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Armando Ortuño Yáñez
13/10/2015 - 10:40

Macrosatisfacciones y micromalestares: los ciegos en torno al elefante

Así pues, detrás de las macro-tendencias positivas se agazapan micro-satisfacciones pero también, cada vez más, micro-malestares. De ahí la paradoja, de un momento histórico en que la “pax evista” parecería haber alcanzado su punto más alto pero en la que se expresan de tiempo en tiempo molestias y frustraciones fragmentadas, aisladas e incluso contradictorias, pero reales: los que no quieren el Batán porque les parece un exceso, los asustados por la central nuclear que dice que quieren construir detrás de su patio, los federalistas que exigen una cementera con plata del estado central o los citadinos preocupados por el futuro de los bosques míticos del Oriente.

Quiero empezar este post recordando una vieja parábola hindú que nos cuenta la historia de seis hombres ciegos que deseaban saber cómo era un elefante, para lo cual decidieron utilizar su sentido del tacto. El primero al acercarse al animal, chocó contra su lado más ancho y fornido, por lo que empezó a decir que el elefante era similar a una pared. El segundo pudo palpar el colmillo, lo que le permitió afirmar que el animal era muy parecido a una lanza. El tercero se acercó al paquidermo y palpó su trompa que se retorció en sus manos, llevándolo a decir que se parecía a una serpiente. El cuarto posó su mano sobre la rodilla de la bestia, de manera que lo imaginó similar a un árbol. El quinto pudo tocarle una oreja que le recordó a un abanico. Finalmente, el sexto llegó a colgarse de la cola oscilante del animal confundiéndola con algo parecido a una soga. Por varias horas, estos hombres debatieron animadamente sobre la naturaleza del imponente mamífero, no pudiendo llegar a un acuerdo pues cada uno estaba en parte en lo cierto, aunque todos estaban errados sobre la cuestión principal.

Me acordé de esta narración intentando encontrar algo que motive la reflexión de los lectores sobre las trampas en las que, a veces, caemos cuando intentamos entender los comportamientos humanos a partir de indicadores parciales sobre su evolución. Frecuentemente buscamos datos totalizadores y simplificadores de algún fenómeno social que además pretendemos que sean verdades absolutas, sin reparar en la imposibilidad de resumir la complejidad humana en una sola información, por muy perfecta que esta sea, y en la necesidad de dialogar y escuchar otras perspectivas para acercarse a la “verdad” de la cuestión.

Muchos debates sobre la actualidad económica y política de la (pluri)nación se ahogan justamente en un pozo oscuro de interpretaciones, intolerancias dogmáticas y usos interesados de datos e informaciones parciales. Tendemos, con gran frecuencia, a sostener nuestros prejuicios a partir de datos que obviamente los ratifican y negando entusiastamente otras informaciones o indicios que nos ilustran sobre otras maneras de ver esos problemas, nos transformamos en unos ciegos gritones e intolerantes en torno a un elefante que no terminamos de comprender.

Casi llegando al décimo año del mandato del Presidente Evo Morales, qué datos nos resumen mejor la experiencia de una década que ha sido a la vez estimulante, feroz, prospera y frustrante. ¿Es el crecimiento anual sostenido de más de 4%? ¿Los más de cien feminicidios por año que se producen en el país? ¿El 20% que se redujo la pobreza? ¿Los millones de toneladas de cemento que han transformado, para bien y para mal, la faz de nuestras ciudades? ¿La expansión de 400% del negocio de los supermercados y de los restaurantes? ¿Las 200.000 hectáreas de desforestación anuales? ¿El 70% que dijeron “No” a los estatutos? ¿Los cerca de 60% que votan por el Presidente y lo aprueban sistemáticamente? ¿Los cientos de miles que recibieron a los marchistas del TIPNIS?, y un largo etcétera.

Todas son una parte de la verdad de este decenio y son, al mismo tiempo, incapaces de expresar solos la complejidad de los cambios que ha experimentado el país en este periodo. Algunos son datos agregados que ratifican la satisfacción gubernamental y nos hablan de un país que va bien, pero otros son indicios, también evidentes, de malestares que las macro-estadísticas son incapaces de captar. Convive pues el país del 5% de crecimiento, que se podría merecer un doble aguinaldo, con otro en el que hay sectores que tienen una economía de supervivencia o que ya están sintiendo las intemperies de la crisis global. De igual manera, detrás de la cifra de 6 ó 7 de cada 10 bolivianos chochos con el Presidente, que es objetivamente cierta, se camufla una diversidad de razones para tal sentimiento: desde los que no lo cambiarían por nada en el mundo hasta los que le aguantan sus cosas mientras sigan consumiendo y disfrutando de la estabilidad.

Así pues, detrás de las macro-tendencias positivas se agazapan micro-satisfacciones pero también, cada vez más, micro-malestares. De ahí la paradoja, de un momento histórico en que la “pax evista” parecería haber alcanzado su punto más alto pero en la que se expresan de tiempo en tiempo molestias y frustraciones fragmentadas, aisladas e incluso contradictorias, pero reales: los que no quieren el Batán porque les parece un exceso, los asustados por la central nuclear que dice que quieren construir detrás de su patio, los federalistas que exigen una cementera con plata del estado central o los citadinos preocupados por el futuro de los bosques míticos del Oriente.

La mayoría de los ciudadanos parecería justamente debatirse entre estas dos lógicas: se reconoce y valora la estabilidad y la bonanza de estos años pero también hay desconfianza frente a las maneras de actuar de algunos funcionarios y políticos: su incapacidad para dialogar con serenidad con la sociedad, su insistencia en una cultura política polarizadora que pocos añoran, su ineficacia frecuentemente impune, en suma su visión reducida, conformista y parcial de las propias transformaciones que el proceso de cambio ha promovido en el país.

Mientras se espera aún la llegada de los vientos de incertidumbre que provienen de las economías del norte y de China, los fundamentales macroeconómicos y de la gobernabilidad siguen sólidos, pero las formas de ejercer el poder a veces fallan y hasta irritan a grandes segmentos de la ciudadanía. En buena medida, el dilema de los electores en febrero del próximo año tendrá que ver con el balance que hagan de esas dos partes de la misma realidad. Cuidado pues en confundirse y empalagarse con las macro-satisfacciones y obviar la multitud de malestares que aunque no sean capaces de sustituir al coloso azul, al menos le pueden provocar un dolor de cabeza o incluso un accidente imprevisto.

Cierro pues este primer post con una invitación a que me acompañen en los siguientes meses en el entretenido ejercicio de explorar todas las partes de ese elefante desconocido que denominamos realidad socio-económica y política mediante la discusión de informaciones y de datos. Aprovecho también este espacio para agradecer la invitación de Grover Yapura para mantener esta columna permanente, al final me convenció. Hasta muy pronto.

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