Séptimo Día
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Diego Ayo
07/05/2015 - 09:00

El retorno del soldado

¡Quitarles “su” territorio! No, no lo pueden permitir. La guerra ha re-comenzado y hay que ganarla. ¿Cómo? Bloqueando en las ochos asambleas departamentales en las que tienen mayoría, mandándole a la Sole huestes FEJUVEscas/CORescas, negándole a Revilla créditos externos, inventando más juicios contra Costas, aseverando que Oliva es de la CIA y un largo etcétera de muchas medidas “militares”.

El día que leí a Negri y Hardt, los teóricos de Imperio, que resultaron ser autores de cabecera de nuestros gobernantes actuales, me di cuenta que la noción que tienen de “hacer política” es una sola: la política es guerra, vivimos una tercera guerra mundial con un Imperio abusivo que se pasea guerreando por el mundo cuando así le viene en gana, y los líderes anti-imperialistas han sido y son geniales sea que hayan sido unos criminales/genocidas, estilo Mao o Stalin. ¿Simplifico? Claro, no hay duda que sí, pero aunque usted no lo crea, amable lector, no lo hago mucho. Las consideraciones teóricas, narraciones históricas descripciones políticas y/o los usos estadísticos tienen un solo fin, en los ensayos de estos caballeros: dejar en claro que el Imperio nos quiere vencer y que, por ende, hay que hacerle frente. No hay tregua. ¿Y la democracia tal como la vivimos hoy en día (como una democracia representativa), qué significado tiene en este imaginario? No existe, es mero truco publicitario de los poderosos de turno que juegan con la psiquis colectiva, haciéndole creer que decide, participa y se beneficia. En verdad, quienes definen lo que va a pasar en el planeta son “ellos”: el “Imperio”. En ese escenario de guerra permanente, los gobiernos que no se auto-definan como libertarios y revolucionarios, son enemigos, meras correas de transmisión de ese Imperio. Hay pues que derrotarlos.

Es difícil negar que hay una gran dosis de verdad en este relato. Sin embargo, es aún más difícil no percatarse de que llevar este razonamiento a su vértice más extremo sólo puede tener una única conclusión: vivimos en guerra y, por tanto, hay que guerrear. La democracia sólo se convierte en otro campo de batalla. Las urnas son los fusiles y las bombas de las guerras clásicas. Ello deriva en otra conclusión: la democracia no es un orden político superior, no es un punto de llegada, no es un horizonte prescriptivo, no es un espacio de deliberación, no es un ámbito de construcción política. No, es sólo un campo de batalla más, donde la meta es clara: aniquilar al enemigo.

¿Por qué hago esta introducción? Por una simple razón: nuestro entorno palaciego, con el Vicepresidente a la cabeza, cree en esta concepción de la política. Es su cosmovisión del mundo. Ello, por eso, no los convierte en demócratas sino en soldados de la revolución. Por tanto, si es así, ¿cómo entiende esta derrota electoral nuestra cúpula guerrera? Para responder esta interrogante conviene retroceder un poco en el tiempo.

Ir al periodo 2000 a 2008 es imprescindible para dar una respuesta más precisa. ¿Qué sucedió en aquella larga coyuntura? En aquella coyuntura los guerreros tuvieron la oportunidad de lucirse. La guerra mundial del Imperio contra el mundo en desarrollo se hacía patente ya no en lejanos lares de este planeta sino en casa. Qué fortuna para estos infatigables buscadores de guerra. Y es que sí: los guerreros no existen por qué hay guerra, sino que hay guerra por qué hay guerreros. Y el guerrero ya existía allá por los 90s realizando algunos atentados. Sólo que había un problema: era un tiempo de relativa paz. Era como si alguien se pusiese a navajear a la gente en el Ventura Mall: desubicado, en tiempo y lugar (ya les sucedió lo propio a algunos guerrilleros, algunos lustros antes). ¿Qué había que hacer entonces? Pues crear ese discurso. Convencer a todos que había una guerra en curso y que había que pelearla. No es pues errado decir que este periodo fue genial para estos señores. Les permitió ponerse sus mejores trajes militares. Guerrearon. ¿Fue útil su guerra? Sí, seguro que sí. Cabe recordar que había, entre otros elementos, élites racistas/separatistas/anticolla a las que había que vencer (más que convencer). Por ello, la guerra si bien fue inventada, tenía mucho de legítima.

En todo caso, lo que resulta pertinente tener en cuenta es que desde el 2008, estos valientes soldados de la revolución (mundial) debieron colgar los sables o al menos usarlos con menos frecuencia. La guerra había concluido o menguado. Se conquistó casi todos los rincones del país. El general/estratega respiró triunfante. Empero, vaya paradoja, su triunfo significaba paralelamente el inicio de su propia derrota personal. Y es que terminada la guerra o atenuada, su rol era menos importante. ¿Qué hacer pues si ya no había terroristas para mandar al cadalso, USAID ya estaba fuera y las “oligarquías” del oriente finalmente habían pactado? Pues qué duda cabe: de cara al mundo, apelar al mar –eso siempre permite usar las armaduras- y de cara al país, perder una elección. ¿Qué? Pues sí, no digo ni remotamente que el guerrero haya buscado estas derrotas. No, no lo hizo. Pero además de permitirle purgar algunos enemigos internos (“vamos a castigar a nuestros dirigentes traidores que pidieron el voto cruzado”, me dijo un funcionario del MAS), el guerrero aprovechará este momento para entrar nuevamente en vigencia: ¡!al fin hay enemigos!! Y enemigos que no sólo han conquistado algunas regiones (igualito que en guerra militar) sino que quieren ya en 2019 conquistar todo el territorio. ¡Quitarles “su” territorio! No, no lo pueden permitir. La guerra ha re-comenzado y hay que ganarla. ¿Cómo? Bloqueando en las ochos asambleas departamentales en las que tienen mayoría, mandándole a la Sole huestes FEJUVEscas/CORescas, negándole a Revilla créditos externos, inventando más juicios contra Costas, aseverando que Oliva es de la CIA y un largo etcétera de muchas medidas “militares”.

¿Y el estratega, entonces?: “Ufa, graaaacias opositores, me han permitido recuperar mi sable y mi traje de batalla. ¡Recuperaremos “nuestros” dominios”. ¡Patria o muerte!”.   

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