Surazo
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Juan José Toro
17/03/2015 - 11:03

Quisbert, un grano de arena

El 1 de enero de 2011, Dilma Vana da Silva Rousseff se convertía en la primera mujer que asumía la presidencia del Brasil. Fue en ese momento, cuando era una estrella rutilante y en ascenso, que lanzó la frase que, como ella, pasó a la historia: “prefiero el ruido de la prensa libre que el silencio de las dictaduras”.

El 1 de enero de 2011, Dilma Vana da Silva Rousseff se convertía en la primera mujer que asumía la presidencia del Brasil. Fue en ese momento, cuando era una estrella rutilante y en ascenso, que lanzó la frase que, como ella, pasó a la historia: “prefiero el ruido de la prensa libre que el silencio de las dictaduras”.

Como todos los personajes históricos, Dilma pasará, dejará su lugar a otros, u otras, y solo quedará su obra. En su legado estará esa frase que resume la actitud que un buen gobernante debería tener frente a la prensa.

Y es que la prensa es parte indivisible de la sociedad y no se puede prescindir de ella. Donde haya cualquier tipo de transferencia de información, ahí encontramos al periodismo, esa actividad humana que consiste en recolectar, sintetizar, jerarquizar y publicar información.

Claro que, al ser una actividad humana, la prensa está sometida a las debilidades de esa raza. No solo es manipulable sino que fácilmente puede ser usada como un arma al servicio de intereses sectarios. De hecho, hubo guerras, como la de la independencia de América, por ejemplo, en las que la imprenta era parte del arsenal de los ejércitos y se usaba de esa forma. Simón Bolívar, a quien se debe la fundación de más de un periódico —el más antiguo es el “Correo del Orinoco” —, había comprendido el poder de la prensa y la usó desde muy temprano. En 1817, en una carta enviada a un amigo en Europa le decía: “Sobre todo, mándeme Ud. de un modo u otro la imprenta que es tan útil como los pertrechos (de guerra)”.

Pero si bien el periodismo es manipulable, hay que admitir que, al evolucionar como una ciencia que se estudia en las universidades y debe estar sometida a los avances de su sociedad, fue cambiando al extremo que es cada vez menos controlable.

Más allá de los ladridos de los áulicos que creen que ser revolucionario es defender al gobierno que se considera como tal, la verdad es que cada vez es más difícil controlar la redacción de un periódico o la manera de pensar de un periodista o un grupo de periodistas. Si alguien intenta manipular una información, saltan los cuestionamientos, sean técnicos o éticos, y solo se puede torcer la orientación de una noticia haciendo uso de algún tipo de fuerza.

Pero los chupamedias del gobierno no entienden eso. Para ellos, cualquier periodista o medio que no baile al ritmo que se escucha en Palacio es un reaccionario, derechista, oligarca, enemigo del proceso de cambio, así que hay que anularlo. Esa versión, repetida prácticamente a diario desde enero de 2006, ha calado tanto en los áulicos que ya no esperan instrucciones para actuar contra la prensa. Proceden y punto.

Esa es la única explicación posible para la estupidez que fue la detención del periodista del periodista Carlos Quisbert. ¿Cómo justificar el arresto del informador por el mero hecho de entrevistar a una persona detenida? Los argumentos leguleyos no cuentan, porque son fácilmente rebatibles, ni siquiera la posibilidad de que el fiscal sea un tremendo ignorante. Lo que se hizo fue seguir la línea de un gobierno que lo quiere controlar todo: si la prensa informa, que lo haga bajo nuestras reglas.

El gobierno que prefiere el silencio de las dictaduras no es democrático. El caso Quisbert es apenas un grano de arena en un desierto que cada vez se hace más evidente: el futuro control de la prensa.

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