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Juan José Toro
12/02/2015 - 11:41

Cuentitos carnavalescos

Los periódicos de la época publicaron la noticia de la invasión el 28 de febrero de 1789; es decir, 14 días después de sucedida. Aunque en ese año Bolivia todavía no contaba con telégrafo, ¿cómo se explica tanta tardanza?

Cada vez que se intenta graficar el descuido de los bolivianos en los días del carnaval se echa mano de la versión del presidente Hilarión Daza ocultando la noticia de la invasión de Antofagasta en febrero de 1879.

Este espinoso tema ya fue abordado en más de una ocasión en esta columna y en alguna incluso mereció justificadas refutaciones por parte de historiadores que lo conocen con mayor detalle que la mayoría de los bolivianos.

El detalle es que el cuento del estafeta Gregorio Colque recorriendo a la carrera “76 leguas en seis días” para entregar en mano propia la carta que informaba sobre la invasión y habría sido ocultada por Daza “en su bolsillo” con el fin de no perjudicar las fiestas del carnaval sigue pareciéndome una versión que bien pudieron creer los bolivianos del siglo XIX pero ya resulta anacrónica en nuestros días.

La Cancillería boliviana guarda en sus archivos la documentación diplomática que se salvó de los avatares de nuestra historia. Ahí están las cartas en las que, primero, se advertía al gobierno de Daza sobre los aprestos militares de Chile y las que incluso fueron publicadas por la prensa de entonces con la noticia de la invasión chilena.

Los periódicos de la época publicaron la noticia de la invasión el 28 de febrero de 1789; es decir, 14 días después de sucedida. Aunque en ese año Bolivia todavía no contaba con telégrafo, ¿cómo se explica tanta tardanza?

El 24 de marzo de 2013, el investigador Jaime de la Fuente Patiño arrojó algunas luces en un artículo publicado en Los Tiempos: desempolvó, entre otras cosas, la tesis de Juan Siles Guevara que, basándose en documentos de la Cancillería, reveló que la carta con la noticia de la invasión salió de Tacna recién el 19 de febrero, cuatro días después de ocurrida, y quien la llevó hasta La Paz, haciendo uso de un sistema de correo propio con mulas, fue un hombre identificado como Pedro Ramos.

Pero ni Siles ni De la Fuente justifican el retraso. La carta habría llegado a La Paz el 22 de febrero, en sábado de carnaval, y sólo tuvo difusión masiva el 28. Hubo negligencia pero no hubo estafeta.

¿Hasta dónde llega la responsabilidad de Daza? Esa es una duda que, 136 años después, ya debería de estar despejada del todo.

El problema es que, más allá de los documentos de la Cancillería, las piezas claves del proceso se perdieron en otro febrero, el de 1894, cuando Daza retornó a Bolivia y cometió otro error: anticipar a un periodista, en una entrevista concedida en el hotel Sudamericano de Uyuni, que había llegado con “documentos que oportunamente presentaré (y) vendrán a dar la verdadera luz sobre los acontecimientos de la Guerra del Pacífico y determinarán a los que deben llamarse traidores de la Patria”.

¿Y qué pasó con esos documentos? Desaparecieron la noche del 27 de febrero de 1894, cuando Hilarión Daza fue asesinado por sus propios custodios. Según José V. Ochoa, la orden de matarlo fue impartida por el capitán José María Mangudo y el teniente Manuel Castillo. “Nunca se pidió esclarecer móviles del crimen”, agrega.

Sus asesinos se llevaron su portafolio, con los documentos anunciados, y, en lugar de pedir que se esclarezca el crimen, los bolivianos repetimos en cada carnaval el cuentito del estafeta y la carta escondida.

 

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