Dársena de papel
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Oscar Díaz Arnau
05/10/2014 - 20:33

Los medios al poder

La colusión entre poder y medios da como resultado una complacencia periodística en línea con los intereses del partido. Por eso no todos reconocen que la alternancia en el poder es lo recomendable en cualquier democracia, que el poder ilimitado y la falta de contrapesos en la política no han dejado buenas experiencias en el mundo, y que el excesivo poder envilece, aletarga y, hoy más que nunca comprobado, también corrompe.

En gobiernos pertinaces como el actual, el acaparamiento del poder incluye la cooptación de los medios de comunicación. Sirvan las elecciones que se avecinan de pretexto para tratar de entender el grado de influencia de los medios de comunicación en la potenciación o el debilitamiento de la imagen de tal o cual candidato.

Siempre se especuló acerca de que los medios eran el “cuarto poder del Estado”. Nadie podría comprobar con planillas que lo fueran; no pasó casi nunca por allí —por el recelo— aquel vínculo (Estado-medios), sino por el poder que estos constituyen de manera fáctica. Los medios siempre fueron poderosos, pero convendría preguntarse, a riesgo de obtener respuestas lábiles, si alguna vez tanto como hoy.

Conviene también aclarar que los “medios”, hoy, no son únicamente la TV, la radio y el periódico. Y aunque tienen una imprevista competencia en las redes sociales, la conexión de los públicos con la “caja boba”, por ejemplo, surte un efecto todavía inigualable.

La Fundación UNIR lo corrobora en diferentes estudios. Para el caso de esta columna, en su Consulta Ciudadana “Tu palabra sobre las noticias: Elecciones 2014” que en resumidas cuentas dice que los medios —los viejos medios— son especialmente útiles para la definición del voto de la gente, al menos, en La Paz, El Alto, Santa Cruz y Cochabamba.

Dado que la información juega un papel fundamental en época de elecciones, resulta clave entender qué pasa en Bolivia con los medios y sus intenciones políticas. Haciendo un somero análisis de las tendencias de cada canal, radio y periódico, siendo todavía —sospechosamente— difusa la propiedad de varios de ellos, no es necesario un gran esfuerzo para reconocer que, por una lógica de paulatina concentración de medios (y por ende de poder), predominan los mimos al oficialismo y los ataques a la oposición.

Ya no es tan fácil diferenciar entre un medio público-estatal y uno privado. Algunas de las más prestigiosas empresas periodísticas del país han sido capturadas por el oficialismo, sin importarles demasiado si con esto perdían independencia o credibilidad. De pronto se han instalado cómodamente en el trono del Palacio, suponiendo que en la otra pata de esta tríada de poder estarían situadas las cada vez más invisibles organizaciones sociales.

No de otro modo se reprodujeron los tentáculos del poder desmesurado del MAS. La paciente construcción de un sistema de medios —populares al principio, con periódicos y con redes televisivas después— se condice, literalmente, con la frase maquiavélica: “el fin justifica los medios”. Así se cuece el poder, a fuego lento, desde los medios. Y así el poder se deglute a los medios, antes ubicados en un “discreto” cuarto lugar dentro de la republicana escala de valores del Estado. A propósito de valores, tal parece que la continuidad de Evo en el poder no tiene precio: no hubo problema en menoscabar la CPE escrita por los actuales gobernantes, ¿qué valor pueden tener unas cuantas conciencias?

La colusión entre poder y medios da como resultado una complacencia periodística en línea con los intereses del partido. Por eso no todos reconocen que la alternancia en el poder es lo recomendable en cualquier democracia, que el poder ilimitado y la falta de contrapesos en la política no han dejado buenas experiencias en el mundo, y que el excesivo poder envilece, aletarga y, hoy más que nunca comprobado, también corrompe.

El voto consciente debería ser consecuencia de un voto informado. Pero la información tiende a monopolizarse, con la instrumentalización de los medios se llega al poder y esto representa una amenaza para la democracia.

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