Roberto Ossio Ortube
10/06/2018 - 13:09

1918 – 2018 / EKATERIMBURGO /100 AÑOS/ EL OCASO DE UN IMPERIO - PRIMERA PARTE: EL HEREDERO

La historia de un gobernante, de una pareja, de una familia, de un imperio, de un destino y de un asesinato que marcaron el Siglo XX.

El Zar Nicolás II en su juventud

Cuando Nicolás Alexandrovich Romanov nació el 18 de mayo de 1868, todo parecía destinado a preservar una dinastía que gobernó Rusia desde 1713 con la llegada al trono de Miguel Romanov, rigiendo en forma absoluta Rusia, como Pedro I el Grande o Catalina la Grande la denominada “déspota ilustrada”.

A mediados del siglo XIX su abuelo el Zar Alejandro II había impulsado profundas reformas con el objeto de modernizar una arcaica sociedad feudal, liberando a los siervos de la esclavitud en 1861, buscando a futuro darle a este imperio una estructura constitucional moderna donde existan poderes separados que puedan conducir un Estado gigantesco. Sin embargo, el extremismo anarquista hizo carne del llamado “Zar Libertador”, un atentado terrorista en San Petersburgo prácticamente destrozó en pedazos al monarca, arrancándole literalmente las piernas haciendo que se desangre hasta morir.

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Su hijo Alejandro III era totalmente reaccionario a las ideas liberales de su padre, la brutalidad del magnicidio generó en él, un profundo desprecio y odio casi incontenible contra ideas de apertura. Por ello se suprimió cualquier tendencia modernizante, se redobló la autocracia y la ortodoxia religiosa. Podría considerarse que los actos cotidianos casi son reflejos del hombre y su propia fisonomía, el nuevo zar era enorme, con una altura superior al metro noventa, su maciza constitución hacía ver un hombre simple, un diplomático extranjero veía en el prácticamente a un campesino gigantesco como un oso, tosco, brutal, con ideas claras y sin concesiones o debilidad, matizado curiosamente por su afición al ballet y a la música clásica particularmente la de Tchaikovsky. Fue el quien, cuando el compositor murió, dijo la siguiente frase “existen muchos duques y príncipes, Tchaikovsky hay uno solo”, disponiendo que fuese velado en la Catedral de Nuestra Señora de Kazan en San Petersburgo, algo reservado únicamente para la realeza.

Alejandro III fue un hombre de hogar, casado con María Fiodorovna, una princesa danesa que antes se llamaba Dagmar, que fue la prometida de su hermano mayor quien murió prematuramente, con quien formó una familia feliz. Pero, un incidente cambiaría radicalmente el curso de la historia de Rusia, durante un viaje en el tren imperial en un descarrilamiento, al tratar de rescatar a su familia, Alejandro III soportó un fuerte golpe en la espalda baja, que al parecer afecto severamente uno de los riñones, de allí en adelante su salud empezó a declinar irreversiblemente.

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Los dolores postraron al enorme hombre hasta que no fue más que una sombra de lo que fue. Pronto dejaría de existir prematuramente y el peso del gobierno caería sobre su joven hijo mayor Nicolás. El heredero demostró tener un carácter apacible y obediente, que no dio muchos problemas a sus padres durante su crecimiento y formación, sin embargo, mostraba debilidad en cuanto a la toma de decisiones, su naturaleza apática, distante y contemplativa que lo hacían poco apto para las presiones, intrigas y arduo trabajo que representaba gobernar tan vasto país, que se pensaba se hallaba a buen recaudo en la figura paterna que sostenía con rígida autoridad toda la estructura familiar y del propio imperio.

No obstante, la salud de Alejandro III hacía pensar lo peor y fue necesario que Nicolás asuma rápidamente responsabilidades para las que no se encontraba preparado y una de ellas era aprender a gobernar y por otra no menos importante encontrar una consorte que asegure el linaje Romanov.

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