Dársena de papel
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Oscar Díaz Arnau
03/02/2015 - 10:02

Un extranjero no iraní

Un diario de larga trayectoria en su país, en rigor, uno de los más importantes de Sudamérica, tuvo un desliz que podríamos pasar por alto de no haber rozado fibras sensibles por olvido de un criterio elemental de la deontología periodística.

Un diario de larga trayectoria en su país, en rigor, uno de los más importantes de Sudamérica, tuvo un desliz que podríamos pasar por alto de no haber rozado fibras sensibles por olvido de un criterio elemental de la deontología periodística.

El 21 de enero pasado, en medio del amplio despliegue informativo por la muerte del fiscal Nisman, un redactor o redactora (no se identifica al autor) del matutino aquel, escribe una desafortunada aposición (aquí citada en cursivas): “Ese pasadizo comunica, de un lado, con el departamento en el que habitaba Nisman, y del otro, enfrentados ambos livings, con otro que está habitado por un ciudadano extranjero, que no es de origen iraní, y en el que están ubicados equipos de aire acondicionado”.

¿Por qué aclarar que el extranjero “no es de origen iraní”? ¿Por qué no decir que el extranjero no era, por ejemplo, de origen judío, o barbadense, o laosiano, o —para mencionar un gentilicio de nuestra región— paraguayo?

No se trata, pues, de un error cualquiera. La estigmatización, como la xenofobia, debería formar parte de una lista negra en toda redacción, y en ninguna puede ser perdonada habiéndose avanzado cuanto se ha avanzado en la difícil cruzada contra la discriminación por cualquier índole: origen, raza, religión, ideología, etc.

En dicho párrafo, con ligereza el o la periodista insinúa que sus lectores prejuzgan como él o ella que el extranjero del departamento contiguo al de Nisman debía ser iraní, resbalando en la pantanosa información según la cual el fiscal del caso AMIA (2004) sospechaba de ciudadanos nacidos en el territorio de la antigua Persia. “Extranjero no iraní”, escuché horas más tarde de otro periodista que se mofaba del comedido o la comedida, juzgando como yo que cualquier cosa era a esa altura válida con tal de apuntar al vecino que tuvo la “mala suerte” de no ser argentino pero, al menos, no era iraní.

El jocoso periodista terminaría calificando de “falta de respeto” aquello de: “…que no es de origen iraní”, y pudo haber dicho “grosería” o “burrada”. Yo, por este barbarismo periodístico mandaría al desorejado(a) a la pizarra para que escribiera cien veces y en letra bien legible: “todos somos iraníes”, sirviendo esto de desagravio para el pueblo al que se estigmatiza por culpa de terroristas desquiciados. Lo demás, no es cuento periodístico.

Una causa, un fiscal, legajos, vigilantes, informantes, un viaje, máxima seguridad. Un gobierno, una presidenta, un informático, un agente de inteligencia, una pistola prestada, máxima inseguridad. Una denuncia, presión, hijas, miedo, desgobierno, desinteligencia. Un baño, una madre, un cuerpo, una verdad. Si el gobierno de Cristina firmó un pacto con Irán para tapar la hecatombe de la AMIA a cambio de beneficios económicos o de otra vil naturaleza, la Argentina está arruinada moralmente. “Un hombre —dijo Sartre— es lo que hace con lo que hicieron de él”. Tristísimo sería que finalmente Nisman, muerto cuando iba a denunciar a la Presidenta por supuesta complicidad en el atentado contra la institución judía, hubiera sido una miserable víctima de la carroña.

En cuanto a la frase de marras, dos conclusiones:

1. Siendo benevolentes, al diario y su mortal informador: estáis perdonados. No debe ser fácil para nadie —un periodista, un abogado, un cincelador, un presidente, un informático, un loquesea, hombre o mujer— demostrar lo que no es. “Lo que natura no da…”.

2. Siendo juiciosos, ¡al calabozo! La pista iraní puede dar derecho a pensar en “extranjeros así” merodeando el vecindario de Nisman. Lo que no se puede es maniatar la razón al amparo de la conocida indulgencia del teclado.

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