miradas inclusivas
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Ilse Miranda
18/05/2015 - 09:39

Date cuenta de lo violento que es

¿Qué les puedo decir que ya no haya dicho? Las leyes están abriendo muchos y diversos espacios de participación. Grandes aplausos. Se agradece la visión si es que es ella la que mueve la mano que destraba la puerta. ¿Basta con abrir la puerta? ¿Se dan cuenta que no?

Terminé tomándole del brazo suavemente. Luego de un profundo suspiro. Ese desahogo de aire llevaba en sí  el recuento de tantas vidas. Miré sus ojos y con tono de sincera comprensión le dije: No te preocupes, el no vendrá por aquí.

Pegó un salto de sorpresa. No imaginaba ese epílogo. Llevábamos más de 1 hora yendo y viniendo entre argumentos en pro por un lado y cientos de obstáculos insalvables por el otro. Un intento más de mostrar otro universo: uno en el que se percibe el valor y la oportunidad en convivir con seres a quienes él había aprendido a ver sin valor alguno, a percibirlos sólo como problema. Tanta incomodidad tal vez por alguna vergüenza ya emergente por vivirlos de ese modo. Alejarse con prisa para eludir su propio tormento. La física aún no ha descubierto la fórmula, pero algo de la cultura y algo de varias ciencias han logrado establecer concepciones y conceptos que revisten de invisibilidad miles de existencias.

Se sorprendió por supuesto. Esperaba un lío más largo y más grande. En selvas como en las que mora, violencia reconocida se responde con violencia expresa. No contaba con que no venía yo de selvas, sino de la alegría diaria del descubrimiento de las nubes, bien nutrida de vitales abrazos y de atravesar a cada rato unos ojos transparentes. Hay que tenerlo para disfrutarlo y permitirte renacer para apreciarlo. Gracias por la ternura, cariño. ¿Podría yo exponer a aquella violencia, otra vez, a alguien así de precioso? Hemos librado innumerables batallas y está claro que el cuerpo que más se pone es el suyo. No es por ausencia de valor que dejamos ese y otros campos. Tal vez porque la experiencia recomienda elegir dónde poner ese cuerpo tan combatido, en ese momento me apeteció no hacerlo. O tal vez mero cansancio.

No voy a describir, o calificar, por vergüenza ajena, los sentimientos y las lógicas que trascienden palabras que pretenden ser prudentes y acciones evasivas que se desplazan en tiempos eternos. Esforzándose, sin otro sentido que el de mantener la apariencia, en interpretar compromisos contundentes con la vida del Otro. Tan lindos los discursos y tan enorme la incomodidad. Tantas generaciones rifadas al son de fútiles promesas. Sonrisa cargada de ironía. Si las paredes hablaran, ellas podrían documentarlo. Tal vez no hablan porque sienten la misma vergüenza. Se agradece el espejo que muestra lo que no hay que hacer o la peor manera de hacerlo, aunque ese reflejo te parta el alma.

Si hoy escribo es porque existe la excepción, aunque tenga la penosa función de confirmar la regla. Pareciera haber un lugar y otra gente. Lejos debe quedar el paraíso. Queda tanto por hacer. Pero esta el atisbo de luz al final de otro túnel. Una pequeña llama que se mantiene entre los vientos. Gente curiosa de nuevos paisajes,  atenta a otros sonidos, deseosa de algún abrazo, con cierta fascinación común por los atardeceres. Disfrutando de algún modo, sumergirse en gestos y ojos transparentes. Lo que yo busco con espadas y armaduras de argumentos, él lo logra siendo él nomás. Tal vez desde ahí, sea posible moverse nada más tantito, a mundos alternativos. Gracias por la esperanza. Intuyo que aún queda un muy largo camino.

¿Qué les puedo decir que ya no haya dicho? Las leyes están abriendo muchos y diversos espacios de participación. Grandes aplausos. Se agradece la visión si es que es ella la que mueve la mano que destraba la puerta. ¿Basta con abrir la puerta? ¿Se dan cuenta que no?

A los futuros, para que logren ser algún día, no basta verlos, hay que construirlos desde el presente, cada día, con todas y todos y en todo ámbito. Papeles y tinta no hacen futuros, sólo los bosquejan. El sufrimiento de ayer, que era no poder estar siquiera, es ahora el de estar, pero conviviendo con un conjunto para el que no vales mucho. En eso funciona la terquedad. Se precisan diques de convicción para sostener un valor donde cada acto se empeña en reflejar lo contrario.

Tan interiorizado está el pinche civilizador y normalizador, que no considera siquiera la posibilidad de moverse, de cuestionar su ya sabido y acostumbrado, encontrar y destruir a ese titán de normalidad con el que sigue quemando tantas vidas. Sería muy pretencioso esperar algún agradecimiento por esa puñalada.

¿Te has dado cuenta que la puesta en escena no es sólo nuestra? Ocurre a cada rato y en todas partes. Si no has estado entre sus actores principales, por supuesto que éstas en el reparto. Oportunidad le llega a todas y a todos, aunque existan quienes las exilien a patios traseros. En lo que vives, fíjate lo que acontece: En el mercado, en la plaza, en la entrada, en la cancha, en las graderías, en el desfile, en la challa, durante el carnaval, en el trabajo, en tu partido, tu junta, tu sindicato, la asociación, tu grupo o la empresa. El periódico, la tele y la radio. ¿Es alguno de ellos y ellas amiga o amigo de alguien? ¿Tal vez novia o novio? ¿El jefe? ¿La lideresa? Cara de duda. Inevitable que te hayas cruzado con alguna persona diferente en tu escuela, tu instituto, tu academia o tu universidad. O en el mini, el puma, el trufi, el avión o alguna calle. Fíjate también en tu casa y en tu zona. Siempre han estado, algunas y algunos ahora se dejan ver y otros tantos están aún en secreto. ¿Les has visto en el teatro, el cine, el concierto o en la fiesta? ¿Están? ¿Cómo les están tratando? ¿Qué dicen las voces bajas? ¿Hay ojos en blanco? ¿Cabezas que se mueven negativamente? ¿Qué miradas les recorren y les siguen?

Procura tener una voz fuerte en el armado de la siguiente escena que se ponga. Tú no eres escenografía. Eres la esencia. Intenta ver el valor y la oportunidad. Nos hace mucha falta.

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