César Sánchez
08/07/2015 - 23:50

Por un día, el Papa y Luis Espinal fueron uno solo

Tras un minuto de silencio pronunció el discurso más esperado, aquel que reconoce el trabajo de Luis Espinal. “Que Dios lo guarde en su gloria. Él era un hombre que predicaba el verdadero evangelio, pido que hoy esté a lado de Jesucristo”, fue la bendición que dejó sentir el Santo Padre en el Plan Autopista, donde se concentraron unas dos mil personas para sentir la presencia de Francisco y evocar al martir.

La Paz, 08 de julio (César Sánchez, Oxígeno).- Dan las 9 de la mañana, hoy no es un día normal en el plan autopista, aquella donde se recuerda el asesinato de Luis Espinal, el jesuita que luchó por los pobres y fue brutalmente torturado y luego asesinado. Hoy no transita ni una sola movilidad, la gente llega de a poco y a paso lento, agarrada de una frazada, un paraguas, algunos en compañía de sus mascotas, y una bolsa de mercado que, seguramente, guarda el refresco y la comida que degustarán horas después.

Los minutos pasan y la cantidad de gente va creciendo. Poco a poco tratan de ganar un puesto que les garantice cumplir su sueño, ver al Papa Francisco.

El piso, las rejas que dividen ambos carriles de la autopista o sillas, colocadas para los vecinos del lugar, todo sirve para garantizarse estar lo más cerca posible del Sumo Pontífice.  Poco a poco el lugar que, normalmente, sirve para el paso veloz de las movilidades- lo que ha generado más de un accidente- de pronto se transforma en un lugar católico, un punto de fe y devoción.

Al fondo, detrás del arco que da la bienvenida a la Urbanización autopista, reposa en un altar la imagen de la Virgen de Copacabana, aquella que horas más tarde se subirá a la tarima armada por los vecinos para celebrar una misa en honor al Papa Francisco y a Luis Espinal.

Es, exactamente, mediodía. La imagen de la Virgen de Copacabana está colocada al frente de la tarima, globos amarillos y la imagen de Luis Espinal adorna el lugar. En el centro, una mesa cubierta con un mantel blanco sostiene una biblia roja, un cáliz plateado y otro dorado, a lado un plato contiene las ostias que pronto bendecirán a los visitantes del lugar.

De pronto, siete padres se ponen sus sotanas blancas y suben al lugar. Es esa una excusa suficiente para que toda la gente presente voltee su mirada. Por media hora, la llegada del Papa Francisco pasó a segundo plano y la Iglesia se trasladó a la calle, tal y como lo desea el Sumo Pontífice.

Fue ese, quizá, uno de los momentos más emotivos de la histórica jornada. En esa misa, que demostró que la Iglesia puede acercarse al pueblo si así lo desea, el corazón de Luis Espinal y del Papa Francisco fueron uno solo. Para los presentes parecía no haber diferencia, ambos eran sus santos, ambos eran la razón por la que estaban ahí.

“¿Quién recuerda alguna frase que haya dicho el Papa Francisco?”, fue la pregunta que el Padre Chirvert- jesuita como los dos homenajeados- lanzó al público. No hubo ni un segundo de silencio, inmediatamente la gente hizo saber porque aman tanto a Francisco, porque es denominado el Papa del Pueblo. “Oren por mí”, “hagan lío”, “pastor con olor a oveja” o el “recen por mí”, fueron algunas de las frases que la gente gritó para recordar a Francisco.

El recuerdo por Luis Espinal no fue distinto, las frases de “Lucho” también quedaron marcadas en el pueblo. “Quien vive por el pueblo muere por el pueblo”, “una iglesia que no es pobre no es iglesia”, fueron las más sonadas – no sin antes escucharse el grito de “él era boliviano”-.

Minutos después llegaba uno de los momentos más esperados, el momento de la eucaristía. No importaba la edad, el sexo o la distancia, todos querían recibir la bendición, la sangre y el cuerpo de Cristo. “Permiso por favor, déjenla pasar. Ella solo vino para vivir estos momentos”, se escuchaba gritar a una señora que empujaba la silla de ruedas de Patricia, joven paceña.

Las horas seguían su paso, el sol asfixiaba y, al mismo tiempo, un fuerte viento congelaba a los asistentes. Las más de dos mil personas encontraban cualquier actividad para esperar al Papa, para dejar que pasen las horas.

Los niños jugaban, los jóvenes escuchaban música mientras los más grandes charlaban o degustaban algún alimento. Mandarinas, naranjas, papas fritas, claro, acompañados por jugos, agua o gaseosas que hacían los minutos menos pesados.

A las 17:30 se entonaba el Himno Nacional de Bolivia, como si fuera un anuncio que el arribo del Papa- que se atrasó por más de una hora- estaba cerca. Poco a poco la gente empezaba a levantarse de su lugar, intentaban acercarse al alambrado, ese que, por seguridad, les impedía estar más cerca del Papa.    

Globos blancos, banderas y carteles – que daban la bienvenida al Sumo Pontífice y pedían la beatificación de Luis Espinal- salían a la luz. Cada minuto que pasaba hacía crecer la emoción, por cada minuto que pasaba un niño se subía  a los hombros de su padre para ver mejor, una persona sacaba su celular para grabar la llegada del Santo Padre, un grito se dejaba escuchar, una sonrisa aparecía, el Papa estaba cerca.

Dieron las 18:36, los gritos de la gente se hacían incontrolables, los flashes de las cámaras eran interminables, el “Papamóvil” había llegado. “Buenas noches”, esas fueron las primeras dos palabras que el Papa Francisco pronunció para los miles de presentes.

Tras un minuto de silencio pronunció el discurso más esperado, aquel que reconoce el trabajo de Luis Espinal. “Que Dios lo guarde en su gloria. Él era un hombre que predicaba el verdadero evangelio, pido que hoy esté a lado de Jesucristo”, fue la bendición que dejó sentir el Santo Padre.

Después, y a medida que el “Papamóvil” avanzaba, saludaba a la gente, no sin antes pedir al pueblo que “no se olviden orar por mí” y dar la bendición “en nombre del Padre, del hijo y del Espíritu Santo”.

Fueron, aproximadamente, 5 minutos que Francisco estuvo ahí, pero fueron suficientes para reafirmar la fe de los presentes.

“Yo quería tocar la túnica del Papa para que me alargue la vida. No pude, solo lo vi pero siento que esto me ayudará a que mi enfermedad no retrase mi vida”, así con esas palabras, expresadas a Oxígeno por una joven que sufre de esclerosis, se explica lo que generó ver al Santo Padre. 

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