Mundo Cristiano
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José Luis Olaizola
11/08/2016 - 17:36

Mi relación con los jesuitas

Fui requerido a presentarme nada menos en el despacho del Rector del colegio. Entré temblándome las piernas de miedo, y salí con los ojos llenos de lágrimas. Aquel jesuita resultó un prodigio de bondad

Yo he tenido mucha suerte con todos los curas que han pasado por mi vida, incluso con los jesuitas, o bien pensado, singularmente con los jesuitas.

Fui requerido a presentarme nada menos en el despacho del Rector del colegio. Entré temblándome las piernas de miedo, y salí con los ojos llenos de lágrimas. Aquel jesuita resultó un prodigio de bondad

Yo he tenido mucha suerte con todos los curas que han pasado por mi vida, incluso con los jesuitas, o bien pensado, singularmente con los jesuitas.

Creo que ya he contado que la guerra civil española de 1936/1939 me sorprendió en la capital de España, que estaba en poder de las tropas gubernamentales, y en ella pasé dos años y bastante hambre por ser una ciudad sitiada. Pero mi padre consiguió que, a finales de 1937, sus dos hijos pequeños, Juan Mari y yo, en compañía de mi hermana –la única mujer de la familia-, por medio de una embajada, nos pasáramos a la zona dominada por los militares –conocida como zona nacional-, por una razón muy plausible: se comía mucho mejor.

Cuando llegamos a San Sebastián, después de diversas vicisitudes, mi hermana mayor logró meternos en el colegio de los jesuitas. Yo acababa de cumplir los 10 años, y después de estar dos haciendo el zángano en el Madrid rojo, en el que estaban suspendidas las clases, me quedé asombrado: los curas de aquel colegio pretendían que estudiáramos. Mi hermano Juan Mari, dos años mayor que yo, los consideró razonable y se puso a ello procurando remediar la inopia de los dos cursos anteriores. Pero yo continué en aquella inopia estudiantil a tal extremo que fui requerido a presentarme nada menos en el despacho del Rector del colegio. Entré temblándome las piernas de miedo, y salí con los ojos llenos de lágrimas. Aquel jesuita resultó un prodigio de bondad. Me vino a decir, tratándome de usted como era costumbre en los colegios de la época, si no me remordía la conciencia, pensar el esfuerzo de habían hecho mis padres para sacarme del Madrid rojo, para poder vivir mejor y estudiar, y yo corresponder haciendo el vago.

Como se refirió a mis padres, en plural, la única defensa que se me ocurrió fue decirle que yo no tenía madre, se había muerto cuando solo tenía un año. Yo, a los 10 años, estaba acostumbrado a no tener madre, no hacía un drama de ello, pero procuraba aprovecharme de esa circunstancia: me daba cuenta que cuando decía que no tenía madre la gente me daba muestras de compasión, que yo las recibía con gusto. Y en esta ocasión también me dio resultado: el Padre Rector mostró compunción, redobló su cariño hacia ese pobre huérfano de madre, y me animó a estudiar pensando en mi sacrificado padre, que permanecía sitiado en una ciudad sometida a la hidra marxista. Consiguió que se me pusiera un nudo en la garganta, y le prometí que iba a estudiar, y, mal que bien, cumplí la promesa.

Terminada la guerra, en lugar de en los jesuitas me metieron en los marianistas, del colegio del Pilar, que caía más cerca de nuestro domicilio en Madrid. Pasaron los años, me eché novia, Marisa, que sigue siendo mi actual pareja, y fue quien dispuso que para ordenar mi vida de

Cara a Dios, del que me encontraba relativamente distante, convenía que hiciera unos ejercicios espirituales, y se ocupó de buscarme unos que tuvieron lugar en una residencia de Carabanchel, dirigidos por el padre Laburu, jesuita, que era una auténtica estrella de la oratoria. El padre Laburu me trató con mucho cariño, aunque para conseguir ese cariño ya no recurrí al truco de mi orfandad. No venía a cuento en un señor de 20 años. Pero esos ejercicios algo me ayudaron a mejorar mi vida.

Y por fin se ha cruzado en mi camino otro jesuita, del que he hablado un montón de veces, el padre Alfonso de Juan, con el que colaboro en el drama de la prostitución infantil en Tailandia: después de catorce años de relación somos como hermanos. Por lo menos, me comunico tanto o más de lo que me comunicaba con mis hermanos de sangre. Por cierto, cuando nombraron papa a Francisco, le felicité por correo y me contestó: “Para que veas que no todos los jesuitas somos malos”. ¡Qué cosas tiene este Alfonso…! ¡Cómo voy yo a pensar eso!.

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