Darsena de papel
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Oscar Díaz Arnau
04/02/2016 - 16:17

La derecha desahuciada

La cuestión se torna metafísica (y hamletiana: “ser o no ser” o ¡ser algo! porque, como decía José de San Martín, “serás lo que debas ser o no serás nada”).

A tono con la moda del cine y, antes todavía, de la literatura fantástica, hace dos semanas inicié una saga de reflexiones sobre las ideologías dominantes; para entonces, en este mismo espacio titulé: “La izquierda prometida”. Bienvenidos a la segunda entrega de esta trilogía que versa sobre una historia de la vida real.

A veces creo que nos falta consciencia, y que actuamos sin razonar demasiado acerca de lo que hacemos o decimos; pasa mucho en esto de la fragmentación de las sociedades políticas en izquierdas y derechas. Algunos, a tal estado de abandono le llaman —no sin perversión— “flojera intelectual”, pinchazo que esconde un indulgente reconocimiento de capacidad desaprovechada. Sí, está bien; por otra parte, nos sobra incapacidad.

Entremos en materia. El constreñido arco ideológico al que nos han llevado de las narices no admite conservadores en la izquierda ni socialistas en la derecha (neo)liberal. Tampoco existe la categoría de “liberales progresistas” ni de “progresistas liberales”.

Así pues, donde no hay medias tintas, la paradoja de la derecha (en líneas generales, sin considerar sus rasgos distintivos: más moderada, más extrema) radica en su necesidad de mantener una tradición de hacer política y, a la vez, acomodarse a las demandas de sociedades desmoralizadas, o insatisfechas, o indignadas, por yerros que son, al fin y al cabo, de responsabilidad compartida: de los gobernantes y de quienes los eligieron.

La cuestión se torna metafísica (y hamletiana: “ser o no ser” o ¡ser algo! porque, como decía José de San Martín, “serás lo que debas ser o no serás nada”).

La neoizquierda ha sido sagaz al gobernar con un pie en su costado zurdo, junto al “pueblo” (la empatía indispensable), y con el otro en el diestro cumpliendo indisimuladamente las reglas de la economía global (a propósito, ¿dónde está el modelo blindado contra toda crisis?; ¡bah!). Y ¡ah!, si de ser o no ser hablamos, y también de mercado, no debe haber mejor ejemplo de “filosofía barata y zapatos de goma” que el acuerdo pragmático entre los empresarios, un sector históricamente liberal, y el MAS, hito de socialismo derechizado en América Latina.

En la senda de las comparaciones, un mérito de esa izquierda nada fiel es el haber convertido a la derecha política partidaria en sinónimo de insulto, de mala palabra. A esa derecha, fuera del clásico juego populista —y aun así legítimo—, le cuesta más ser menos ella: blanda, social, no clasista. Y alarma su falta de lectura de la realidad, si no su ineptitud para elaborar una propuesta acorde con estos tiempos.

Aunque se parezcan en muchos sentidos, la izquierda sudamericana pudo sacar ventaja de los gobiernos neoliberales de la derecha. Hoy, en Bolivia, esto se traduce en ausencia, en autoexilio en propia casa, en ideología borrada del mapa político.

No tiene nada que ver con el referéndum en puertas, aun cuando la pretendida izquierda y la sometida derecha estén sudando la camiseta del Sí y del No, respectivamente. La estrategia plebiscitaria no solo ha entrampado a ambos bandos, sino que ha confundido al electorado boliviano. Y la misma izquierda regional se encargó de darle vida a la derecha desahuciada por dos flancos: el doméstico, con sus intemperancias, y por el externo con sus derrotas para nada sorpresivas en Venezuela y Argentina.

En lo ideológico, la consulta del 21 es inmanente pero no decisiva. Hay una alternativa a los extremos, una tercera vía menos palmaria, cierto, pero más abierta. A ella me referiré en la parte tres —y final— de esta saga, dentro de dos semanas.

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