Anatomias
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Victor Hugo Romero
16/01/2015 - 12:16

La Paz - Oruro – Potosí

Luego de siete horas llegamos, allí nuestros familiares nos esperaron con un sabroso ají de gallina, el cafecito de rigor y luego a descansar. Tuve descansar nomás luego de haber sido censurado al demandar una potosina bien fría, esa noche dormí con una, con el motivo de mis viajes a esta tierra en la que el tiempo no existe. Ahora que es de mañanita me voy en busca de la Potosina pilsener, siempre amparado en el anonimato de las masas. 

A fines o comienzos  de año, me toca hacer un periplo viajero de lo más largo y divertido. Mi familia y yo viajamos a Potosí y de ahí nos pasamos a Cochabamba con el propósito de visitar a nuestros parientes más cercanos; el periplo lo hacemos por tierra y en nuestro carro, asumiendo, como en el Dakar, que es una práctica extrema de traslado.

A medida que se acerca el día fijado para la partida, nos ponemos nerviosos, las noticias sobre los accidentes carreteros impactan más de lo necesario, también la intensidad de las lluvias; de por medio también está la renovación del SOAT, la inspección vehicular y la revisión de los líquidos vehiculares: freno, embrague, motor... Regresan a mi memoria los recuerdos de los anteriores viajes, especialmente los detalles más feos, uno ingresa en una peregrinación interior de los más existencial y espiritual.

Llega el momento de la partida y lo que solía ser uno de los primeros obstáculos, pasar por El Alto y llegar a las trancas, se resuelve de manera mágica e inmediata. Antes, formábamos parte de una larga caravana que tenía que soportar a los minibuseros, surubís, camiones, floteros, hasta llegar al punto en el que un malhumorado policía luego de preguntarte de mala manera si llevas botiquín, triángulo y extintor, daba la orden de partida iniciando así una loca carrera para llegar a destino.

Debo confesar que en los muchos viajes que hice, vi en la carretera La Paz Oruro, un sinnúmero de accidentes, muchos de ellos debido a la imprudencia de los conductores y que estos hechos en su gran mayoría quedan impunes.

En esta oportunidad, la situación fue distinta, sólo existe un pequeño tramo entre una y  dos poblaciones antes de llegar a Caracollo en el que aún no está lista la Doble Vía, pero en el resto sí; es una maravillosa carretera que no sólo disminuye la cantidad de accidentes también el tiempo de llegada a Oruro. Sin correr, a menos de cien por hora, llegamos en dos horas y media. Ahora debo admitir que gracias a los choferes imprudentes, disminuye el placer de viaje, como el flotero que no daba paso y se colocaba en el carril de la izquierda o los famosos surubís que corren como locos, arriesgando no sólo sus vidas, también la de los demás. ¿La Policía? Bien gracias.

Llegamos a Oruro y todo sigue igual, lleno de barro, basura, escombros,  charcos, de deterioro y abandono. No debería ser tan difícil llegar a la carretera hacia Potosí, del Casco del Minero a la izquierda, hasta el nudo vial y otra vez a la izquierda, pero no. Todo cortado, ya sea por la imposibilidad del paso debido a la gran cantidad de huecos o a una serie de obras inconclusas en las que no se sabe si están siendo acababas o han sido paralizadas, obstáculos que nos obligaron a dar largas vueltas de desvío en desvío hasta llegar a la tranca hacia Potosí.

El camino a la Villa Imperial estuvo tranquilo, pero no libre de las vicisitudes climáticas, llovió, nevó y salió el sol, como preludio de llegada.  No fue nada sencillo enfrentarse al clima; luego del riguroso charque de llama en Challapata, arrancamos hacia la tormenta, reduciendo siempre la velocidad y tomando con precaución las peligrosas curvas del tramo en cuestión, curva y contra curva en  pendiente y descenso que de asumirlas distraído pueden provocar que se pierda el control de auto. Cada cierto tiempo la expresión “¡Mirá a ese loco!” nos volvía a confirmar que en toda carretera hay imprudentes. 

Luego de siete horas llegamos, allí nuestros familiares nos esperaron con un sabroso ají de gallina, el cafecito de rigor y luego a descansar. Tuve descansar nomás luego de haber sido censurado al demandar una potosina bien fría, esa noche dormí con una, con el motivo de mis viajes a esta tierra en la que el tiempo no existe. Ahora que es de mañanita me voy en busca de la Potosina pilsener, siempre amparado en el anonimato de las masas. 

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