Lengua
Redacción Oxígeno
26/10/2017 - 12:44

¿Cómo evolucionó la lengua castellana hasta convertirse en español?

La frase inaugural de la lengua castellana dice en su grafía primitiva. “Cono aiutorio de nuestro dueno Christo, dueno salbatore, qual duenno get ena honore et qual dueno tienet ela mandatione cono Patre cono Spiritu Sancto enos sieculos delo sieculos”.

Foto referencial.

Las lenguas no nacen en un día exacto como los seres humanos ni en un lugar concreto de la geografía. Son el producto de un proceso de formación que se va dando a través de la interrelación pacífica o violenta de unos pueblos con otros. Por eso es mejor decir que la lengua no nace, sino que se hace; cada pueblo la va construyendo día a día, y se convierte en algo vivo y dinámico que evoluciona según la cambiante realidad del pueblo que la habla.

La península ibérica fue, desde tiempos inmemoriales, escenario de asentamientos, colonizaciones y conquistas que realizaron pueblos de las más diversas procedencias. Fenicios, griegos, cartagineses, romanos, visigodos y árabes ocuparon en diferentes épocas el territorio peninsular. Esa circunstancia convirtió a España en una encrucijada de culturas que, durante un largo período de su historia, no le permitió consolidar una identidad nacional con una lengua dominante.

Antes de la llegada de civilizaciones procedentes de la parte oriental del Mediterráneo ya estaban firmemente establecidas tres etnias aborígenes en el territorio peninsular: los iberos, los tartesios y los vascos, pero fue mínimo el aporte de estos pueblos primitivos en la conformación de la lengua española. Con excepción del vascuence, ninguna de las lenguas aborígenes pudo permanecer en el tiempo porque se vieron sometidas a la influencia de civilizaciones más avanzadas que las fueron modificando o las hicieron desaparecer en el proceso traumático de la conquista.

En el año 1100 a. C. arribaron los fenicios, que eran esencialmente mercaderes. No llegaron a implantar una cultura, sino a obtener un lucro derivado de su actividad comercial. Por eso, el impacto lingüístico de los fenicios no fue duradero, y su huella cultural fue insignificante. Lo único que se puede anotar en su favor es que fueron ellos los que le dieron nombre al territorio que colonizaron.

En efecto, cuando desembarcaron en la costa mediterránea y vieron la cantidad de conejos que salían de los matorrales, no dudaron en bautizar el país al que llegaban como i-schephan-im, con el significado de tierra “remota” o “repleta de conejos”. Pero el topónimo se fue modificando por esa inexorable ley de la transformación de las lenguas y se convirtió en Spania y luego en Hispania durante la dominación romana. Los historiadores griegos, por contraste, utilizaban la palabra ‘Iberia’, porque el vocablo que más pronunciaban los nativos era ‘iber’, que en su lengua significaba río, vocablo que hacía referencia al Ebro, el más caudaloso de los ríos que desembocan en el Mediterráneo.

En el siglo VII a. C. arribaron los griegos, y se establecieron en la esquina nordeste de la península. Permanecieron un poco más de un siglo, y su contribución directa a la lengua fue escasa. Sin embargo, es preciso aclarar que las 3.000 palabras de origen griego que hoy hacen parte de nuestra lengua entraron, en su mayoría, por la puerta del latín, cuando, siglos más tarde, los romanos conquistaron Hispania. Aunque por vía indirecta, la influencia de la cultura griega en el español ha sido enorme, como muy bien lo señala el padre Félix Restrepo.

Los griegos fueron destronados por los cartagineses y estos, a su turno, sucumbieron ante los romanos cuando intentaron desafiar su poderío militar y económico. De la civilización púnica quedó muy poco, y su aporte a la lengua fue casi nulo aunque permanecieron por más de tres siglos en la península ibérica. Su mayor contribución fue haber provocado la llegada de las legiones romanas y, con ellas, una civilización que sí dejaría una impronta cultural perdurable en el territorio rebautizado con el nombre de Hispania.

Con las legiones llegó la lengua del Lacio, la que más influyó en la formación de nuestro idioma. La conquista romana fue muy diferente de todas las demás porque Roma sí estaba interesada en sembrar una cultura y dejar un legado para la posteridad. Para ello era indispensable fundar un Estado con leyes e instituciones y simultáneamente implantar una lengua en el territorio conquistado para que las normas fueran entendibles y se pudieran obedecer. Pero la lengua conquistadora no iba a permanecer inmune en su proceso de implantación porque las lenguas vernáculas la modificarían en su estructura morfológica y sintáctica.

A partir del siglo III, el imperio romano empezó a periclitar. Ya no se cuidaban las fronteras de sus provincias con el mismo celo y eficiencia militar de antes, oportunidad que aprovecharon los visigodos, unas tribus de origen germánico, para incursionar en Hispania en el año 416. Reinaron durante tres siglos, pero su legado cultural fue modesto, mientras que el de sus sucesores, los árabes, fue muy importante no solo en el campo de las ciencias, sino en el de las letras y de la lengua. Baste señalar que por lo menos cuatro mil palabras de nuestro idioma tienen ancestro árabe. Sin embargo, ese número considerable de vocablos no logró alterar la estructura de las lenguas autóctonas, que cada día se alejaban del latín aunque mantenían su esencia.

La resistencia de los reinos cristianos del norte peninsular empezó a gestarse desde el mismo momento en que llegaron los musulmanes. Razones políticas y religiosas alentaban el patriotismo hispánico, y la reconquista del territorio se fue dando de norte a sur con triunfos resonantes sobre los moros. Las lenguas de estos reinos habían tenido una evolución muy diferente a la de al-Ándalus, porque la topografía y su continuada resistencia al poder musulmán los habían mantenido aislados de esa influencia en el habla de sus gentes. Esta circunstancia propició el desarrollo de una variedad de dialectos romances que evolucionaron a partir del latín vulgar.

Pero una de esas formas de expresión fue imponiéndose sobre las otras por la importancia y el poderío que fue adquiriendo la región donde se hablaba esa variedad dialectal. Castilla, que empezó siendo un señorío bajo la tutela leonesa, se convirtió en condado y finalmente en un reino que poco a poco fue extendiendo sus fronteras y consolidando su poder. Sus gentes se habían acostumbrado a hablar en una variedad romance derivada del latín en forma ininterrumpida porque su arabización fue insignificante o casi nula.

Siendo así, es lógico que nos preguntemos: ¿cuándo se empieza a hablar castellano por primera vez como una lengua diferenciada y reconocible? No es posible fijar un momento exacto para el nacimiento del español, pero lo que sí está documentado son las primeras manifestaciones escritas donde se puede advertir que la lengua del pueblo ya no era el latín vulgar.

Los testimonios escritos más antiguos de la variedad romance que más tarde se llamaría “castellano” son el Cartulario de Valpuesta y la Nodicia de kesos, datados entre el siglo IX y el XI. Sin embargo, en ellos no se podía ver todavía la estructura sintáctica del idioma castellano. Ese feliz advenimiento se produjo en las Glosas Emilianenses, en el monasterio de San Millán de la Cogolla, en La Rioja. En los márgenes y en las entrelíneas de los pergaminos de un códice medieval brotaron las primeras frases de nuestro idioma como en una especie de alumbramiento mágico de la lengua latina. Esa criatura evolucionó hasta convertirse en el habla que hoy permite la comunicación fluida y continua a quinientos sesenta millones de hispanoparlantes.

La frase inaugural de la lengua castellana dice en su grafía primitiva:

“Cono aiutorio de nuestro dueno Christo, dueno salbatore, qual duenno get ena honore et qual dueno tienet ela mandatione cono Patre cono Spiritu Sancto enos sieculos delo sieculos”.

La versión en el castellano de hoy sería:

“Con la ayuda de nuestro Señor Cristo, Señor Salvador, Señor que está en el honor y Señor que tiene el mando con el Padre con el Espíritu Santo por los siglos de los siglos”.

Lo notable de estos textos, además de su estructura gramatical, es su profundo contenido espiritual. Mientras el primer documento escrito en italiano es un alegato jurídico para defender la propiedad de unas tierras que pertenecían al monasterio de Montecasino, y el primer texto escrito en lengua inglesa es un contrato comercial, el primer texto en español es una oración. Es decir, nuestra lengua nació hablándole a Dios.

Las Glosas Emilianenses son los textos en romance ibérico más antiguos de los que se tiene noticia, y en los que están presentes todos los niveles lingüísticos.

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