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Juan José Toro
18/02/2016 - 08:41

Voto consciente

Ni oficialismo ni oposición se salvan de la repulsa ciudadana porque ambos bandos utilizaron los mismos métodos: insultos, mentiras, denigración y un obvio intento de manipular la conciencia ciudadana con el fin de llevar agua a su molino.

La campaña política recientemente concluida fue una de las más sucias de nuestra historia.

Ni oficialismo ni oposición se salvan de la repulsa ciudadana porque ambos bandos utilizaron los mismos métodos: insultos, mentiras, denigración y un obvio intento de manipular la conciencia ciudadana con el fin de llevar agua a su molino.

Como es lógico en los tiempos en que vivimos, el terreno de confrontación fue el de los medios masivos. La televisión cumplió con su papel, que incluye una buena dosis de espectáculo, y su complemento perfecto fue el amplísimo y todavía desconocido territorio de las redes sociales. Escudándose en el anonimato, cientos (¿miles?) de personas atacaron a uno y otro bando. Con el fin de influir en la ciudadanía, rebasaron todo límite y tomaron fotografías para trucarlas en el afán de convencer a la gente de verdades que en realidad eran mentiras. La pugna llegó al ataque personal. En la mayoría de los casos, el insulto suplió la falta de argumentos para un debate civilizado. Entendida como “deslustrar, ofender la opinión o fama de alguien”, la denigración fue el método más utilizado y, más allá de réditos políticos, el resultado fue una siembra de odio… guerra sucia.

El grupo social al que se dirigieron las campañas de los políticos es el de los indecisos que, según coincide la mayoría de las encuestas, manipuladas o no, llega más o menos al 20 por ciento. Y lo que pocos dijeron al respecto es que ese porcentaje es vergonzoso.

Veamos: el votante que se enfrente ante la papeleta el domingo tiene, además del sí y el no, las opciones de votar nulo o en blanco. Que el 20 por ciento de la población votante no haya sabido qué hacer hasta el momento de levantarse la última encuesta es un dato en verdad preocupante.

Una consulta popular, sea elección o referendo, tiene el propósito de consultar a la gente qué es lo que opina sobre ciertos temas. Si se trata de una elección, la pregunta es a cuál a cuáles candidatos prefiere. En un referendo, se le pregunta su opinión sobre determinado asunto: ¿acepta?... ¿rechaza? Y, como de democracia se trata, incluso se le da opción de votar en blanco o pifiar su voto. ¿Cómo podemos concebir que haya gente que todavía no sepa por cuál de las opciones inclinarse?

En una democracia ideal, el votante decide su voto en el momento mismo o a las pocas horas de haberse emitido la convocatoria a elecciones o referendo. Lo ideal es que, una vez habilitados todos los candidatos, el votante ya sepa por quién votar. Si se trata de un referendo, lo ideal es que tome una posición inmediatamente después de comprender a cabalidad lo que se le está consultando (y, para ello, resulta muy útil que la pregunta no sea muy complicada o que entrañe ambigüedades).  

Si el votante toma su decisión y no la cambia, sin importar lo que ocurra entre la fecha de convocatoria al plebiscito y la consulta popular misma, el suyo será un voto consciente, uno que no permitirá que los políticos cambien o manipulen.

Si, por el contrario, no toma su decisión de una vez y para siempre, atraerá el interés del político que, al saberlo indeciso, buscará convencerle a votar a su favor. Y entonces no solo vendrán promesas sino también ataques al adversario, descalificaciones, insultos, mentiras, denigración… guerra sucia.

Por tanto, si usted aún no decidió su voto, no se queje si tuvo que tragarse una de las campañas más sucias de nuestra historia. Usted es el culpable. Los políticos solo hicieron su trabajo.

 

 

 

 

 

 

 

 

(*) Juan José Toro es Premio Nacional en Historia del Periodismo.

 

 

 

 

  

 

 

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