Anatomias
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Victor Hugo Romero
29/09/2014 - 09:28

Cuestión de parrandas

El problema con estos notables casos de parranda es que están banalizando esta lucha y compromiso contra la trata. La sociedad podría no tomar en serio las futuras denuncias y alertas, al contrario dejaría pasar la oportunidad de salvar a una persona en peligro, es en este punto en el que las autoridades deben actuar con seriedad e informar qué realmente pasó, dejando claras las cosas, emitiendo mensajes positivos y agradeciendo a las personas su preocupación, también su actitud comprometida y no cómo lo están haciendo ahora, manteniendo reserva, prolongando el misterio, promoviendo la indiferencia.

¿Quién no se ha dado alguna vez una buena parranda? Yo lo hice y debo confesar que más de una ocasión ¿quién sabe cuáles son los mecanismos que nos conducen a prolongar la fiesta y la estancia en un estadio de entretenimiento bucólico que incluso nos arrastra a buscar, parafraseando a un poeta, ángeles musulmanes en las azoteas del alma escuchando jazz… más allá de la bohemia, el festejo prolongado se complica, cuando los familiares, ante la ausencia de su ser querido van asumiendo que les ha pasado lo peor?.

Todavía recuerdo el papelón que una muchacha protagonizó hace años en Cochabamba, cuando en un arranque de rebeldía se fue de parranda sin decir nada, su familia y amigos creyeron que la habían secuestrado, convertida en prostituta en un burdel lejano, asesinada, dieron el grito al cielo y se movilizaron buscándola junto con la policía y medios.

A los pocos días apareció la jovenzuela, los policías hablaron con ella, confesó que la noche de copas se convirtió en varios días. La reacción de los familiares se justificaba debido a que en La Llajta semanas antes, se registraron  violentos crímenes contra varias muchachas, por tanto estaba sembrado el temor.

Está claro que el contexto de inseguridad ciudadana en el que vivimos ahora, ha cambiado el curso de las “parrandas”. No es tan sencillo echarse a perder, sin provocar un susto a los suyos o perderse al punto de no poder volver a casa, debido a que ya no es seguro tomarse unos tragos y extender la jarana sin evitar que con ella también lleguen las consecuencias, que suelen ser evocadas por nuestras madres: atracos, robos, peleas y demás conflictos que podrían atentar contra nuestra existencia. En defensa de la bohemia podríamos señalar que todo depende con quién, cómo y dónde uno decida perder la cabeza, que esos peligros siempre estuvieron presentes a lo largo de nuestra historia y que a ratos son inevitables, cosa del destino.

La situación cambia, cuando las parrandas son ahora tema de sobre exposición mediática, ante la ausencia del ser querido, la desconfianza en la policía, la justicia y el resto del sistema, que primero te pide publicar la foto del desaparecido en la paredes y luego de las 72 horas de rigor recién buscarlo, te obliga a acudir a la televisión y redes sociales para enfrentar la negligente actitud de los uniformados, involucrar a la sociedad en la búsqueda, que en la más reciente época, es por demás efectiva y sensible, puesto que con un click está asumiendo un rol más comprometido y no indiferente, entendiendo que encontrar a esa persona no sólo es librarla de un destino fatal también de luchar contra la trata y tráfico de personas que tanto daño está hace y que sí existe en el país.

El problema con estos notables casos de parranda es que están banalizando esta lucha y compromiso contra la trata. La sociedad podría no tomar en serio las futuras denuncias y alertas, al contrario dejaría pasar la oportunidad de salvar a una persona en peligro, es en este punto en el que las autoridades deben actuar con seriedad e informar qué realmente pasó, dejando claras las cosas, emitiendo mensajes positivos y agradeciendo a las personas su preocupación, también su actitud comprometida y no cómo lo están haciendo ahora, manteniendo reserva, prolongando el misterio, promoviendo la indiferencia.

Los familiares de los “parranderos” también tienen la obligación de informar lo que ha pasado respetando su privacidad, agradeciendo y pidiendo disculpas si es necesario, ellos han establecido el puente directo con la sociedad, no pueden dejarlo fracturado, porque la cadena de favores quedaría  inconclusa. La próxima vez, cuando se grite que el lobo viene es probable que no se tome en cuenta la alerta y sea demasiado tarde para reaccionar. Ya no se puede farrear como antes, sin que corras el riesgo de salir en la tele o Facebook, qué tiempos aquellos, qué papelones los de ahora, un trago te puede hacer famoso, pero no necesariamente por haber hecho algo “bueno” o por estar arrastrándote por la calles, junto a las mejores mentes de tu generación,  en busca de una iluminada dosis de sabiduría… o algo así.

 

 

 

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