Dársena de papel
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Oscar Díaz Arnau
18/02/2015 - 09:25

El MAS en el centro político

Aunque las primeras encuestas rumbo a las subnacionales deberían encender las alarmas del oficialismo por su excesiva dependencia de la figura de Evo Morales para ganar elecciones, el panorama no cambiará radicalmente. Aun así, por una cuestión de naturaleza política, el ciclo del MAS en el Gobierno debería estar llegando a su fin. Salvo un régimen desentendido de las normas elementales de la democracia —el de Cuba, por ejemplo—, cualquier país de Latinoamérica estaría de acuerdo con un recambio, independientemente de las virtudes o defectos del Gobierno. Nadie debería prolongarse en el poder por más de una o dos gestiones consecutivas. Morales lleva tres.

Raro destino el de los pueblos empecinados en apoyar a gobiernos que tan pronto se venden como de corte populista, muestran que no son todo lo izquierdistas que decían ser sino correctos señoritos burócratas que solamente se diferencian de sus antecesores por usar chompa de lana de alpaca en vez de camisa de lino y corbata de seda. La comparsa no tiene cara ya para brincar ocultándose tras una máscara carnavalera.

La visión económica del país, aunque fuese en el corto plazo, ha primado sobre peligrosas tendencias ideológicas que dos o tres vivillos urdieron bajo el paraguas de una engañosa corriente indigenista, primero, y de un progresismo ventajista o malentendido, después. Venezuela comprueba con dolor que la trama política basada en el discurso irresponsable y un programa social deleznable solo conduce al despeñadero. El fracaso del ALBA confirma la voluntad del socialismo latinoamericano por cavar su propia tumba y enterrarse solo, antes de que la vergüenza le dé alcance.

Por eso hay que aplaudir la decisión del MAS de recapacitar y abandonar su compartimiento estanco para ocupar el centro político nacional; un tácito reconocimiento de que el socialismo duro no es lo más conveniente para el país y el mundo, así como tampoco lo es el neoliberalismo secante. Ni blanco ni negro, los políticos bolivianos están llamados a atender las demandas de izquierdas y derechas desde el equilibrado centro.

Tan válida resulta la fundamentación de un partido en principios básicos de la izquierda tradicional como deshonesto no admitir que aquello que empezó siendo una enérgica interpelación al modelo capitalista se ha ido diluyendo con el paso de los años. La moderación del MAS —a pesar de sus varios inmoderados que abren la boca y desparraman su falta de vocación por la cultura sin pudor alguno— se debe, en definitiva, a una cuestión de supervivencia. Su horizonte político estaba a la vista, se le iba acortando el margen de negociación con los sectores comprometidos en las sostenidas campañas electorales, el descontento de la ciudadanía aumentaba y había que ampliar el segmento social, ya no ceñirlo a las clases bajas, campesinas y suburbanas.

Lo tuvo fácil porque no solo jugó este partido con el árbitro a favor, sino que no había rival. La oposición demostró largamente su incapacidad y terminó siendo uno de los sepultureros de la teoría del desgaste: El MAS en lugar de debilitarse se ha ido afirmando hasta darse el lujo monárquico de reinar a gusto y antojo. La corrupción en YPFB, el Fondo Indígena y otros, en cualquier lugar del mundo habrían provocado una disminución en los índices de popularidad del Presidente. Pero en Bolivia eso no sucede porque los medios de comunicación independientes trabajan amordazados como fruto de una paciente estrategia de silenciamiento desplegada por el gobierno democrático de Morales. Democrático en lo formal: la libertad de expresión boliviana es un espejismo que no deja ver cuánto calla el periodismo para evitarse el “mal momento” de la persecución política.

Aunque las primeras encuestas rumbo a las subnacionales deberían encender las alarmas del oficialismo por su excesiva dependencia de la figura de Evo Morales para ganar elecciones, el panorama no cambiará radicalmente. Aun así, por una cuestión de naturaleza política, el ciclo del MAS en el Gobierno debería estar llegando a su fin. Salvo un régimen desentendido de las normas elementales de la democracia —el de Cuba, por ejemplo—, cualquier país de Latinoamérica estaría de acuerdo con un recambio, independientemente de las virtudes o defectos del Gobierno. Nadie debería prolongarse en el poder por más de una o dos gestiones consecutivas. Morales lleva tres.

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