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Armando Ortuño Yáñez
25/10/2015 - 17:48

Sobre los liberales de closet, la rre-rre y otras cosas

La gracia de las campañas electorales tiene justamente que ver con su capacidad de imponer un debate en torno a alguno de estos clivajes: el que mejor sirva para marcar diferencias políticas y agrupar una mayoría social. Los promotores del “Si” naturalmente están intentando sublimar toda la cuestión a un clivaje en torno al ideal liberal-democrático, libertad/alternancia/democracia versus tiranía

Una serie de interesantes artículos se han referido en las últimas semanas a la reciente publicación en el diario Los Tiempos de los hallazgos de una encuesta sobre los valores democráticos y las percepciones de la coyuntura de los ciudadanos del eje urbano del país, realizada por Ciudadanía, quizás la entidad que mejor trabaja la cuestión de la opinión pública política en Bolivia. Entre varias cosas, aparece claramente que los bolivianos –urbanos y del eje, ojo- serían más liberales de lo que pensamos, es decir, tendrían una adhesión alta a valores y principios favorables a la libertad individual, política y económica.  Además un contundente 79% de entre ellos afirmarían que “en democracia, las instituciones funcionan mejor cuando hay renovación de líderes y dirigentes”.

Estos datos han despertado el entusiasmo en varios amigos que se han adelantado en ver señales telúricas de un inminente triunfo del “No” anti-reeleccionista en el próximo referéndum por la “rrerre”. Otros se han preguntado sobre el extraño comportamiento de estos bolivianos que son liberales, sin creérselo del todo y, peor aún, sin asumir abiertamente sus implicaciones en la política ya que siguen eligiendo a barbaros populistas. Unos “liberales de closet”, pues.

Para desesperar aún más a la perdiz, los mismos encuestados se revelaban, al mismo tiempo, tibios frente a la modificación de la Constitución para viabilizar la reelección del Presidente Morales.

Es interesante ver la frecuencia de respuestas a la pregunta sobre la rre-rre, pues es una foto bastante afinada del estado de espíritu de la gente frente a esta cuestión. Se pidió a los encuestados que calificaran su grado de acuerdo con esa posibilidad del 1 al 7: un 27% le puso un sonoro 1 a la idea, es decir nada de nada con la reelección, un 19% la califico con unos hostiles 2 y 3, un 16% con un tibio 4, es decir que puede que sí, dependiendo de algo, un 28% con un entusiasta 5 y 6, y un 10% con un 7 casi de “patria o muerte, venceremos”.

Así pues, se perfila un 46% de potenciales “No” versus un 38% de “Sí”, mundos polares, y un 16% decisivo pero indeciso. Inteligente, Daniel Moreno, concluye diciendo: “la idea de la reelección presidencial obliga a los bolivianos a tener que elegir entre sus valores democráticos, en los que la alternabilidad es importante, y una visión más pragmática de la política, que reconoce las dificultades de liderazgos alternativos para el país”.

Suscribo en parte el colofón de Daniel pero me animo a discutir algo más el dilema. No es solo la disyuntiva entre ciertos valores liberal-democráticos, como la alternancia en el poder, que además no es necesariamente la única o la más importante de esa corriente, frente a un pragmatismo sensible a las realidades del contexto. Los comportamientos políticos son el resultado de arbitrajes que cada ciudadano elabora en función de diversos valores o principios que va adquiriendo a lo largo de su vida. Es así que principios clásicamente liberales pueden coexistir con otros que privilegian la igualdad o la búsqueda de un orden/autoridad política. Dependiendo de los contextos sociales en los que se desenvuelve el individuo y de las coyunturas y decisiones concretas que debe asumir, algunos de esos valores se categorizan y priorizan por encima de otros. Hay, pues, muchos matices y pocas dicotomías blanco y negro en esta cuestión.

En concreto, el populismo masista, hegemónico en la sociedad desde hace quince años, incluye también algunos valores liberal-democráticos en su software ideológico, como la preponderancia del voto como instrumento de legitimación del poder, asociándolos a otros que enfatizan la justicia social y en los últimos tiempos la garantía de la gobernabilidad y la estabilidad, es decir de un orden político. De hecho, ese paquete ha sufrido mutaciones, de ahí quizás su éxito, acordes con los cambios en las coyunturas y en las experiencias de la sociedad. En sus primeros años los objetivos de justicia y de re-equilibrio social estaban por encima de los otros, instrumentalizando al voto y a la democracia liberal, y subvirtiendo al orden político de entonces. Hoy, el componente estabilidad  es posiblemente central, pero, y esto es lo importante, siempre será presentado como algo consustancial a la idea de justicia social, aunque esta sea cada vez más asociada al acceso/mantenimiento del consumo, y de democracia, pues tiene su origen en el voto. 

De hecho, la gracia de las campañas electorales tiene justamente que ver con su capacidad de imponer un debate en torno a alguno de estos clivajes: el que mejor sirva para marcar diferencias políticas y agrupar una mayoría social. Los promotores del “No” naturalmente están intentando sublimar toda la cuestión a un clivaje en torno al ideal liberal-democrático, libertad/alternancia/democracia versus tiranía. Y los promotores del “Sí” buscan llevarnos a reflexionar sobre los riesgos del desorden y la inestabilidad. Obviamente, querer no es poder, estos clivajes deben hacerles cierto sentido a las personas, es decir no parecerles artificiales, y para eso deben sostenerse en discursos pero también en hechos. Ese es el arte de la política electoral.

Sin embargo, ambos bloques deben tener cuidado en no creerse totalmente su cuento, es eficaz y quizás necesario, por su simplicidad, construir estos clivajes, pero su consistencia va a depender de que no olviden que puede haber énfasis, más liberal-democráticos o nacional-populares, pero que sus audiencias les piden también respuestas y señales en otros ámbitos. Unos tendrán que explicar y garantizar que la gobernabilidad y el progreso social no son incompatibles con ciertos respetos y formas demo-liberales, y los otros que la defensa de valores democráticos abstractos puede derivar en un proyecto realista de gobierno.

Coda. En un artículo que publique hace un mes sobre los resultados de los referéndums autonómicos había sostenido que ese comportamiento tenía tres vertientes: un voto anti-masista, una respuesta racional de rechazo a algo que no se conocía suficientemente, estos dos primeros mayoritarios, e incluso un voto anti-autonomista. Era pues problemático atribuirle un solo sentido al resultado como lo estaban haciendo los voceros de los partidos. Una reciente encuesta de Pagina Siete le pone números a esa intuición y la ratifica: sobre las razones del rechazo a los estatutos, el 53% dicen que fue porque “no se conocían los documentos”, el 27% que eran “una expresión de protesta contra el gobierno” y un 10% que la “gente prefiere un estado centralizado y no autonómico”. Amen.

Les invito a leer las referencias de este texto:

http://www.lostiempos.com/especiales/edicion/especiales/20150806/el-79-dice-que-renovar-lideres-es-clave-para_310984_688470.html

http://www.lostiempos.com/diario/opiniones/columnistas/20150930/liberales-en-bolivia_317423_703990.html

http://www.paginasiete.bo/nacional/2015/10/7/estatutos-influira-reeleccion-72651.html

 

 

 

 

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