Dársena de papel
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Oscar Díaz Arnau
14/04/2015 - 11:42

Democracia: La posibilidad de mejorar

En democracia estamos entonces a medio camino, siempre. Y luego de décadas de experiencias varias, como adultos relativamente jóvenes para los tiempos contantes y sonantes de la democracia ininterrumpida, va siendo hora de que aprendamos.

“Cualquier teoría democrática debe organizarse en torno al concepto de ‘sociedad civil’, y no necesariamente de ‘elecciones’ (…) Por eso la democracia no es nunca algo hecho. Es una tarea. Por eso la democracia no es ni la urna ni el partido en el poder. Es la capacidad política de la gente de ir a las urnas y pedir responsabilidades a los partidos políticos y a sus dirigentes. Solo si estamos convencidos de esta realidad podremos cambiar la democracia para que deje de ser una palabra hueca en nuestro discurso público y se convierta en el marco en el que sea posible consumar una vida política completa, capaz de sacar el máximo fruto de nuestro potencial y nuestra creatividad como seres humanos”.

Fundamental sentencia del filósofo iraní Ramin Jahanbegloo que podría llevar a la conclusión de que la democracia no es más que una posibilidad; la posibilidad de vivir mejor o de vivir peor según el grado de responsabilidad, compromiso y preparación de las autoridades y también, en modo especial, de la sociedad toda.

Hace casi 33 años que Bolivia recuperó la democracia y sin embargo cuesta aprehenderla en su totalidad, es reducida aún al “vulgar” acto de votar. Entrecomillo porque votar no es poco: simbólica y efectivamente representa la participación directa de la ciudadanía en la elección de representantes del pueblo hacia el ejercicio del poder. Y todos sabemos lo que significa otorgar un poder —sea cual fuere— a alguien.

Decía en mi anterior columna, titulada “Democracia: la ingenuidad de creer”, que el cenit de la democracia se alcanza cuando el que recibe la confianza del voto cumple con las aspiraciones del que vota, no antes. Por eso contentarse con votar resulta insuficiente, ya que la ciudadanía se ejerce aun después, cuando toca exigir el cumplimiento de las promesas de campaña y más. Esta, la participación post del actor social y político no candidato, significa la completitud de la actuación ciudadana en el acontecimiento electoral de la democracia.

La democracia, decía, no es (solamente) votar, porque votar no es el fin sino el medio. ¿Para qué? Para aspirar a algo mejor. De allí la permanente construcción, la “tarea” a la que refiere Jahanbegloo. Se trata, creo, de una labor infinita —lo cual de alguna manera debería reconfortar a quienes, como yo, hemos protestado mucho, aunque sea en silencio, frente a la radio, durante todos estos años de democracia insatisfecha.

Da un poco de rabia también, y pena, la sensación de plenitud de los que consienten a la democracia y sus hacedores políticos en cada elección, pobres ciudadanos truncados a los que les pierde la fiesta desbordante del voto. No saben, no se les ha explicado que lo que viene después no es (solamente) cosa de los gobernantes elegidos.

En democracia estamos entonces a medio camino, siempre. Y luego de décadas de experiencias varias, como adultos relativamente jóvenes para los tiempos contantes y sonantes de la democracia ininterrumpida, va siendo hora de que aprendamos.

Por ejemplo, no debería sorprender la ineficiencia de unos políticos que, en 33 años, han dado suficientes muestras de que no están a la altura de las circunstancias históricas. La ineptitud o la actitud propensa al aprovechamiento propio antes que al beneficio de los demás. La inagotable esperanza de una verdadera justicia social, no importa cómo sea esta interpretada en un país, ahora, desideologizado. Debería preocupar, eso sí, la falta de respuesta ciudadana a tanta incapacidad junta.

Nada mejor para políticos incompetentes que una ciudadanía sumisa, mejor aún ignorante.

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