obra barata abunda y, por lo general, los rangos bajos no saben de quién es la merca que mueven, ni quién controla el mercado al que la revenden. Los muchachos que entran al monte con sus GPS por lo general son de una organización accesoria o subalterna. No saben ni para quién trabajan y son poco menos que prescindibles. Todo está terciarizado y eso favorece (más) al mercado y a los capos. Son las nuevas reglas del juego.

Las motos

Pasear en moto a buena velocidad por las calles de Cobija es un alivio del calor intenso que puede convertir cualquier caminata en un calvario y conversar con los mototaxistas es la verdadera llave para acceder a los secretos e historias incómodas de la ciudad. Son dos motivos más que válidos para transportarse por esta vía.

Fueron mototaxistas los que llevaron a los sicarios brasileños y peruanos que se mimetizaron entre los cívicos para disparar contra campesinos en Porvenir en septiembre de 2008. De hecho, más de uno de ellos cruzó la frontera en aquel entonces para esconderse en Brasil ante el estado de sitio dictado por Evo Morales. Si alguien sabe toda la verdad sobre lo que sucedió hace seis años, probablemente pertenezca a ese gremio.

Ningún movimiento político en la historia reciente de Pando prescindió de ellos a la hora de buscar votos y presencia en las calles. Su peso específico no es fácil de descartar. Tienen bases numerosas, disciplina y capacidad de movilización. Lo sabía ADN y ahora lo sabe el MAS. Ellos le toman el pulso diario a la ciudad. Saben con exactitud donde viven los contrabandistas más prósperos y cómo funcionan los negocios turbios en la capital pandina. Cuando falta la gasolina o cualquier otro producto, hay que buscarlos a ellos. La mayoría vive de llevar y traer personas a cambio de cinco bolivianos por la carrera, sin embargo en sus filas también existen traficantes, tratantes, proxenetas, extorsionadores, sicarios, cobradores y vendedores. Por eso no pocos de ellos ahora están presos o muertos.

Ellos vieron cómo crecieron las bandas de narcotraficantes en la ciudad. De cómo casitas precarias comenzaron a usarse como depósitos improvisados para ocultar unos kilitos, hasta el tiempo de los GPS, las mujeres reclutadas y prostituidas a cambio de motos o celulares, las armas, la pornografía infantil, los bingos en los barrios, las fiestas, los regalos, los contactos con las grandes organizaciones brasileñas y la guerra entre las bandas.

Una de las historias que más circula es que los narcos renovaron el parque de todo un sindicato de mototaxistas para asegurar su lealtad. No sería el único beneficio que algunos de ellos obtendrían. Son estos choferes los que llevan a los brasileños a los puntos de venta de pasta y clorhidrato “al por mayor”. En algunos casos porque son parte del negocio, en otros por una comisión de la venta. También ellos son los que pueden orientar a cualquier muchacho o visitante dónde puede comprar marihuana, cocaína y otros derivados mucho peores como el bazuco para consumo personal.

Este último es el residuo de la coca (después de que ya se produjo la pasta base) mezclado con otros productos nocivos. Ya no sólo se usa en las villas miseria de Buenos Aires y las favelas de Sao Paulo, ahora también acaba con la salud de jóvenes y adolescentes en Cobija. Los mototaxistas saben dónde conseguirlo. Dicen que circula en las madrugadas en dos puntos de la ciudad y que los muchachitos se van a las huertas y montes escondidos en las afueras de Cobija para consumirlo.

Entre charla y charla, las historias se conocen de a poco. Casi nadie en la capital de Pando se niega a reconocer que el narcotráfico se ha vuelto un fenómeno cada día más evidente. Es un relato demasiado viejo como para que alguien insista en cerrar los ojos. Un secreto a voces de hace más de dos décadas que cada vez es más visible. La violencia de los últimos años es prueba de ello. Las grandes casas que se construyen en barrios alejados del centro cobijeño también.

(Y sin embargo, todo lo que por ahí se mueve es tal vez insignificante frente a la droga que circula por vía aérea a través del corredor Perú-Bolivia-Brasil. Ese será el tema de nuestra siguiente entrega)

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