Roberto Ossio Ortube
18/11/2019 - 01:07

EL PALACIO QUEMADO – ENTRE MURMULLOS, FANTASMAS Y AUGURIOS

Crónica de un histórico edificio que acoge al poder político de Bolivia  y que simboliza sus mayores anhelos y temores. 

Las gradas de ingreso de Palacio Quemado desde su Gran Hall Central

“Gris, frio, el Palacio Quemado alza sus tres pisos entre la catedral y el congreso. Su historia y leyenda son escalofriantes. Casa hechizada que engendra maleficios en sus sombríos corredores y recámaras a las que nunca llega la luz del día y por los que se diría vagan furtivas las sombras de personajes del pasado, en procesión fantasmagórica, presagio de futuras desventuras” Así definía el escritor boliviano Alfonso Crespo Rodas al edificio que acoge al Poder Ejecutivo de Bolivia desde casi el principio de su existencia como país independiente.
Estas líneas no están alejadas de la realidad, el mundo político parece haber cernido sobre este palacio una maldición y al mismo una atracción obsesiva, casi enfermiza, puesto que aquí se tejieron y aún se hilvanan las esperanzas, las ambiciones y los más oscuros deseos de los gobernantes bolivianos. Y esas historias causaron muchas veces angustia, dolor y muerte.
Emplazado donde antes se encontraba el ayuntamiento colonial de La Paz, es en este sitio en el que los defensores de la ciudad estudiaban la forma de romper el cerco de Tupac Katari en 1781, siendo que en los calabozos, que posteriormente serían las caballerizas, eran encarcelados y ajusticiados los indígenas sublevados. En 1813, una explosión lo destruyó parcialmente en el atentado realizado contra el gobernador español Valde de Hoyo, muriendo decenas de peninsulares en el sitio, el recinto empezaba a ser frecuentado por la muerte. En 1817, José Ricanfort fusiló en los muros de este lugar a ochenta y tres (83) rehenes declarando “No dejaré en La Paz más tesoros que lágrimas”.
El ayuntamiento fue demolido para dar lugar al palacio que conocemos hasta nuestros días, mismo que fue diseñado y construido por el Arq. José Núñez del Prado, siendo iniciado en su levantamiento en 1846 en el periodo de José Ballivián e inaugurado en 1852 por Manuel Isidoro Belzu. Allí empezaron los múltiples dramas documentados de nuestra Historia, así como los augurios para los supersticiosos y las presuntas apariciones fantasmales para quienes creen en el más allá.

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El presidente José María Linares, trajo consigo a una de sus hermanas, quien se encontraba aquejada de esquizofrenia, esta desdichada mujer vagaba rezongando por los corredores de Palacio y gritaba incoherencias desde uno de los balcones cercanos a la Plaza de Armas, hoy Plaza Murillo. En uno de esos arranques de locura encaró a José María Achá como traidor y no se equivocó, tiempo más tarde Linares sería derrocado por este su lugarteniente, huyendo al destierro y muriendo en extrema pobreza. Se dice que aún hoy, ese espectro de la hermana del Presidente, recorre los salones y corredores, apareciendo de pronto cuando la penumbra llega al Palacio.
Posteriormente en el gobierno de Achá, Placido Yañez quien fue responsable de la horrenda matanza de enemigos políticos en el edificio de Loreto, ahora ocupado por el Palacio Legislativo, donde entre los ultimados se encontraba el ex presidente Jorge Córdova, después de una revuelta provocada por los crímenes perpetrados, este personaje se refugió en el Palacio, la turba ingresó con brutalidad y trató de encontrar a Yañez quien trepó a los tejados y fue liquidado en el acto, cayendo pesadamente sobre las baldosas de una casa vecina , siendo su cadáver hecho pedazos por la multitud.
Manuel Isidoro Belzu fue asesinado en el Salón Rojo de este edificio el 23 de marzo de 1865, por Mariano Melgarejo dicen algunos, por un soldado dicen otros. Posteriormente las extravagancias y el despotismo del militar tarateño, hicieron mella en el lugar, existiendo tantas narraciones que podría llenarse un libro entero con todas ellas, como la ocasión en la que los coraceros saltaron al patio (ahora gran hall) uno por uno para entretener al tirano o la vez que Melgarejo ebrio se parapetó en los balcones que daban a la plaza principal para practicar tiro al blanco con cualquier persona que se le apareciese en frente, para estrenar un rifle que recibió de obsequio. Era común ver al déspota libando con su tropa, con su amante Juana Sánchez o con su caballo Holofernes en los salones.

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A la caída de Melgarejo, quien lo derrocó fue asesinado tiempo más tarde, Agustín Morales demostró ser un déspota aún peor que su antecesor, el que en estado de ebriedad, en un arranque de furia ultrajó a sus edecanes y uno de ellos de apellido La Faye harto de la humillación, le disparó a quemarropa dejándolo muerto en el acto el 27 de noviembre de 1872. Ismael Sotomayor en su obra “Añejerias Paceñas”, señala que este es uno de los fantasmas que recurrentemente aparece dentro de estos muros, quien se dice pidió a los serenos una vela en su memoria.
EL 21 de diciembre de 1874, un rayo cayó dentro del palacio, como un mal presagio, mismo que casi incendió el polvorín y las caballerizas que se encontraban en la parte inferior colindante tanto con la Catedral como con la calle Ayacucho. La predicción se cumplió, el 14 de marzo de 1875, una sublevación instigada por Casimiro Corral desencadenó una fiera batalla contra las fuerzas leales al Presidente Tomás Frías. Los insurrectos lograron dominar el terreno donde se encontraba construyéndose a duras penas la Catedral de La Paz y empezaron a prender sábanas impregnadas con kerosene para incendiar el lugar. Pese a los esfuerzos de los defensores, el tejado y la madera del tercer piso comenzaron a arder, las vigas de madera del techo y del piso crujiendo se desplomaron sobre el segundo piso, los defensores prefirieron salir combatiendo a morir calcinados. Esta acción aplomada les salvó la vida y lograron vencer a los insurrectos gracias a la oportuna llegada de las tropas acantonadas en Viacha, pero muchos de ellos murieron dentro de Palacio y otros en la plaza. Desde esa tragedia, el edificio adoptó el nombre con el que se lo conocerá para siempre: EL PALACIO QUEMADO.

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El edificio quedó en ruinas casi quince años, en ese tiempo fue usado como cuartel y caballeriza, puesto que sólo quedaban los muros tiznados de hollín y el techo en ruinas, nada quedó en su interior. El presidente Aniceto Arce en 1890 decidió iniciar su lenta reconstrucción, paradójicamente incluso antes de edificar el Palacio de Gobierno de Sucre, quizás intuyendo que sea como fuere este era el epicentro del poder en Bolivia. Con la llegada de José Manuel Pando y el triunfo de la Revolución Federal y los Liberales, La Paz cobró el papel definitivo de Sede del Gobierno.
Sin embargo la Historia siguió su curso y con ella las tétricas narraciones de este sitio encantado, Ismael Montes y Bautista Saavedra lo usaban de oficina, este último prefería vivir en la casa de su suegra ubicada en la calle Potosí. Hernando Siles no lo habitó, sin embargo llevó a su madre Remedios Siles para que su presencia le acompañase en su presidencia en las lúgubres y ófricas habitaciones del tercer piso, como una especie de talismán contra maleficios, pero la sombra siniestra del edificio se la cobró como una especie de ultraje. En 1930, estalló una revolución y la turba incendió la casa donde vivía el mandatario ubicada en el Prado paceño perteneciente a su esposa Luisa Salinas Vega, dejando intacto el viejo palacio.
Daniel Salamanca vivió en Palacio Quemado y fue un suplicio estar en el sitio, atormentado por sus dolencias físicas y la terrible tragedia del Chaco, acompañado por sus hijas, fueron esos muros que lo vieron llorar amargamente por el infortunio de la patria, así como vieron a German Busch ser distraído por uno de sus hijos cuando pretendía acabar con su vida de un disparo o como abofeteó al escritor Alcides Arguedas. El joven mandatario se fue a vivir lejos, a la calle Villalobos en la zona de Miraflores, pero la tragedia le siguió con su suicidio.
Peor suerte tuvo Gualberto Villarroel, quien el 21 de julio de 1946 fue masacrado por una turba, que lo encontró en una de las habitaciones, ultimándolo de un balazo y lanzándolo hacia la calle Ayacucho, siendo salvajemente colgado en uno de los faroles de la Plaza Murillo. Los ahorcamientos no terminaron allí, otros personajes del régimen caído fueron asesinados bárbaramente en jornadas posteriores, produciéndose un hecho extraño: el cielo oscureció, un rayo seco y un trueno ensordecedor hicieron centellar el horizonte, dejando todo en penumbras, mostrando los cadáveres de los colgados, haciendo que la turba espantada desapareciese a los pisotones en las calles, llenas de terror y angustia.

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En el libro “ En los pasillos del Poder” de Ramiro Paz Cerruto, narra como con la llegada de la Revolución Nacional, entre 1952 a 1954 el pequeño hijo de Víctor Paz Estenssoro, vivió sólo en este lóbrego palacio, escuchando las historias de los centinelas que no se atrevían acompañarle hasta altas horas de la noche, puesto que según ellos, sombras extrañas y figuras fantasmales hacían su aparición, bajo las tenues y mortecinas luces laterales de los corredores, en específico el espectro de Melgarejo quien aparecía de pronto con el ceño fruncido en una presencia que helaba la sangre.
Este palacio fue testigo de momentos trágicos en las vidas personales de sus ilustres inquilinos, como Alfredo Ovando que desmoralizado por la muerte de uno de sus hijos dejó la presidencia. Lamentablemente, similar circunstancia la vivió poco tiempo más tarde Hugo Banzer Suarez, quien en pleno Salón de Gabinete fue llamado de urgencia a su hogar para recibir la trágica noticia de la muerte de su hijo Boris. Este lugar en 1978 lo vio salir acongojado entre lágrimas por el golpe de estado que le propinó su propio delfín Juan Pereda Asbún. Este último no duró mucho.
Hernán Siles Zuazo inició en octubre de 1982, el periodo democrático más largo de nuestra Historia y fue en estos salones donde instaló una huelga de hambre para concientizar a sus fieros opositores, uno de ellos su histórico compañero de partido, Víctor Paz Estenssoro, quien por cuarta vez ocuparía el solio presidencial y que llegaba puntual a las nueve de la mañana con la parquedad y seriedad que le caracterizaban.
Los augurios son extraños en este lugar, en 2002 cuando Gonzalo Sánchez de Lozada fue exaltado a la primera magistratura, un florero, se derramó accidentalmente justo cuando se iba a anunciar el primer gabinete, esparciéndose su contenido como una mancha enorme de sangre que no pudo disimularse, el escritor e historiador Carlos Mesa en su libro “Presidencia Sitiada” señaló que esa fue una señal de malos presagios, que se confirmó con otro rayo que pegó de lleno en el monumento a Murillo y que daba la premonición de los hechos luctuosos que acontecerían tanto en Febrero de 2003, donde el Palacio fue ametrallado por todas partes, para finalmente desencadenar en el denominado Octubre Negro de ese mismo año.
Evo Morales uso el Palacio de Gobierno hasta principios del año 2018, cuando estrenó la denominada “Casa Grande del Pueblo”, dejando en el olvido al viejo edificio, considerándolo un resabio colonialista, un vestigio del pasado republicano oprobioso para él y su entorno, sin embargo, la horrenda y poco estética torre de cemento reflejaba no la grandeza del país, sino la egolatría y banalidad del gobernante. Y los augurios del Palacio no se dejaron esperar.
Dos meses antes de los dramáticos acontecimientos de octubre y noviembre de 2019, el suscrito narrador se hallaba en el Palacio Quemado, para la presentación de un libro que curiosamente se titulaba “A Bala, Piedra y Palo: La construcción de la ciudadanía política en Bolivia” de la historiadora española Marta Irurozqui y pude encontrar para consternación y profunda tristeza mía, un lugar como formolizado, momificado, con los pisos crujientes y las alfombras raídas, pero con el mismo ambiente y arquitectura fascinante. Con el salón de gabinete en penumbras y precintado, meditando en silencio pensé que era el penoso fin de una edificación tan emblemática. Pero estaba equivocado.

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Días antes de la caída de Evo Morales Ayma, una negra mariposa nocturna, conocida en el acervo andino como “tapharaku”, se posó silenciosamente en los muros del Palacio Quemado y la gente pronosticó el mal presagio, puesto que el ocupante del lugar moriría, se iría u ocurriría una desgracia. Increíblemente el augurio se cumplió para el gobernante.
Después de su legal posesión constitucional, la nueva presidente Yanine Añez Chávez anunció que gobernaría desde este recinto histórico en desmedro del antiestético edificio adjunto y sus “comodidades”. Cuando la mandataria ingresó al lugar, lo encontró empolvado, abandonado, con sus salones cerrados exhalando olor a humedad y descuido, como un museo olvidado. Ni corta ni perezosa, la Presidente ordenó inmediatamente la limpieza del sitio y el ingreso de flores frescas, restituyéndole su privilegiado lugar y dignidad en la Historia de Bolivia.
Quizás inconscientemente, no quiere ofender a este sitio tan cargado de Historia y que es el epicentro político del país, además que actualmente tiene demasiados problemas y desafíos inmediatos, siendo lo menos que le interesa ahora, las crónicas  y las narraciones de los varios espectros impertinentes que posiblemente rondan este sitio de por sí pesado, cargado de tantas circunstancias a largo de más de ciento cincuenta años y no la culpamos.
Sin embargo para Bolivia, el Palacio de Gobierno, el Palacio Quemado, demostró que es el imperecedero reflejo de nuestra realidad y que no podrá ser reemplazado en su significado y extraño magnetismo.

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